El feminismo ha sido secuestrado por una mezcla de radicalidad política y marginalidad existencial
Si, estuve allí, en la ya tristemente famosa Facultad de Derecho de la Hispalense la tarde en que, ante la pasividad de las autoridades académicas, más de cincuenta pacíficos ciudadanos vimos pisoteados nuestros derechos constitucionales, fuimos insultados y vejados durante cerca de dos horas por una banda de delincuentes organizados al más puro estilo bolivariano. Se podía palpar la indignación, pero el sentimiento predominante me parece era la tristeza que, como universitarios, muchos de los allí congregados experimentábamos. Los jóvenes llenos de odio que nos amenazaban e insultaban no se distinguían en nada, más allá de su estado en algunos momentos próximo a la histeria colectiva, de los alumnos con los que cotidianamente compartimos nuestras vidas; pero en ellos, especialmente en ellas, era patente el daño infligido por la monstruosa ideología que precisamente nos disponíamos a criticar como un universitario sabe y enseña: debatiendo libremente con todo aquel que crea que puede aportar algo a lo tratado. El feminismo ha sido secuestrado, cuando ya acariciaba el triunfo histórico de obtener para la mujer la plenitud de derechos y posibilidades, por una mezcla de radicalidad política y marginalidad existencial que, sin más base que el odio y la rabia, pretende someternos a todos a una clase de opresión hasta hoy inimaginable: la de impedirnos ser los hombres y mujeres que necesaria y gozosamente somos.
No muchas horas después, una multitud ululante se manifestaba en Barcelona para mostrar su solidaridad con los inmigrantes de países no europeos. El grito más coreado, según las crónicas, resultó ser "refugiados sí, españoles no". Reconozco mi estupefacción, mi desbordamiento moral ante tanta perversión, y no por español sino por la pericia de los monstruos para corromper de raíz todo lo que tocan, incluso las causas más nobles, sea la ayuda a los refugiados allí, la promoción de los derechos de la mujer aquí. En estas gentes no queda nada con lo que se pueda deliberar, discutir, ni siquiera contender.
¿Cómo luchar, cómo sobrevivir en este pantano de odio y vileza en que se hunde la sociedad española? Maritain, siguiendo a Gandhi y a Tomás de Aquino, recomendaba una al parecer infalible técnica de acción política: no atacar, resistir, soportar, sufrir con constancia. Pero, ¿tenemos hoy la fe que para ello se precisa?
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