Ecosistema contaminado. Los peces capturados por los niños cerca de una piscifactoría de la bahía de Manila, en Filipinas, viven en un ecosistema contaminado por los residuos domésticos, plásticos y otras basuras. Se ignora si los microplásticos ingeridos por los peces afectan a los humanos que los consumen, pero los científicos buscan las respuestas.
Foto: Randy Olson
¿Es el plástico una amenaza para nuestra salud?
En un laboratorio del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Universidad Columbia, en Palisades, Nueva York, Debra Lee Magadini coloca un portaobjetos en el microscopio y enciende una lámpara ultravioleta. Al escudriñar al milímetro el tracto digestivo licuado de una gamba que ha adquirido en una lonja, exclama: «¡Esta gamba es pura fibra!». En el interior del intestino brillan siete filamentos de plástico, teñidos con rojo Nilo.
En todo el planeta, investigadores como Magadini se sientan ante el microscopio y detectan partículas minúsculas de plástico –fibras, fragmentos o microperlas– que han llegado al interior de especies de agua dulce y salada, tanto salvajes como de acuicultura. Los científicos han hallado microplásticos en 114 especies acuáticas, y más de la mitad de ellas son habituales en nuestra dieta. Ahora están intentando determinar si tiene alguna consecuencia para la salud humana.
Hasta la fecha no existen pruebas científicas de que los microplásticos –fragmentos de menos de cinco milímetros– estén afectando a la ictiofauna a nivel de poblaciones. Nuestra fuente de alimento no parece correr peligro, al menos que sepamos. Pero lo que sí ha quedado suficientemente demostrado es que el pescado y el marisco que degustamos no es inmune a la omnipresencia del plástico. Cada año entre cinco y 13 millones de toneladas de plástico llegan a nuestros mares desde el litoral. El sol, el viento, el oleaje y el calor descomponen ese material en pedazos más pequeños, que el plancton, los bivalvos, los peces y hasta las ballenas confunden con comida.
Los experimentos muestran que los microplásticos causan daños a la fauna acuática, así como a tortugas y aves: causan obstrucciones intestinales y merman sus ganas de comer, lo cual recorta su crecimiento y rendimiento reproductivo. Con el estómago lleno de plástico, algunas especies dejan de alimentarse y mueren.
A los efectos mecánicos de los microplásticos se suma su impacto químico, porque los contaminantes que son arrastrados desde la tierra al mar –como policlorobifenilos (PCB), hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) y metales pesados– tienden a adherirse a su superficie.
Chelsea Rochman, profesora de ecología de la Universidad de Toronto, sumergió polietileno pulverizado –material con el que se fabrican algunas bolsas de plástico– durante tres meses en la bahía de San Francisco. A continuación ofreció este plástico contaminado, durante dos meses y junto con una dieta de laboratorio, a unos medakas japoneses, unos pececillos comúnmente utilizados en investigación.
Los que ingirieron este plástico sufrieron un mayor daño hepático que los que consumieron plástico sin contaminar. (A los peces que tienen el funcionamiento del hígado comprometido les cuesta más metabolizar fármacos, pesticidas y otros contaminantes del agua). Otro experimento demostró que las ostras expuestas a micropartículas de poliestireno –el material de los recipientes de comida para llevar– producen menos huevos y un esperma menos móvil. La lista de organismos de agua dulce y marina perjudicados por los plásticos incluye a centenares de especies.
Un experimento demostró que las ostras expuestas a micropartículas de poliestireno –el material de los recipientes de comida para llevar– producen menos huevos y un esperma menos móvil.
Es difícil determinar si como consumidores de pescado y marisco nos afectan los microplásticos, porque este material está por doquier: el aire que respiramos, el agua que bebemos –del grifo y embotellada–, la comida que ingerimos y la ropa que vestimos. Además, el plástico no es un material único: existe en muchas formas y contiene una amplia gama de aditivos –pigmentos, estabilizadores UV, factores hidrofugantes, ignifugantes, endurecedores como el bisfenol A (BPA) y plastificantes como los ftalatos– que pueden filtrarse al entorno.
Problemas hormonales
Algunas de estas sustancias se consideran disruptores endocrinos, es decir, compuestos que interfieren en el sistema hormonal. Los ignifugantes pueden interferir en el desarrollo cerebral de fetos y niños; otros compuestos que se adhieren a los plásticos pueden causar cáncer o malformaciones congénitas. Un principio básico de la toxicología es que la toxicidad depende de la dosis, pero muchas de estas sustancias parecen perjudicar a los animales de laboratorio a niveles que algunos países consideran seguros para los humanos.
Estudiar el impacto de los microplásticos marinos sobre la salud humana es complicado, porque no puede pedirse a nadie que ingiera plástico a modo de experimento, porque los plásticos y sus aditivos actúan de forma distinta según las circunstancias físicas y químicas, y porque sus características pueden variar conforme los seres a lo largo de la cadena trófica los ingieren, metabolizan o excretan. Apenas sabemos nada de lo que ocurre con la toxicidad de los plásticos contenidos en los organismos acuáticos cuando los cocinamos o procesamos, ni qué nivel de contaminación podría dañarnos.
Apenas sabemos nada de lo que ocurre con la toxicidad de los plásticos contenidos en los organismos acuáticos cuando los cocinamos o procesamos, ni qué nivel de contaminación podría dañarnos.
La buena noticia es que parece que la mayoría de los microplásticos se quedan en el intestino de los peces y no migran al tejido muscular, que es lo que nosotros nos comemos. En un informe sobre este asunto, la FAO concluye que los humanos probablemente solo ingerimos cantidades ínfimas de microplásticos,incluso quienes consumen gran cantidad de mejillones y ostras. También nos recuerda que comer pescado es beneficioso: reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y contiene altos niveles de nutrientes difíciles de encontrar en otros alimentos.
Aun así, los científicos siguen preocupados por los posibles efectos de los plásticos marinos sobre nuestra salud, porque, como se ha dicho, son omnipresentes, y porque tarde o temprano se degradan y fragmentan generando nanoplásticos que miden menos de la cienmilmillonésima parte de un metro, es decir, son invisibles. Lo alarmante es que estos plásticos microscópicos sí pueden penetrar en las células y migrar a tejidos y órganos, pero como los investigadores carecen de métodos analíticos para identificar su presencia en los alimentos, no disponen de datos sobre su absorción y aparición en el organismo humano.
«Nos consta que los plásticos tienen efectos sobre los animales en casi todos los niveles de organización biológica –dice Rochman–. Lo que sabemos basta para que actuemos y reduzcamos la contaminación por plástico que llega a océanos, lagos y ríos». Las autoridades pueden prohibir ciertos tipos de plástico; los ingenieros químicos pueden formular polímeros biodegradables; los consumidores pueden rechazar los plásticos de usar y tirar, y el sector industrial y los Gobiernos pueden invertir en infraestructuras que capten y reciclen estos materiales antes de que lleguen al agua.
Lo que sabemos basta para que actuemos y reduzcamos la contaminación por plástico que llega a océanos, lagos y ríos.
Cerca del laboratorio de Magadini, en las estanterías metálicas de un sótano polvoriento, descansan los tarros que contienen alrededor de 10.000 especímenes de Fundulus heteroclitus y Fundulus diaphanous, recogidos de los pantanos vecinos en el curso de siete años. Examinar los pececillos uno por uno en busca de microplásticos es una tarea ímproba, pero Magadini y sus colegas están empeñados en descubrir cómo han cambiado con el tiempo los niveles de exposición. Otros científicos desentrañarán cómo las microperlas, las fibras y los fragmentos de plástico afectan a este pez, a los peces de mayor tamaño que depredan sobre él y, en última instancia, a nosotros mismos. «Creo que en cinco o diez años tendremos las respuestas», afirma Magadini.
Para entonces otros 25 millones de toneladas de plástico, o más, habrán llegado a nuestros mares.
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