Sobre la consistencia de la recuperación económica |
Aunque la economía española no ha recuperado aún los niveles de producción y empleo previos a la crisis, nos encontramos en una fase de recuperación que sorprende por su intensidad en comparación con otros países de la Unión Europea. En este escenario dinámico es pertinente preguntarse por los factores que están haciendo posible la recuperación y la consistencia de la misma.
En relación con los factores determinantes de la recuperación, el debate se centra en saber si es consecuencia de las reformas del Gobierno, del comportamiento de los agentes privados o de circunstancias internacionales favorables. Esta última ha sido la explicación prioritaria de muchos analistas, y no les falta razón, pues el bajo precio del petróleo y otras materias primas, los bajos tipos de interés y las facilidades financieras del Banco Central Europeo, la depreciación del euro y la recuperación de nuestros principales mercados de exportación y turístico han jugado muy favorablemente para la recuperación. Pero es innegable el esfuerzo de los ciudadanos: la contención salarial, la resistencia de muchos empresarios al cierre de sus empresas y el esfuerzo de otros para reinventar sus negocios o abrirse a los mercados exteriores han permitido mejorar la competitividad de la economía española. Y también algunas reformas gubernamentales (la laboral y la financiera singularmente) han contribuido a la recuperación, aunque sean reformas imperfectas y queden muchas por hacer.
Por otra parte, conforme avanza el ciclo observamos que, a diferencia de otras fases de recuperación de la economía española en las que el aumento de la demanda interna disparaba las importaciones y aumentaba los costes de producción generando déficit exterior, endeudamiento y pérdida de competitividad, la actual fase de crecimiento está siendo compatible con el equilibrio exterior, lo que viene determinado por un notable aumento y diversificación de las exportaciones mientras que las importaciones aumentan con más moderación, a la vez que se están produciendo aumentos de productividad superiores a los salarios, lo que permite aumentar la competitividad.
Pero, ¿va acompañada la recuperación de un cambio en el modelo productivo? Para responder a esta pregunta he tomado en consideración los cambios en la estructura de la producción (según la Contabilidad Nacional, disponible para el periodo 2006-2015) y de la ocupación (EPA 2008-2016). Los resultados más significativos han sido: reducción muy notable de la producción y el empleo en el sector de la construcción e inmobiliario, y con cierta intensidad de las actividades financieras; también ha disminuido el empleo en algunas ramas industriales como la fabricación de productos metálicos y no metálicos, metalurgia, muebles, madera, textil y confección. Los aumentos más significativos corresponden a hostelería, comercio, sanidad, educación y administraciones públicas, y con menor peso en actividades administrativas, profesionales, científicas, recreativas y algunas industrias. De lo anterior puede derivarse que no se han producido avances significativos en actividades intensivas en innovación y empleo altamente cualificado, aunque también han aumentado su presencia algunas actividades más dinámicas, como algunos servicios profesionales, investigación y algunas manufacturas.
Los cambios de modelo productivo son lentos y complejos, y requieren de dotación factorial (formación cualificada, inversión empresarial, I+D), que no se improvisa. Si el consumo y el turismo han sido los factores que han tirado fundamentalmente de la demanda no es de extrañar que existan más incentivos para invertir en actividades relacionadas con ellos que en otras actividades. En consecuencia, si no surgen incentivos diferentes no se producirán cambios sustantivos en nuestro modelo productivo, lo que nos condenará a una especialización basada en actividades de baja y mediana complejidad tecnológica y empleos de baja cualificación, lo que solo será sostenible si se mantienen bajos los costes de producción.
Si deseamos disponer de una base productiva generadora de mayor valor añadido y empleos de mayor calidad es necesario que se vaya produciendo un cambio hacia una estructura productiva y de empleo con más peso de actividades intensivas en conocimiento y demandas en expansión. Por tanto, el reto del nuevo modelo productivo sigue siendo central para el futuro económico de nuestro país, aunque nunca se plantea como urgente. Éste en un buen momento para enfrentarnos a este reto porque estamos en una fase de crecimiento, con bajos tipos de interés, muchas empresas se encuentran saneadas para abordar proyectos ambiciosos y existe un panorama político de cierta estabilidad para abordar reformas que favorezcan la innovación.
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