¿Se estarán acabando las estaciones? ¿Estaremos rompiendo este ciclo vital como el de las fases lunares, el agua, el carbono...?
F. JAVIER PERALES PALACIOS , GRANADA
Mañana tras mañana, al levantarme de la cama subo la persiana con la esperanza, vana esperanza, de barruntar las nubes procedentes del oeste que rieguen nuestra sedienta tierra, aunque ya la noche anterior postrado ante la información del tiempo televisivo había corroborado, una noche más, que el pronóstico era que seguiríamos "disfrutando" del mal llamado "buen tiempo". Día tras día buceo en diferentes webs dedicadas a la previsión del tiempo, sea a través del ordenador o del móvil, con una ansiedad malsana a la búsqueda de un rayo de esperanza de que esta rutina se rompa de una vez. Y la pregunta que cansinamente me tortura vuelve a martillearme, ¿es que vamos a pasar el invierno sin invierno?
Y uno que ya entra en una edad en que la memoria a largo plazo funciona mejor que la memoria a corto plazo se vuelve nostálgico de los inviernos de la infancia. Echa de menos la bufanda, los guantes, las botas katiuscas, el pijama debajo del uniforme del instituto, los dolientes sabañones, las efímeras nevadas que nos regocijaban el espíritu juguetón, el vaho emergiendo de nuestra boca, el brasero de la mesa de camilla, la estufa de butano los domingos, la bolsa de agua caliente que nos daba ánimos para adentrarnos entre las gélidas sábanas, los carámbanos de los tejados umbríos, las charcas que nos parecían los grandes lagos norteamericanos y de donde casi milagrosamente emergían cientos de renacuajos en primavera, el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre los cristales… Estos recuerdos se agolpan intentando abrirse camino en mi memoria ante el desconcierto de este invierno que no es invierno.
¿Se estarán acabando las estaciones? ¿Estaremos rompiendo este ciclo vital tan reiterado como el de las fases lunares, el del agua, el del carbono, el de un péndulo…? Mientras tanto uno observa a su alrededor y ve cómo las plantas se hallan tan desconcertadas como yo, la floración se adelanta y comienza antes en las cumbres que en los valles, las caducas hojas de los arboles quedan adheridas hasta casi el nacimiento de brotes nuevos, las cigüeñas no necesitan emigrar a latitudes más sureñas, las lagartijas no hibernan, como tampoco el oso pardo cantábrico -algo que no ocurría desde la Edad Media-, los molestos insectos campan por sus respetos y asolarán nuestros cultivos en la próxima campaña, nuestra despensa hídrica -Sierra Nevada- luce una capita blanca más producto de la innivación artificial que de la natural.
Los granadinos llevamos ya bastantes años asistiendo al desdibujamiento de las estaciones de transición -primavera y otoño- que nos obliga a hacer apresuradamente el cambio de ropa propio de todos los hogares y a renunciar a esos 'saquitos' de entretiempo de años ha. Alguien me definía el clima de Granada como el de "seis meses de invierno y seis meses de infierno". Pero lo de este invierno que no es invierno ha desbordado la más básica lógica estacional.
Los estudios basados en series históricas de nuestro clima venían a decirnos que existían suficientes evidencias de que los veranos estaban siendo progresivamente más cálidos (no olvidemos, por ejemplo, las olas de calor del pasado verano o la del año 2003) pero no se apreciaban aún dichas significativas diferencias en las precipitaciones o las temperaturas de los inviernos (al margen de algunas oscilaciones cuasi-normales). Y, sin embargo, parece que los últimos bastiones de las secuelas del cambio climático también están siendo vencidos por la evidencia de los hechos y asistimos desconcertados a un espectáculo para el que nuestros sentidos no estaban preparados.
En nuestro legado histórico se hallan reflejados episodios de sequía, especialmente en el Sur de España, propios del clima mediterráneo ("mirando al cielo si la lluvia tarda" escribía Antonio Machado); recordemos la sequía ibérica del año hidrológico 1944-45 en los duros años de la posguerra civil, coincidentes con los últimos estertores de la II Guerra Mundial y cuando España dependía solo de sí misma para los suministros agrícolas y ganaderos. Afortunadamente, las infraestructuras de almacenamiento y extracción de aguas nos permiten hoy estar mejor preparados que antaño, pero ¿qué hacer ante estas temperaturas impropias de la estación en la que nos encontramos? Mal que compartimos con otros países europeos que, aunque menos castigados por la sequía, mantienen temperaturas promedio por encima de las habituales.
"Quien avisa no es traidor" reza el refrán y en los modelos matemáticos que desde hace años intentan simular el cambio climático y sus efectos ya situaban a España en el ojo del huracán por su peculiar ubicación entre dos áreas climáticas bien definidas, la norteafricana y la continental europea y, por tanto, especialmente proclive a cambios en sus patrones de precipitaciones y temperaturas. En su informe Cambio Climático en Europa 1950-2050: percepción e impactos, el climatólogo Jonathan Gómez Cantero predecía que ello conllevará que a mediados del presente siglo se sequen algunos de los cultivos más representativos de la agricultura española como los olivos, los viñedos o los cítricos.
Tampoco son ajenos a ello nuestros escolares que entre sus contenidos curriculares estudian las estaciones y sus manifestaciones. ¿Cómo van a describir en su propio lenguaje este invierno? Hace meses mis hijos, por indicación de sus maestras, construyeron un pluviómetro casero a partir de una botella de plástico con la sana intención de probarlo en el patio de su colegio. Lamentablemente lo usan como lapicero rudimentario a la espera de contrastar su verdadera utilidad.
Ya que los humanos no solemos poner de nuestra parte para romper este maleficio, nos quedará solo gritar ¡Dios nos asista!
Posdata: A la vista de los últimos acontecimientos meteorológicos parece que nuestras plegarias han sido adecuadamente atendidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario