TRIBUNA
Anamnesis |
Cuenta la anécdota que ante la pregunta por la innovación más importante en la medicina de su tiempo, Marañón respondía siempre: la silla. La silla que permite al médico observar, escuchar a su paciente e iniciar la anamnesis. Todavía la relación médico-enfermo se basa en ese modelo presencial de encuentro con el paciente, sentado al otro lado de la mesa o reclinado en la cama del hospital, pero ahí.
En la vieja Grecia se intentaba vencer la enfermedad toda vez no fuera manifiestamente mortal. Con el cristianismo se introdujo un principio de compasión en el trato. Y con la modernidad llegó una promesa de felicidad, el dominio de la razón, y se creyó que gracias al progreso del conocimiento, la enfermedad quedaría vencida y el hombre viviría casi eternamente en estado de perfecto bienestar, llegándose a asumir la máxima proclamada por la OMS: "Salud para todos en el año 2000".
En las últimas décadas ha aparecido un cierto desencanto ante esa idea de progreso. Ahora que somos depositarios de tan avanzada tecnología, ni esta ni el progreso científico logran erradicar la enfermedad. En su afán por superar límites, la tecnología médica puede confundir la diana y acabar estirando el brazo más allá de la manga.
Hay algo más. Los avances en neurociencias consolidan la hipótesis del psiquismo inconsciente. Las explicaciones de la dimensión psíquica dejan ya de enfocarse en la conciencia inexplicada. Así se titula el último ensayo del profesor Juan Arana, una innovadora discusión sobre la conciencia. De esta singular y misteriosa propiedad humana, el ilustre académico sostiene que no sólo se rige por leyes naturales sino que es fuente de ellas, y que es imposible explicarla desde la mera evolución biológica. Así las cosas, lo que hoy adquiere renovado interés por explicar la psique es el significado o el sentido. Freud consideraba que un acontecimiento posee sentido si puede ser ubicado en una secuencia de sucesos que siguen una dirección o propósito.
Mente y cuerpo no son, como postulaba Descartes, dos realidades diferentes, sino una misma sustancia con dos modos diferentes de registrar la realidad. El cuerpo humano tiene un significado que sirve a un propósito. Al examinar un órgano se explica su estructura íntima en base a su función. Y esa función está al servicio de un propósito mayor.
Si la vida mental, con su abrumador dominio inconsciente, se define por su significado, la estructura biológica al servicio de un propósito es psíquica sin dejar de ser física. No se concibe un cuerpo vivo desprovisto de psiquismo si la función que explica su estructura lo convierte en cuerpo animado. Lo expresó el poeta inglés William Blake: "llamamos cuerpo a la parte del alma que se percibe con los cinco sentidos y alma al sentido que, en su doble significado de sensibilidad e intención, caracteriza y anima al cuerpo".
Imaginando el mundo psíquico como un escenario en el que transcurre un drama, el sentido aflora en la secuencia temporal de la narración. ¿Cómo puede un drama derivar en una enfermedad corporal? No hace tanto tiempo que la medicina reconoció el influjo fundamental de las emociones inconscientes sobre tantas enfermedades. No bastan los gérmenes patógenos o la simple disposición genética. Tales condiciones son necesarias, pero no suficientes. Se requiere un terreno fértil para que brote la patología.
Los estados afectivos condicionan el sistema inmunológico y el modo en que evoluciona una enfermedad. Las emociones no surgen de pronto al interpretarse un hecho. Derivan del modo en que se lucubran los acontecimientos para otorgarles significado. La vida emocional emerge desde la construcción de una historia que enhebra hechos en una dirección. No somos sólo átomos, también nos edifican historias que son tan universales como esos átomos.
Rara vez la enfermedad está fuera de los afectos íntimos. Parte de la vida emocional se oculta en el libreto histórico que le dio curso. En la anamnesis, en esa entrevista que recoge la vida del paciente, valorando su pasado y reconociendo su presente, se descubre una historia recóndita vinculada a intensos afectos. En ese diálogo se revela el drama con el que se fraguan las distorsiones de la fisiología, maltrechas narraciones ocultas que, sin resolver, acaban expresando debilidades corporales.
Al arrostrar el significado de una historia insoportable, el ser humano suele acabar relegándola a los sótanos de su conciencia. Historias que pertenecen al acervo universal y evocan en cualquier vida humana las mismas y sempiternas tentaciones rastreras del mundo. Pero los alambicados artilugios tecnológicos desconocen ese torpedo en la línea de flotación vital. Y mientras esa vía de agua no se cierre el navío todo se va yendo lentamente a pique.
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