Y ahora, en un nuevo envite contra nuestra propia historia, se trata de desmontar vestigios históricos, como La Cruz del Valle de los Caídos
La memoria de los caídos |
Quienes adquieren el compromiso de servir a los demás, hasta dar la vida si ello fuese necesario, bien saben del dolor que produce la ausencia de los caídos. En las Fuerzas Armadas se mantiene la costumbre de incluir un acto en su recuerdo como forma de mantener viva su memoria. Para ello, se levantan monumentos, túmulos, cenotafios, obeliscos y… cruces. Cada uno de ellos responde a un periodo de nuestra historia y, como bien inmaterial, se mantienen en su forma y estado, sin alterar su fisonomía. Es la manera de respetar a los caídos y el momento en que sucumbieron.
En el fondo, se trata de honrar a los caídos sin tomar en cuenta si lo hicieron por unas u otras ideas, simplemente porque se entregaron a una causa que consideraron justa. En la práctica totalidad de las naciones se erigen este tipo de monumentos. Los hay que conservan los restos de soldados desconocidos que, a pesar de su anonimato, fueron tan reales que sus restos están presentes dentro de ellos. La tumba del soldado desconocido en el Arco del Triunfo en París o en el Cementerio Nacional de Arlington en Washington son dos muestras de ello. También los hay que se alzan en forma de cenotafios en recuerdo de aquellos cuyos restos nunca pudieron recuperarse. El primero que me viene a la mente es el ubicado, hace años, en el Hospital Naval de Ferrol. Se entiende que fue así porque muchos son los caídos de la Armada, cuyos restos nunca se recuperaron. Descansan en el fondo de la mar.
Durante una visita al aeródromo de La Magdalena, en la isla de Creta, lo primero que me llamó la atención fue, conforme me acercaba al lugar, el contraste entre el ocre de la tierra seca que rodea lo que fue la pista de aterrizaje y el cuidado verde del recinto del camposanto donde, por parejas, como buenos camaradas, están enterrados los paracaidistas alemanes que cayeron durante la Segunda Guerra Mundial. A los caídos del enemigo también se les honra. Más tarde, cuando conversé con el responsable de mantener el cementerio, me hizo ver que, a falta de flores y agua, se plantaron arbustos y diente de león en todo el recinto para proporcionar una visión amable del lugar. La única concesión fue incluir alguna flor en aquellas tumbas donde estuvieran enterrados soldados desconocidos. Ya se sabe que los alemanes entierran a sus soldados allí donde caen. Al fin y al cabo, para bien o para mal, en la victoria o la derrota, para la historia, Alemania estuvo allí.
La simbología de los monumentos a los caídos es muy diversa. En nuestra historia, los hubo con muy heterogéneo diseño. Los hay coronados por un obelisco, como el situado en de la Plaza de la Lealtad en el Paseo del Prado de Madrid en honor a los caídos por España o en el Cantón de Cartagena en recuerdo a los héroes de Cavite durante la Guerra Hispano-Americana de 1898. Supongo que el diseño se corresponde con la moda imperante a principios del siglo XX o tal ver por la influencia masónica de sus diseñadores, algo que nunca los puso en peligro de demolición. Otros reproducen la simbología de la confesión religiosa preponderante en el tiempo en que se levantaron. La Cruz de los Caídos solía ser un referente geográfico local en muchas poblaciones españolas, ahora trastocado en lugares vacíos y sin más referencia histórica que la memoria de quienes transitaron por sus alrededores. Porque memoria sólo la pueden tener quienes vivieron los hechos, nunca quienes pretenden imponerla.
Y ahora, en un nuevo envite contra nuestra propia historia, como enorme cortina de humo sobre una quebrada realidad española, se trata de desmontar vestigios históricos, como La Cruz del Valle de los Caídos, para "resignificar" el lugar como si fuese posible otorgar, a toro pasado, otro valor diferente al que tiene: el lugar de descanso de caídos durante la Guerra Civil; al que dedican, sin distinción de clase ni credo, oraciones diarias unos monjes desde hace más de sesenta años. Traer a la palestra pública la mutación de valores que supone tal iniciativa únicamente puede entenderse por la obsesiva preocupación gubernamental hacia la cultura de la muerte y del sexo, donde remover a los muertos de sus tumbas, ya sea física o virtualmente, o empecinarse en establecer normas de comportamiento personal superan el natural interés de la gente por la vida y la libertad. Por algún oscuro agujero hoy decaen la razón y el sentido común.
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