A quién le va importar un árbol de menos si se puede colocar otra mesa que se traducirá en más ganancia
A Mateo lo despertó aquella mañana de sábado el sonido de una motosierra. El reloj pasaba unos minutos de las siete, y un poco más tarde, cuando salió a la calle, sobre las nueve, pudo comprobar como el árbol que hasta la noche anterior había permanecido inalterable frente al portal de su casa, simplemente había desaparecido. El ruido que había interrumpido su plácido sueño cobraba sentido. El que él no encontraba al hecho de que alguien hubiera decidido, por intereses particulares y espurios motivos, talar un inocente árbol cuyo único delito era el de encontrarse ubicado en medio de una de esas terrazas que los restaurantes para turistas montan ocupando toda la plaza.
Y es que el bueno de Mateo vive en plena Plaza Nueva y, claro, allí cada metro cuadrado cuenta, porque hay que rentabilizar la inversión y exprimirle el jugo al incauto turista dispuesto a rascarse el bolsillo, que de ahí todos pillan, empezando por el Ayuntamiento que tiene en la ocupación de la vía pública por los negocios hosteleros una de sus principales fuentes de ingresos, solo superada, seguramente, por lo que recaudan en sanciones de tráfico, a fuerza de zonas azules, accesos restringidos, cámaras fijas y coches equipados para que ninguna infracción quede impune. Para ese capítulo el consistorio siempre dispone de fondos, pues los montantes no son gasto sino una productiva inversión que ha convertido a Granada en una de las ciudades que más sanciona y más recauda en multas de tráfico. Así que a quién le va importar un árbol de más o de menos si en su lugar se puede colocar otra mesa con sus cuatro sillas que se traducirán en más ganancia. Solo al romántico, al trasnochado de Mateo, que, fíjense si lo será, que se ha dedicado toda su vida a coleccionar instrumentos antiguos, a rescatar, como el folklorista que es, tonadas centenarias de la Alpujarra, letras y melodías cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y sin cuyo concurso muy probablemente, muchas de ellas serían ya un patrimonio cultural inrastreable, inencontrable, perdido para siempre.
Pero Mateo, como no es ni indie ni moderno, jamás contará con el reconocimiento de las instituciones, ni le darán la puñetera púa ni la palmadita en la espalda por todo lo que ha hecho por la música granadina. Ni falta que le hace ni un bledo le importa. Él seguía indignado esa noche, cuando nos contaba lo ocurrido, a un amigo, poeta, por más señas, y a un servidor, mientras señalaba el lugar donde se había perpetrado el atentado y clamaba: "Ni el tocón, no han dejado ni el tocón".
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