No fue Hugh Thomas el mejor de los hispanistas británicos, pero sí quizás el que mejor los caracterizó
Nos unimos tarde, muy tarde, al coro de plañideras por la muerte de Hugh Thomas. Somos conscientes y pedimos disculpas. Pero no queríamos dejar pasar la ocasión de dar la cabezada, de mostrar impúdicamente el lacrimatorio rebosando en memoria de uno de esos ingleses que nos ayudaron a reconciliarnos con nuestra propia historia, tan contaminados como estábamos por la leyenda negra (esa posverdad protestante) y por nuestros demonios y complejos familiares. Mucho se ha escrito sobre el barón de Swynnerton en estos días y mucho se ha elogiado la que quizás es su mejor obra, los dos tomos de La Guerra Civil Española, un work in progress en el que el hispanista británico demostró su capacidad de evolucionar, de revisar sus propias tesis para pintar un fresco complejo y colorido donde otros, como algunos animales, sólo perciben el blanco y negro.
No fue Hugh Thomas el mejor de los hispanistas británicos. Sin duda, el más destacable de esa generación -si se le puede llamar así- es John Elliott. Pero se puede decir que es el que mejor lo aparentaba con su melena romántica y nevada, su elegancia desenfadada hija de la mejor tradición de Cambridge y su continua sorpresa ante el mundo. Elliott, un señor exquisito al que tuvimos el placer de entrevistar en una ocasión, tiene un aspecto demasiado profesoral y empollón, sin gracia en la indumentaria y el ademán, probablemente porque esas cosas le importen poco o nada, lo cual habla muy bien de él. Hugh Thomas, sin embargo, representaba esa Inglaterra ideal que tanto nos gusta y hemos imitado los andaluces, entre dandy y cultísima, aunque aquí siempre nos quedamos en el gusto por el tweed y otras elegancias mientras las bibliotecas crían telarañas. No hemos entendido nada.
Decía Mario Onaindia -un hombre que demostró que la redención es posible- que su verdadera vocación era la de ser "hispanista inglés". Con esto, imaginamos, intentaba mostrar su deseo de librarse de esa faja que aprieta y angustia al alma española, de poder ver el mundo con la curiosidad y el espíritu diletante de un Thomas o un Carr, de esgrimir el humor y la ironía como floretes con los que derrotar nuestros propios fantasmas. A nosotros, como Onaindia, también nos gustaría ser "hispanista inglés", pero mucho nos tememos que nos sobra hispanidad y nos falta anglofilia. Lástima.
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