Las enfermeras granadinas tienen establecido por agenda las visitas domiciliarias a sus pacientes.
CARMEN MARCHENA, GRANADA
Las enfermeras a lo largo de la historia han sido consideradas las figuras más cercanas del servicio de salud para el paciente, denotando sensaciones de tranquilidad, cuidado y confianza. Una evocación que, para muchos, no se extiende a otras categorías de la jerarquía sanitaria. La Atención Primaria abarca diversas funciones que comprenden todas las atenciones necesarias de una persona a lo largo de su vida.
Ana Baena es Coordinadora de Enfermería del centro de salud Zaidín Centro y junto a la enfermera gestora de casos del mismo centro y Mirasierra, Paula Herrera, son las encargadas de coordinar una de las partes fundamentales de este trabajo, la atención domiciliaria. "Además de realizar pruebas diagnósticas o de prevención, extracciones e inyectables, existen otras labores en nuestro trabajo que aún se desconocen", comenta Ana Baena. Estas enfermeras llevan años impartiendo talleres en su centro y en diferentes asociaciones sobre consejo dietético, deshabituación tabáquica o prevención de la obesidad infantil. Desde hace dos años desarrollan talleres enmarcados en la 'Escuela de pacientes'.
La atención domiciliaria se centra en pacientes con un perfil frágil, inmovilizado o derivados de altas hospitalarias que precisan de un seguimiento. "La mayoría de las personas que tratamos superan los 65 años, casi todos pacientes del centro con los que llevamos mucho tiempo trabajando", asegura Ana. Su presencia se hace más necesaria si cabe en verano, donde además se convierten en consejeras frente al calor para que las altas temperaturas no empeoren el estado de salud de sus pacientes.
Este periódico ha acompañado a Ana Baena en una de sus visitas domiciliarias, toda una experiencia que refleja el trabajo cercano y su efecto positivo en los usuarios de este servicio. Ana comienza su turno con una paciente a la que dice tener "especial estima". Su nombre es Carmen Berenguer, tiene 85 años y pese a vivir a dos calles del centro de salud su delicado estado no le permite apenas moverse desde la cama al salón. Carmen vive junto a su marido en una acogedora casa del Zaidín. Desde hace unos años, los numerosos achaques que padece le impiden desplazarse al centro de salud.
Ana llama a la puerta y le recibe Mirely Reyes, una joven que la familia de Carmen tienen contratada para que se encargue del cuidado de ella y de su marido, así como de las labores del hogar y demás quehaceres diarios. El recibimiento de Carmen en cuanto Ana entra por la puerta del salón se asemeja al de una madre con una hija, años luz del tratamiento común en una consulta médica.
Mirely acude a por los materiales que Ana necesita para las curas. Carmen se reincorpora como puede de su sillón, perfectamente escoltado por los retratos de sus cuatro nietos, a los que no cesa de nombrar. Debido a los problemas cardiovasculares que padece, sus piernas están repletas de úlceras, por lo que necesita curas de forma regular.
"Ana es la mejor, estoy deseando que llegue el momento de las curas y revisiones para estar con ella", comenta alegre esta mujer, que parece hacer caso omiso al dolor que le producen las curas tan sólo con mencionar a su enfermera. Ana acude cada dos días durante unos veinte minutos a casa de Carmen. "Principalmente le realizo curas y reviso su botiquín, pero también le examino los niveles de glucemia, le tomo la tensión y le controlo el sintróm ", asegura la enfermera.
Durante los veinte minutos de visita la sonrisa de Carmen permanece absorta ante la presencia de la enfermera. Ésta también enseña nociones básicas para las curas a su cuidadora, quien se encarga de mantener a la paciente con la mayor confortabilidad posible.
El marido de Carmen entra dentro del perfil de personas 'frágiles', es invidente y tiene una cuidadora durante dos horas al día gracias a la Ley de Dependencia. Con esta ayuda al menos puede salir a pasear o a realizar pequeñas gestiones fuera de casa. El desplazamiento de Carmen depende de la cuidadora y de sus hijos, quienes tienen que llevarla en coche a las consultas y revisiones médicas.
Mirely, que vive en el domicilio, asegura que esta mujer tiene muchas amigas con las que queda por la tarde en la plaza. "El día que no la llevo a pasear, están todas preguntando por ella. Sus achaques no le impiden ser una persona cariñosa y con buen humor". Una vez acabadas las curas y la revisión de los medicamentos, Ana pregunta y aconseja a Mirely qué debe hacer en el caso de que sufra algún dolor o contratiempo durante el día.
La enfermera dice que Carmen es de las pacientes que mejor acompañada y cuidada está. "Lo que se refleja en ella es síntoma de un cariño continuo", añade. La otra cara de la moneda también existe y se dan casos de personas mayores totalmente abandonadas por sus familias, sin ayuda y que son motivo de denuncia.
Ana Baena es Coordinadora de Enfermería del centro de salud Zaidín Centro y junto a la enfermera gestora de casos del mismo centro y Mirasierra, Paula Herrera, son las encargadas de coordinar una de las partes fundamentales de este trabajo, la atención domiciliaria. "Además de realizar pruebas diagnósticas o de prevención, extracciones e inyectables, existen otras labores en nuestro trabajo que aún se desconocen", comenta Ana Baena. Estas enfermeras llevan años impartiendo talleres en su centro y en diferentes asociaciones sobre consejo dietético, deshabituación tabáquica o prevención de la obesidad infantil. Desde hace dos años desarrollan talleres enmarcados en la 'Escuela de pacientes'.
La atención domiciliaria se centra en pacientes con un perfil frágil, inmovilizado o derivados de altas hospitalarias que precisan de un seguimiento. "La mayoría de las personas que tratamos superan los 65 años, casi todos pacientes del centro con los que llevamos mucho tiempo trabajando", asegura Ana. Su presencia se hace más necesaria si cabe en verano, donde además se convierten en consejeras frente al calor para que las altas temperaturas no empeoren el estado de salud de sus pacientes.
Este periódico ha acompañado a Ana Baena en una de sus visitas domiciliarias, toda una experiencia que refleja el trabajo cercano y su efecto positivo en los usuarios de este servicio. Ana comienza su turno con una paciente a la que dice tener "especial estima". Su nombre es Carmen Berenguer, tiene 85 años y pese a vivir a dos calles del centro de salud su delicado estado no le permite apenas moverse desde la cama al salón. Carmen vive junto a su marido en una acogedora casa del Zaidín. Desde hace unos años, los numerosos achaques que padece le impiden desplazarse al centro de salud.
Ana llama a la puerta y le recibe Mirely Reyes, una joven que la familia de Carmen tienen contratada para que se encargue del cuidado de ella y de su marido, así como de las labores del hogar y demás quehaceres diarios. El recibimiento de Carmen en cuanto Ana entra por la puerta del salón se asemeja al de una madre con una hija, años luz del tratamiento común en una consulta médica.
Mirely acude a por los materiales que Ana necesita para las curas. Carmen se reincorpora como puede de su sillón, perfectamente escoltado por los retratos de sus cuatro nietos, a los que no cesa de nombrar. Debido a los problemas cardiovasculares que padece, sus piernas están repletas de úlceras, por lo que necesita curas de forma regular.
"Ana es la mejor, estoy deseando que llegue el momento de las curas y revisiones para estar con ella", comenta alegre esta mujer, que parece hacer caso omiso al dolor que le producen las curas tan sólo con mencionar a su enfermera. Ana acude cada dos días durante unos veinte minutos a casa de Carmen. "Principalmente le realizo curas y reviso su botiquín, pero también le examino los niveles de glucemia, le tomo la tensión y le controlo el sintróm ", asegura la enfermera.
Durante los veinte minutos de visita la sonrisa de Carmen permanece absorta ante la presencia de la enfermera. Ésta también enseña nociones básicas para las curas a su cuidadora, quien se encarga de mantener a la paciente con la mayor confortabilidad posible.
El marido de Carmen entra dentro del perfil de personas 'frágiles', es invidente y tiene una cuidadora durante dos horas al día gracias a la Ley de Dependencia. Con esta ayuda al menos puede salir a pasear o a realizar pequeñas gestiones fuera de casa. El desplazamiento de Carmen depende de la cuidadora y de sus hijos, quienes tienen que llevarla en coche a las consultas y revisiones médicas.
Mirely, que vive en el domicilio, asegura que esta mujer tiene muchas amigas con las que queda por la tarde en la plaza. "El día que no la llevo a pasear, están todas preguntando por ella. Sus achaques no le impiden ser una persona cariñosa y con buen humor". Una vez acabadas las curas y la revisión de los medicamentos, Ana pregunta y aconseja a Mirely qué debe hacer en el caso de que sufra algún dolor o contratiempo durante el día.
La enfermera dice que Carmen es de las pacientes que mejor acompañada y cuidada está. "Lo que se refleja en ella es síntoma de un cariño continuo", añade. La otra cara de la moneda también existe y se dan casos de personas mayores totalmente abandonadas por sus familias, sin ayuda y que son motivo de denuncia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario