¿Cuántos sets de palillos necesita con el pedido, señor? ¿Para cuatro personas?", me preguntó la señora simpática del otro lado del teléfono. "Sí, cuatro, perfecto, gracias", le respondí.
Cuando el repartidor llamó a la puerta 45 minutos más tarde, abrí lo justo para coger una bolsa rebosante de comida. Había tanto ruido en mi piso que apenas pude oír cuánto le debía: 74 dólares. Cogí mi cartera y saqué unos cuantos billetes de 20, me giré y exclamé para que me oyera mi colega Riley: "¡Ya está aquí la comida!".
Con la transacción completada, cerré la puerta rápidamente y miré las cajas y cajas de comida china que había en la bolsa: sopa agripicante, empanadillas chinas de verduras, rangoon de cangrejo, pollo al curri, ternera crujiente y, por supuesto, un montón de arroz al vapor. Comida de sobra para cuatro amigos.
Pero he aquí la verdad: el ruido y lo de los palillos para cuatro personas no eran más que una artimaña. Riley, el amigo con el que había hablado, es mi perro. Estaba solo en casa y tenía pensado comerme toda esa comida yo solo, pero no podía soportar la idea de que alguien, aunque fuera esa mujer del restaurante chino a la que no había visto en mi vida o el desconocido que me había traído la comida, lo supiera.
Padezco trastorno por atracón, un problema que impulsa a quienes lo sufren a ingerir enormes cantidades de comida, a veces muy rápido y hasta encontrarse mal, sintiéndose fuera de control mientras lo hacen. Oí hablar de esto por primera vez en 2015 cuando un amigo que conocía algunos de mis problemas con la alimentación vio un anuncio de servicio público en la tele y me habló de ello. Chequeé los síntomas por Internet y sentí un alivio instantáneo: mi problema tenía nombre y yo no era el único.
Le llevé la información de mi trastorno por atracón a mi terapeuta y le dije: "Creo que tengo esto". Mi terapeuta no tenía ni idea de lo que era; de hecho, la mayoría de los médicos e incluso psicoterapeutas no están muy bien informados sobre los trastornos alimentarios, pero investigó y me diagnosticó. Ahora estoy viendo a un especialista en trastornos.
Comida de sobra para cuatro amigos. Pero he aquí la verdad: estaba solo en casa y tenía pensado comerme toda esa comida yo solo.
El diagnóstico del trastorno por atracón explicaba muchas cosas. Siempre me había encantado la comida. Fui un niño con mucho apetito. Sin embargo, durante mis veintipocos años, tras probar toda clase de dietas e incluso negarme a comer en mi primer año en la universidad para perder peso, empecé a pensar en comida a todas horas. Me despertaba pensando en comida. Planeaba de forma obsesiva lo que comería ese día y al siguiente, sobre todo cuando se acercaba el fin de semana, cuando sabía que tendría tiempo para cocinar y comer todo lo que quisiera. En una ocasión, planeé una comilona de fin de semana con una receta que requería una freidora para hacer imitaciones de palitos de queso de uno de mis restaurantes favoritos. Pedí Ia freidora por Internet e incluso pagué el envío urgente para que me llegara antes del viernes. Después de cocinar y comer varios platos de palitos de queso estilo gooey fries, me sentí tan culpable que me dirigí a la rampa de la basura de mi edificio y tiré la freidora tras un solo uso. No quería volver a ver nunca más ese aparato.
Pasado un tiempo, necesitaba más y más comida para satisfacer mis deseos. Empecé a recurrir a la comida rápida entre horas, y a veces conducía hasta varios restaurantes para recoger en ventanilla exactamente lo que se me había antojado.
COURTESY OF RYAN SHELDON Sheldon en 2000. Siempre fue un chico grande con mucho apetito, pero a partir de los 20 años empezó a pensar en comida a todas horas. |
er diagnosticado con trastorno por atracón fue un alivio: esto que me pasaba era algo real, no era el único. Aunque me avergonzaba (porque entonces pensaba que los trastornos alimentarios eran cosas de chicas), saber que padecía trastorno por atracón me dio una esperanza que quería difundir. Así pues, saqué a la luz mi trastorno mediante un blog y una cuenta de Instagrampara compartir mi historia y, con suerte, ayudar a otros hombres con trastornos alimentarios para que no se sintieran tan solos.
Las reacciones de la gente que leía mi blog o seguía mis redes sociales fueron increíblemente positivas. Completos desconocidos simpatizaban y empatizaban conmigo y me contaban sus historias personales. En la otra cara de la moneda se encontraban las personas más cercanas a mí, que parecían pensar que se trataba de una broma. Cuando se lo conté a mis familiares y amigos por primera vez, hubo un par de ellos que se rieron de mí, literalmente. Pensaban que solo ponía excusas por no tener fuerza de voluntad o por comer mucho. Como el trastorno por atracón es algo que sucede en privado, no podían ver lo mucho que este trastorno controlaba mi vida.
Aún recuerdo el momento en que mi madre por fin se empezó a tomar en serio mi trastorno alimentario. Había venido de visita y estábamos hablando de dinero. Concretamente, quería saber en qué estaba gastándome todo mi dinero. Mi madre sabía que estaba atravesando problemas financieros pese a tener un buen trabajo y dio por hecho que estaba gastando demasiado dinero en noches de fiesta, en viajes o en electrónica. Me convenció para que empezara a usar la app Mint para gestionar mi presupuesto y me ayudó a configurarla. Aún recuerdo su mirada cuando se dio cuenta de que el 83% de mi dinero iba a parar a comida. Y no a restaurantes lujosos de Los Ángeles: gran parte era comida rápida.
La noche del incidente de la comida china ya llevaba más o menos un año trabajando duro en mi terapia y leyendo toda la información que caía en mis manos sobre trastornos alimentarios y hombres, aunque tampoco había mucho. Descubrí algunos de los desencadenantes de mi impulso de darme atracones, como sentirme solo, sentirme muy cohibido por mi cuerpo, dedicarle demasiado tiempo a mi trabajo tecnológico o incluso estar feliz. Recuerdo que aquella noche estaba fastidiado conmigo mismo y que, cuando sentí el impulso de darme un atracón, no hice nada para detenerme. Recuerdo la sensación de estar consumiéndome en mi vergüenza sentado en el sofá, esperando a que llegara el repartidor y llamara a la puerta.
Aún recuerdo la mirada de mi madre cuando se dio cuenta de que el 83% de mi dinero iba a parar a comida.
Y entonces me recordé a mí mismo que curarse de un trastorno alimentario no es una línea recta. No es algo que te puedas sacudir de encima para no volver a darte un atracón. Sin embargo, mientras haces el camino, a veces puedes hacer una pausa y tomar una decisión. En vez de arrasar con la comida china de la bolsa, me contuve y me dije a mí mismo: "Ryan, escoge solamente lo que de verdad quieras comer". Me quedé con la ternera crujiente, la sopa y las empanadillas y tiré el resto por la rampa de la basura. Por mucho que deteste tirar dinero y comida, también sabía que era lo que más me convenía en ese momento, porque habría sido extremadamente difícil para mí resistirme si la hubiera guardado en el frigorífico.
oy ya comprendo que el trastorno por atracón quizás forme parte de mi vida para siempre. En vez de darme un atracón cinco días por semana, como solía hacer antes, ahora solo me pasa cada dos meses o así. Cuando sucede, son atracones mucho más pequeños (y menos caros) y ya no me fustigo ni me paso días obsesionado. Es tremendamente importante tener autocompasión, ya que interrumpe la espiral de culpabilidad y de autocastigo que alimenta el trastorno alimentario y que refuerza el impulso de darse un atracón. La terapia me ha ayudado inmensamente, así como el hecho de compartir mi historia. Sentirme avergonzado es un poderoso detonante en mi caso y hablar abiertamente sobre el trastorno me ayuda a aliviar parte de la vergüenza que rodea el tema de la comida.
Confieso que es duro ser un hombre con un trastorno alimentario. Ojalá pudiera ser un tío a quien le diera igual la talla de sus vaqueros. Un tío que pudiera irse con los amigos a tomar una hamburguesa sin miedo a acabar comiéndose tres más. Un tío normal con la comida, sea como sea eso. Pero estoy comprometido a seguir trabajando en mí mismo y en este trastorno, y estoy orgulloso de ser una voz capaz, espero, de inspirar a otros hombres que estén ocultándose entre las sombras para que salgan a la luz y afronten también sus problemas alimentarios.
Ryan Sheldon es portavoz y defensor de hombres con trastornos alimentarios y problemas de imagen. Puedes saber más de él en Instagram @bingeeaterconfessions, en Twitter @bingeconfession o en su blog, Mr. Confessions.
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