–¿Cómo acaba un medallista olímpico poniendo a raya a jóvenes rebeldes?
–En 2003 me retiré del deporte para ingresar en un centro terapéutico para superar mi adicción a las drogas y al alcohol, y en 2008, dos años después de obtener el alta, empecé a trabajar en este mismo centro como monitor y terapeuta. En esta época escribí un libro, Mañana lo dejo, donde contaba mi historia. El libro llegó a las manos de una directora de programas de televisión y así acabé en la tele.
–¿Por qué aceptó?
–Cuando me propusieron ayudar a adolescentes en televisión pensé que si podía evitarle a un menor de edad todo lo que había sufrido yo por las drogas merecía la pena hacerlo, por eso acabé en Hermano mayor. Pero el programa no era lo que yo pensaba. Los chicos no eran adolescentes, tenían entre 18 y 23 años, y no todos los problemas estaban relacionados con las drogas, sino más bien con una educación inadecuada. De ahí nace el proyecto Aprender a educar, donde estoy metido ahora.
–¿A cuántas familias consiguió ayudar?
–Entre Hermano mayor y El campamento, ayudamos a cerca de 140 familias. Un 80% solucionaron sus problemas, el resto volvieron a las andadas, e incluso hubo padres que acabaron echando a sus hijos de casa.
–¿Hay algún caso que recuerde especialmente?
–Recuerdo a Juan, un chaval que pesaba más de 100 kilos y que conseguimos que se pusiera a dieta y que dejara de maltratar a su madre. El caso de Rosana, una joven con graves problemas de identidad sexual, que al final cambió de sexo y logró formar una familia. El de Aitor, un chaval de Bilbao con muchos problemas de drogas que no acabó bien. O el Jonathan, un joven que sufría mucho por cómo maltrataba a su madre pero que no sabía cómo relacionarse con ella sin agredirla.
–¿Cuál cree que es origen de todos estos problemas?
–El origen de muchos comportamientos tiránicos dentro del hogar tienen que ver con una educación inadecuada. Los padres educamos lo mejor que sabemos a nuestros hijos pero yo distingo entre el amor responsable y el irresponsable. Si le concedo todos sus deseos de forma inmediata, nunca le digo que no, le sobreprotejo para que no sufran y siempre estoy atento a sus necesidades, no le estoy enseñando ni a madurar ni a tolerar la frustración.
–¿Cuáles son los errores más comunes que cometen los padres?
–La sobreprotección mal entendida. No dejar que su hijo se quiebre o se frustre. Si de mayor le ocurre algo malo no sabrá manejarlo. Y, por otro lado, cuando los padres se desautorizan unos a otros, ya sea una pareja unida o separada. Esto es lo que más inestabilidad genera en los chavales porque al final no saben a qué atenerse. Tú no me lo das, pero me lo da el otro, y nunca encuentro límites.
–Antes los padres no necesitaban un método como el suyo para educar a sus hijos. ¿Qué ha cambiado?
–Ha habido un efecto péndulo y un cambio socioeducativo. Se piensa que todo lo que huele a viejo es rancio, autoritario y disciplinario, y lo rechazamos. Nos hemos equivocado, hay cosas que sí sirven. Creemos que nuestros hijos van a ser más felices con una educación más laxa, sin esfuerzo ni disciplina, y no es así. Educar conlleva frustración, los niños tienen que saber que hay límites y que si no se cumplen habrá consecuencias.
–¿En qué consiste el método Aprender a educar?
–Es un método de ocho sesiones con el que, una vez implementado, normalmente, se corrige el comportamiento del chico. También es importante hablar de este método como prevención. De momento estamos en Barcelona, Málaga, Zaragoza, Madrid, La Coruña y Sevilla, donde colaboramos con el Instituto Hispalense de Pediatría.
–¿Qué opina de los grupos de Whatsapp de padres?
–En Aprender a educar también tratamos este tema. Creo que tiene más cosas malas que buenas. Muchos padres se han convertido en la agenda de sus hijos. Si ellos no apuntan la tarea, cojo el móvil y les hago el trabajo sucio. Así no les enseño a ser responsables. Otra cosa que se hace en estos grupos es criticar salvajemente a los profesores, por lo que el mensaje que le estoy dando a mi hijo es que su profesor es muy malo y tiene derecho a suspender.
–¿Le resulta alarmante los casos de agresiones sexuales de menores a chicas?
–Aquí hay mucho que analizar. Los jóvenes tienen acceso a contenidos donde el sexo se frivoliza. Hoy los jóvenes banalizan las relaciones y las enfermedades sexuales, hay una falta de riesgo absoluta. Quizás por una educación inadecuada, buscan una satisfacción inmediata que les hace a veces comportarse como auténticos animales.
–¿La culpa es de los padres y de la educación dada?
–Si mi hijo entra en contacto con este tipo de contenido es porque yo no estoy pendiente de qué webs visita. Hace poco nos llamó una madre que decía que su hijo de 14 años era adicto al sexo, que estaba continuamente viendo películas porno en su habitación. Y yo me pregunto: quién le ha comprado el ordenador, quién se lo ha instalado en su habitación, quién le ha puesto wifi a toda velocidad, quién le ha comprado una pantalla enorme de plasma, quién no ha supervisado qué contenidos veía y en qué horarios. Creo que el origen de todos estos comportamientos es la falta de educación.
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