El escritor presenta 'Balada en la muerte de la poesía" (Visor), una defensa de la lírica como forma de resistencia ante el mercantilismo
G. CAPPA GRANADA
-¿La poesía murió de causa natural o fue un asesinato premeditado?
-Desde hace mucho tiempo se habla de la muerte de la poesía y se repite ese famoso poema de Bertolt Brecht de "malos tiempos para la lírica". Vivimos un tiempo realmente duro, si la poesía quiere reivindicar la dignidad de la vida humana y de los sentimientos estamos en un entorno en el que en Sajonia se aplaude que se queme un edificio para refugiados, vemos como se ahoga la gente en nuestras costas, la insolidaridad y el mercantilismo radical, la guerra bárbara que no para en Siria y en otros sitios... Vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada y menos idealista. Con este decorado, el poeta que escribe el libro se levanta una mañana, pone la radio y escucha que la poesía ha muerto; parece que no hay signos de violencia, que no es que la haya matado ningún tirano, ha sido por causa natural en un mundo cada vez más irrespirable para ella. A partir de ahí se hace una personificación de la poesía y se escenifica un entierro, igual que cuando muere una persona cercana, con las conversaciones entre los amigos, acudir al cementerio... Pero también los efectos que produce en el mundo esta muerte, cómo se entera Jorge Manrique de este deceso, qué ocurre con las ciudades, que son algo más que piedras... También qué pasa con Granada cuando desaparece la construcción de la ciudad que tiene que ver con García Lorca. Al final del entierro, el poeta vuelve a su mesa de trabajo, invoca a sus autores preferidos y se refugia en la poesía como un ámbito de resistencia.
-¿Este libro es también una manera de reformularse a sí mismo?
-Es una manera de reformularme, porque cada vez que uno escribe poesía está indagando en su propia identidad. Llevo tiempo planteando que el peor enemigo de un poeta cuando va cumpliendo años es repetirse. Yo no aspiro a cambiar la poesía de mi generación ni nada de eso, aspiro a darme respuestas y a escribir poemas que sienta de verdad, porque tampoco vale traicionarse y repetirse. Este año se cumplen 26 de la muerte de Jaime Gil de Biedma, me impresiona mucho ver el tiempo que ha pasado de la muerte de un poeta que tengo tan cerca. El libro lo abre una cita suya, "no es el mío este tiempo", que escribió tomando la decisión radical de no escribir nunca más. Sintió que se había muerto su yo poético, en ese sentido me cuestiono mi dedicación a la poesía en este tiempo, si he dicho todo lo que tenía que decir...
-¿Si le etiqueto como poeta de La otra sentimentalidad estoy haciendo una descripción demasiado parcial de su obra?
-Me siento partidario de una tradición que tiene que ver con Antonio Machado, con Ángel González, con la poesía urbana de Pasolini... Planteamos La Otra sentimentalidad como una poética que analizaba el carácter histórico de los sentimientos en un momento muy determinado de la Transición española, cuando se estaba produciendo un cambio antropológico y donde el subdesarrollo y la pobreza estaban siendo sustituidos por el lujo y el consumo. Muchos de los sueños de entonces fueron por otro terreno, y muchas ideas acabaron deteriorándose en un momento en que se producía algo más que el paso de una dictadura a una democracia, era el paso de una sociedad subdesarrollada a una instalada en el capitalismo avanzado. En esa manera de utilizar la poesía para analizar las mutaciones de la sociedad sigo conectado, ahora me planteo la crisis que se está produciendo a comienzos del siglo XXI, en algunas cosas muy distinta a lo que pasó tras la muerte de Franco.
-Denuncia en el libro la sociedad del espectáculo, decir una cosa para decir lo contrario al día siguiente si en ese momento es más conveniente.
-Una referencia para mí es Chomsky, cuando dice que la vocación de un intelectual siempre tiene que ver con la verdad. Decir la verdad es decir honestamente lo que se piensa y, honestamente rectificar si uno se ha equivocado. La rectificación forma parte del no mentir, de no creerse en posesión de la verdad absoluta. Una cosa es rectificar y otra creer que las cosas no tienen importancia y que sólo vivimos en el espectáculo y en la táctica. Muchas veces asistimos a declaraciones de gente que cuenta con que esta sociedad no tiene memoria, y a los dos días dicen lo contrario sin rectificar como si siempre hubiesen defendido esa postura. En la poesía la memoria es prioritaria y con la historia por delante.
-¿Se refiere en concreto al político de la 'coleta morada'?
-A un señor con coleta, a un señor con cara de presidente en funciones, a un señor que de pronto es la nueva cara de la derecha y habla en nombre de los ciudadanos, a un señor que representa al partido socialista o a un señor que representa a IU, a la que dio por liquidada para pasarse a Podemos y que ahora se presenta como salvador del partido, porque en Podemos le dieron con la puerta en las narices. Vivimos en una sociedad donde la táctica está liquidando los principios de manera clara. Es llamativo que alguien, en la misma noche de las elecciones, diga cuáles son las líneas rojas y, dos días después, diga que no hay líneas rojas. Me parece que los jóvenes rostros participan tanto de la sociedad del espectáculo como los viejos rostros.
-¿Se ha sobrevalorado la juventud?
-Yo creo que plantear el debate como los jóvenes contra los viejos es falso. Es peligroso ser un viejo cascarrabias que piensa que todos los jóvenes son tontos, igual de peligroso que los jóvenes que piensan que están inventando el Mediterráneo y que los mayores no tienen nada que aportarles.
-Puede ser una herencia del fútbol, donde se valora más a un joven con proyección que a uno ya consolidado pero treintañero...
-Los aficionados al fútbol tenemos un cursillo acelerado del paso del tiempo, comencé viendo a los jugadores como niños y ahora los que me parecen unos críos son hasta los árbitros. Pero yo me niego a establecer el debate entre lo joven y lo viejo porque es propio de una sociedad que quiere invitar a la gente a perder la memoria. Es la sociedad del consumo, del deseo inmediato, la que intenta borrar el pasado y santificar la individualidad. Contra todo eso me enfrento en el libro.
-¿Qué dice Lorca de la muerte de la poesía?
-Recuerdo ese fragmento Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, donde dice "no quiero mentiras, a la muerte hay que mirarla cara a cara". Esa forma de olvidarse promesas y de esperanzas falsas está en su forma de encarar la muerte de la poesía.
-¿Cuál sería el epitafio perfecto de la lírica?
-La poesía es una vocación, no es una simple dedicación ni una forma de ganar dinero, es lo que le ha dado sentido a mi vida y forma parte de mi compromiso con el ser humano. Yo propugno una poesía cercana, que no confunda la calidad con el hermetismo. Ahora, a través de las redes sociales, se están vendiendo muchos libros de poesía y se venden más que las novelas. Pero la poesía no debe someterse al mercado.
-Por lo que cuenta del hermetismo, ¿detesta como lo hacía Ángel González la poesía de Paul Celan?
-Me parece un poeta estupendo, pero una cosa es mi mundo como autor y otro como lector. A la hora de fundar mi tradición tengo más que ver con Machado o Baudelaire que con Celan. Me gusta mezclar mundos, es algo que siempre ha estado en mi mesa de trabajo.
-Desde hace mucho tiempo se habla de la muerte de la poesía y se repite ese famoso poema de Bertolt Brecht de "malos tiempos para la lírica". Vivimos un tiempo realmente duro, si la poesía quiere reivindicar la dignidad de la vida humana y de los sentimientos estamos en un entorno en el que en Sajonia se aplaude que se queme un edificio para refugiados, vemos como se ahoga la gente en nuestras costas, la insolidaridad y el mercantilismo radical, la guerra bárbara que no para en Siria y en otros sitios... Vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada y menos idealista. Con este decorado, el poeta que escribe el libro se levanta una mañana, pone la radio y escucha que la poesía ha muerto; parece que no hay signos de violencia, que no es que la haya matado ningún tirano, ha sido por causa natural en un mundo cada vez más irrespirable para ella. A partir de ahí se hace una personificación de la poesía y se escenifica un entierro, igual que cuando muere una persona cercana, con las conversaciones entre los amigos, acudir al cementerio... Pero también los efectos que produce en el mundo esta muerte, cómo se entera Jorge Manrique de este deceso, qué ocurre con las ciudades, que son algo más que piedras... También qué pasa con Granada cuando desaparece la construcción de la ciudad que tiene que ver con García Lorca. Al final del entierro, el poeta vuelve a su mesa de trabajo, invoca a sus autores preferidos y se refugia en la poesía como un ámbito de resistencia.
-¿Este libro es también una manera de reformularse a sí mismo?
-Es una manera de reformularme, porque cada vez que uno escribe poesía está indagando en su propia identidad. Llevo tiempo planteando que el peor enemigo de un poeta cuando va cumpliendo años es repetirse. Yo no aspiro a cambiar la poesía de mi generación ni nada de eso, aspiro a darme respuestas y a escribir poemas que sienta de verdad, porque tampoco vale traicionarse y repetirse. Este año se cumplen 26 de la muerte de Jaime Gil de Biedma, me impresiona mucho ver el tiempo que ha pasado de la muerte de un poeta que tengo tan cerca. El libro lo abre una cita suya, "no es el mío este tiempo", que escribió tomando la decisión radical de no escribir nunca más. Sintió que se había muerto su yo poético, en ese sentido me cuestiono mi dedicación a la poesía en este tiempo, si he dicho todo lo que tenía que decir...
-¿Si le etiqueto como poeta de La otra sentimentalidad estoy haciendo una descripción demasiado parcial de su obra?
-Me siento partidario de una tradición que tiene que ver con Antonio Machado, con Ángel González, con la poesía urbana de Pasolini... Planteamos La Otra sentimentalidad como una poética que analizaba el carácter histórico de los sentimientos en un momento muy determinado de la Transición española, cuando se estaba produciendo un cambio antropológico y donde el subdesarrollo y la pobreza estaban siendo sustituidos por el lujo y el consumo. Muchos de los sueños de entonces fueron por otro terreno, y muchas ideas acabaron deteriorándose en un momento en que se producía algo más que el paso de una dictadura a una democracia, era el paso de una sociedad subdesarrollada a una instalada en el capitalismo avanzado. En esa manera de utilizar la poesía para analizar las mutaciones de la sociedad sigo conectado, ahora me planteo la crisis que se está produciendo a comienzos del siglo XXI, en algunas cosas muy distinta a lo que pasó tras la muerte de Franco.
-Denuncia en el libro la sociedad del espectáculo, decir una cosa para decir lo contrario al día siguiente si en ese momento es más conveniente.
-Una referencia para mí es Chomsky, cuando dice que la vocación de un intelectual siempre tiene que ver con la verdad. Decir la verdad es decir honestamente lo que se piensa y, honestamente rectificar si uno se ha equivocado. La rectificación forma parte del no mentir, de no creerse en posesión de la verdad absoluta. Una cosa es rectificar y otra creer que las cosas no tienen importancia y que sólo vivimos en el espectáculo y en la táctica. Muchas veces asistimos a declaraciones de gente que cuenta con que esta sociedad no tiene memoria, y a los dos días dicen lo contrario sin rectificar como si siempre hubiesen defendido esa postura. En la poesía la memoria es prioritaria y con la historia por delante.
-¿Se refiere en concreto al político de la 'coleta morada'?
-A un señor con coleta, a un señor con cara de presidente en funciones, a un señor que de pronto es la nueva cara de la derecha y habla en nombre de los ciudadanos, a un señor que representa al partido socialista o a un señor que representa a IU, a la que dio por liquidada para pasarse a Podemos y que ahora se presenta como salvador del partido, porque en Podemos le dieron con la puerta en las narices. Vivimos en una sociedad donde la táctica está liquidando los principios de manera clara. Es llamativo que alguien, en la misma noche de las elecciones, diga cuáles son las líneas rojas y, dos días después, diga que no hay líneas rojas. Me parece que los jóvenes rostros participan tanto de la sociedad del espectáculo como los viejos rostros.
-¿Se ha sobrevalorado la juventud?
-Yo creo que plantear el debate como los jóvenes contra los viejos es falso. Es peligroso ser un viejo cascarrabias que piensa que todos los jóvenes son tontos, igual de peligroso que los jóvenes que piensan que están inventando el Mediterráneo y que los mayores no tienen nada que aportarles.
-Puede ser una herencia del fútbol, donde se valora más a un joven con proyección que a uno ya consolidado pero treintañero...
-Los aficionados al fútbol tenemos un cursillo acelerado del paso del tiempo, comencé viendo a los jugadores como niños y ahora los que me parecen unos críos son hasta los árbitros. Pero yo me niego a establecer el debate entre lo joven y lo viejo porque es propio de una sociedad que quiere invitar a la gente a perder la memoria. Es la sociedad del consumo, del deseo inmediato, la que intenta borrar el pasado y santificar la individualidad. Contra todo eso me enfrento en el libro.
-¿Qué dice Lorca de la muerte de la poesía?
-Recuerdo ese fragmento Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, donde dice "no quiero mentiras, a la muerte hay que mirarla cara a cara". Esa forma de olvidarse promesas y de esperanzas falsas está en su forma de encarar la muerte de la poesía.
-¿Cuál sería el epitafio perfecto de la lírica?
-La poesía es una vocación, no es una simple dedicación ni una forma de ganar dinero, es lo que le ha dado sentido a mi vida y forma parte de mi compromiso con el ser humano. Yo propugno una poesía cercana, que no confunda la calidad con el hermetismo. Ahora, a través de las redes sociales, se están vendiendo muchos libros de poesía y se venden más que las novelas. Pero la poesía no debe someterse al mercado.
-Por lo que cuenta del hermetismo, ¿detesta como lo hacía Ángel González la poesía de Paul Celan?
-Me parece un poeta estupendo, pero una cosa es mi mundo como autor y otro como lector. A la hora de fundar mi tradición tengo más que ver con Machado o Baudelaire que con Celan. Me gusta mezclar mundos, es algo que siempre ha estado en mi mesa de trabajo.
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