Las universidades de Cádiz y Sevilla se han visto sometidas al ataque feroz de la intolerancia y el fanatismo
Con la complicidad entusiasta de algunos y medrosa de los más, como está mandado desde los tiempos de los faraones, vemos surgir ante nuestros ojos el nítido diseño de la tiranía que llega con el firme propósito de reducir a escombros los últimos espacios de libertad espiritual, la Universidad entre ellos. En sólo unos días, dos de las andaluzas, las tan queridas para mi de Cádiz y Sevilla, se han visto sometidas al ataque feroz de la intolerancia y el fanatismo.
El primer caso puede que sea conocido, pero sin duda no lo bastante, pues es un ejemplo en el que se reúnen todos los ingredientes del trato despótico y el sectarismo. La Universidad de Cádiz había cedido el uso de una de sus aulas, mediante alquiler y según lo establecido en su propia normativa, a unas entidades educativas muy arraigadas en la provincia para la celebración de una conferencia del profesor de Medicina Jokin de Irala, catedrático de una respetable y prestigiosa universidad española, la de Navarra. Un evento al que se acudía por invitación a la que habían respondido, reservando localidad, varios cientos de personas. Pues bien, en el último momento la autoridad académica decidió rescindir la cesión del salón ante la campaña suscitada contra conferencia y conferenciante en las redes sociales. Motivo: el doctor de Irala pretendía hablar de la homosexualidad en términos científicos, aunque presumiblemente poco compatibles con el credo LGTB (me niego a seguir añadiendo letras al horrible acrónimo). Y ante eso, nada vale el compromiso con los organizadores, el prestigio del conferenciante y los derechos de los ciudadanos que ya habían confirmado su asistencia.
El segundo episodio lamentable es sevillano y a estas horas del miércoles en que escribo pudiera estar a punto de perpetrarse. Un coloquio sobre ideología de género, programado para hoy en la Facultad de Derecho, con participación inicial de representantes de los principales partidos democráticos, ha sido puesto en entredicho por la sección LGTB de Podemos, que lo califica de "neomachista". Sin cortarse un pelo, los neocomunistas ha exigido a la universidad la suspensión del acto y la intervención de los organismos feministas de la Junta, que nadie imaginó se fundaban para suprimir la libertad de expresión de los ciudadanos que acatan las leyes. La resistencia es un deber moral, siempre lo fue. ¿Ya no?
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