Tertulianos y redes sociales |
Los gobiernos quisieron siempre asustar al personal convirtiendo los informativos de las cadenas estatales y de las cadenas de televisión afines en lo que antiguamente hacía un periódico llamado El Caso. Era un semanario fundado en 1952, y que se especializó en noticias sobre sucesos. Tenía una tirada aproximadamente de 100.000 ejemplares, llegando en ocasiones a batir su propia marca con 500.000 números. Vivió hasta 1997. Ahora, los telediarios tienen una parte de información política, algo de información internacional y reparten el resto de su tiempo con muchos sucesos y la información meteorológica. La idea no es otra que convertir en temerosos a los electores para que cuando llegue la hora de votar depositen su papeleta de voto en aquella opción que mejor aparenta garantizar su seguridad.
Paradójicamente, los telediarios no informan con tanto ahínco sobre los miedos reales que se apoderan de una parte de la población y que no tienen nada que ver ni con violaciones, ni con atracos, ni con ocupaciones de viviendas, sino con la inquietud que causa el hecho de no poder pagar la hipoteca, de no tener trabajo, de tenerlo, pero en condiciones similares a la esclavitud, con horarios gigantes y salarios liliputienses, de no poder continuar los estudios universitario por pérdida de beca, de terminarlos sin encontrar el trabajo que se imaginaba cuando se pasaban noches enteras estudiando esa asignatura que se resistía, de guardar turno en las largas colas de las listas de espera en uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo… Esos son los miedos que, de verdad, acosan y asustan a la ciudadanía que, ante sus necesidades, desconfía o rechaza a quienes tratan de llegar a nuestras costas para obtener una vida equivalente a la vida digna. El pobre autóctono rechazando y temiendo al pobre foráneo y el voto de los más necesitados orientándose a quienes nos meten miedo con situaciones falsas y con campañas tramposas.
Mientras tanto, el debate político brilla por su ausencia. El Parlamento ha perdido el sitio que le corresponde para que el gobierno no campe libremente y tenga la obligación de someterse al control de quienes representan a la soberanía nacional. No bastaría solo con que el gobierno le diera vida a esa mortecina Cámara de representantes o a esa Cámara senatorial en la que Camilo Cela echaba su sueñecito sestero cuando fue nombrado Senador por designación Real en la legislatura constituyente. Haría falta que desaparecieran dos elementos que perturban la vida política española, o sea, las tertulias mediáticas y los chats en Wasap y los mensajes en Twitter, Facebook o Instagram.
¿Qué pasaría si los medios de comunicación prescindieran de sus tertulianos? No pasaría mucho en tanto en cuanto los hay que se deben pasar el día de taxi en taxi para poder cumplir con varios medios en el mismo día. Las explicaciones de lo que hace cada partido y el gobierno de turno no nos serían dadas por quienes están donde están para, se hable de lo que se hable, atacar a unos y defender a otros, sino por los portavoces de esos partidos o de ese gobierno. Seguramente, habría portavoces distintos según el asunto que se tratase y, tal vez, el portavoz de sanidad del partido tal sabría de lo que hablaba igual que sabría el portavoz de Hacienda de otro partido o la portavoz del gobierno.
Y si los políticos se pusieran de acuerdo y dejaran de utilizar las redes sociales, tendríamos la oportunidad de ver la cara y conocer más de cerca a nuestros representantes políticos, ya fueran del gobierno o de la oposición, que ya no estarían escondidos detrás de las pantallas y escribiendo nimiedades y sandeces. Internet no es una herramienta para la propaganda política. No resulta ni lógico ni comprensible, y ni siquiera tolerable, que quienes gobiernan España y quienes representan la soberanía nacional no tengan en sus agendas los retos, los desafíos, los riesgos y las oportunidades que ha supuesto la aparición de Internet en nuestras vidas y en nuestra sociedad. No es de recibo que se siga gobernando y adoptando medidas como si las tecnologías digitales solo fueran herramientas para hacer lo mismo que se hacía antes pero con ordenadores.
Que la irrupción de las Tecnologías de la Información y del Conocimiento no figura en las agendas del gobierno, de los grupos parlamentarios y de los partidos políticos no exige demostración. Basta decir que nadie recuerda que haya habido alguna propuesta o debate significativo relacionado con esas tecnologías y las consecuencias de la misma en la nueva sociedad en las cuatro o cinco últimas legislaturas.
Si todo eso pasara, el país recuperaría un cierto silencio, y hasta sería posible que la voz de los políticos sonara alta y clara, lo que podría ocasionar el acuerdo y el pacto en cuestiones esenciales para los españoles.
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