Vivir con miedos |
De la servidumbre voluntaria.- En muchas ocasiones se llega a los buenos libros, a esos que nos han marcado la vida, de la misma forma en que se llega a los buenos amigos o a los sitios en que nos sentimos felices: por pura casualidad, por puro azar. Hace mucho tiempo ya (de casi todo hace mucho tiempo ya), no recuerdo por qué, me interesé por Michael de Montaigne y su obra maestra: los Ensayos (la versión de la Editorial Acantilado es un must, que todo aquel que disponga de 55 euros debería regalarse). El tomo, de más de mil quinientas páginas perfectamente editado, es un compendio de sabiduría digamos estoica que uno, como una botella de un malta de Islay, debería leer muy de a poco a poco. De la mano de Montaigne me vino otro amigo imprescindible: Étienne de La Boétie y su opúsculo De la servidumbre voluntaria. En apenas unas decenas de páginas, escrito en el ecuador del siglo XVI, el francés de corta vida (murió a causa de la peste en 1563 con treinta y dos años) disecciona, anticipándose en siglos a lo que ocurriría mucho más tarde, de qué manera tan sorprendente el ser humano no sólo accede a perder su libertad sino que, además, es capaz de someterse a la tiranía (sea ésta la que sea) de manera sumisa y voluntaria, sin que haya o tenga que haber una fuerza coercitiva irresistible, insoportable o violenta que le obligue a ello. La Boetie alerta, ya en el siglo XVI, del control de la información y de "los juegos, farsas, espectáculos, gladiadores, bestias extrañas, medallas, cuadros y otras drogas semejantes eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad...así los pueblos atontados encontraban bellos estos pasatiempos, acostumbrándose así a servir tan bobamente". Qué familiar nos suena todo en la Edad Dorada de Internet.
Miedos.- El hombre occidental del siglo XXI ha llegado a creerse -tan soberbios como somos, tan ignorantes- libre. Libre como no se ha sido en ninguna otra época anterior. Miramos con infinita superioridad a los esclavos egipcios que construyeron pirámides a golpe de látigo; a la servidumbre medieval que esperaba acongojada en las iglesias el fin del mundo en el año 1000 entre visiones espectrales del infierno; más recientemente, hasta no hace nada, nos atenazaba el miedo al apocalipsis nuclear, al día después de un ataque preventivo de la URSS que dejara las calles llenas de zombis. Todo eso ha pasado: azotes, infiernos, armaggedones nucleares... Sin embargo, algunos defienden que no es por pura casualidad, seguimos viviendo amedrentados. Virus, enfermedades, pandemias, sequías, incertidumbres; todo ello hace que continuemos con una existencia, en el fondo, no tan distinta de generaciones anteriores, porque quizá sea funcional para el Sistema que vivamos con otros miedos, aunque sean más laicos, más evanescentes.
Coda.-Un buen amigo me repite que nos comportamos de manera muy similar a los niños que protagonizan El Flautista de Hamelin: nos tocan el tambor; todos desfilamos. Aunque no sepamos adónde.
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