- La ciudad autónoma recibe una presión migratoria constante que se ha incrementado en la valla
- La población española asimila con normalidad una situación excepcional
La zona de la valla de los dos asaltos de este mes.
DAVID CERVERA
Esta noche ha llovido tierra en Ceuta. Los coches han amanecido comidos de barro y la camarera cuenta a una conocida que vaya la hora a la que se le ocurrió poner una lavadora con toallas blancas. Los meteorólogos dicen que es arena del desierto. Es la misma arena que pisó hace meses Abdelmalik; el mismo desierto que cruzó. El joven asegura que muchos de los que iban con él murieron durante la travesía.
Abdelmalik dice que sólo tiene 16 años. Lo parece. Es de Senegal y su sueño es jugar al fútbol en Europa. Pasa la tarde en los alrededores del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) sin hacer nada en particular. Está en el CETI porque es uno de los 854 que ha llegado a Ceuta en los dos asaltos a la valla perimetral de estos días atrás. Dos entradas así, con tantos subsaharianos consiguiendo acceder a la ciudad autónoma, es una situación excepcional.
Al otro lado de los 8 kilómetros del doble vallado, en el lado marroquí, no hay desierto, sino montes con bosques frondosos. Se aprecian desde este enclave elevado de la zona conocida como Sidi Ibrahim. Ahí abajo, área reservada, tuvieron lugar las entradas. Prendas que vestían los migrantes hollan la ruta que emprendieron a continuación. Desde aquí, un vistazo de norte a sur, un barrido de sur a norte. El límite metálico serpentea y se pierde entre los horizontes. Lo que no se ve es lo que relatan fuentes no oficiales: entre el verde se esconden un millar de subsaharianos esperando su oportunidad. Quizá haya que esperar. El Observatorio del Norte de Derechos Humanos señala que Marruecos los está dispersando.
En estos momentos se han juntado en la ciudad 1.200 migrantes, pero hubo 1.400 a inicios de semana. Demasiados para el CETI aunque se habiliten tiendas en zonas comunes. El Gobierno organizó un campamento paralelo en el aparcamiento de unas instalaciones que hay justo al lado, un centro ecuestre. Por eso una niña trota con su equino y a diez metros un chico subsahariano pelotea con un viejo balón. También está Yannick. Es de Camerún. Se señala una cicatriz en el rostro. Ha sido duro llegar. Lo explica con palabras y con una mirada apagada.
Lo normal es encontrar semblantes sonrientes como el de Abdelmalik y no taciturnos como el de Yannick. Saben que en la inmensa mayoría de los casos España no puede realizar la extradición. En el CETI tienen comida, vestimenta, alojamiento y atención social de Cruz Roja. Pueden salir y en cuatro o seis meses serán trasladados a un centro de acogida de alguna ONG en la península.
Ceuta recibe una presión migratoria constante, que ha incrementado lo del perímetro. El año pasado entraron de forma irregular 2.522 migrantes, según el registro de la delegación del Gobierno. En sólo dos madrugadas de febrero, por lo tanto, ya se ha alcanzado el 34% del total de 2016. En los últimos seis meses se ha constatado un cambio en el método con el que los migrantes tratan de pasar por la valla. Ahora no intentan saltarla, sino atravesarla. Fuerzan las puertas con mazas y cortan la red metálica con cizallas.
La Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) subraya que los intentos se realizan con agresiones a los pocos agentes que la custodian. Son amenazados con barras punzantes a través de la malla mientras la valla es violentada. La AUGC denuncia que no tienen autorizado el empleo de las medidas coercitivas o disuasorias adecuadas y carecen de un protocolo de actuación. "Aquí se masca la tragedia. La cuestión es de qué lado caerá", recalca Omar Mohamed, su secretario general en Ceuta.
En la ciudad todos creen que si hay saltos es porque Marruecos mira para otro lado. Fuentes de la Delegación del Gobierno remarcan que no hay ningún motivo para pensar que los últimos acontecimientos hayan sido tolerados por el país vecino por voluntad y que es una especulación de la prensa interpretar la crisis de estos días como una presión política.
"La comunicación y la cooperación con Marruecos es permanente. Se está tratando de gestionar conjuntamente este fenómeno, que tiene unas dimensiones que nos está desbordando a todos", manifiesta del delegado del Gobierno en Ceuta, Nicolás Fernández Cucurull.
La presión migratoria. Las entradas clandestinas también se producen en dobles fondos de vehículos que pasan por el Tarajal o mediante embarcaciones. Es más, la valla se lleva los titulares, pero Clement Núñez, director de Salud, Socorro y Emergencias de Cruz Roja Ceuta, hace ver que el 75% de las atenciones prestadas por la organización en 2016 provinieron de ese "goteo diario que no sale en ningún lado".
El Tarajal es un universo en sí mismo. 30.000 criaturas al día. Las porteadoras cargan productos de todo tipo desde las naves del polígono para los comerciantes del otro lado de la frontera. La Policía Nacional ha visto permisos de residencia sellados en Barcelona o Valencia, gente que viaja a la ciudad autónoma para ganarse la vida de esta manera. De todo Marruecos se emigra hacia la provincia de Tetuán para fijar en ella la residencia. Así sólo necesitarán el pasaporte para franquear los tornos. Allá, el alto edificio blanco, se otea Castillejos. Se calcula que ya tiene más habitantes que los 85.000 de Ceuta.
"Ceuta tiene unas peculiaridades, por su condición fronteriza, que conllevan un consumo de muchos recursos humanos", explica Juan Carlos Linares, secretario provincial en la ciudad autónoma de la Confederación Española de Policía (CEP), que también reclama más medios en esta zona.
Ceuta, la vida en la frontera, la vida de la frontera. "Nos pasaría a cada uno de nosotros. Quieren avanzar en la vida. Han leído, visto y oído que hay un lugar mejor y quieren llegar a él", expresa Paula Domingo, de la asociación Elín, una de las entidades que trabaja con personas migrantes en la ciudad.
La localidad lo vive con naturalidad. Es mediodía y la gente toma cañas en el centro. Las terrazas están llenas de sol y de aceitunas. Nada hace pensar que en estos mismos momentos se esté gestionando una crisis migratoria. "Estamos en cuarto de inmigración. Llevamos mucho tiempo conviviendo con este fenómeno", resalta Maite López, antropóloga social y cultural.
El CETI está a cuatro kilómetros de la puerta de Zara. Por el centro apenas se ven subsaharianos, ni siquiera estos días. Ismael, taxista, todo el día para arriba y para abajo, explica que los "morenos" ni se hacen notar. Si acaso se encuentran algunos de aparcacoches o con los carritos en los supermercados, para sacarse algo para el teléfono o cigarrillos. Hasta que atraque el ferri por el que han venido.
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