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Decía Theodor Adorno que todos estamos de acuerdo en, al menos, un tipo de utopía: una en la que nadie pase hambre. Desgraciadamente, considero que se equivocaba o, si acaso, que una gran parte de los españoles no quiere que la gente deje de pasar penalidades si ellos pueden obtener más y más privilegios.
He ido concluyendo con el tiempo que el principal problema de esta sociedad es la consideración que ciertos individuos tienen de sí mismos. Sí, me refiero a ti.
Esa consideración, pese a las inseguridades, los miedos, la timidez... incluye casi siempre un «Me lo merezco» que puede absolutamente con todo lo demás, especialmente con la ética. Cuando una persona debe renunciar a un privilegio a favor de alguien que lo pasa mal, invariablemente sale esa consigna: «Es que me lo merezco», como si ese mantra estuviera por encima de la justicia, la moral, el amor, la solidaridad... Quienes insisten en esto se llenan luego la boca con ataques contra las dictaduras, las injusticias, el racismo, el clasismo, el machismo... Pero actúan con los mismos principios que todos esos «ismos». Sí, principios equivalentes.
Hace pocos días fue barajada en Andalucía la convocatoria de una huelga de profesores para que no se limitara la interinidad de los docentes a tres años. No conozco apenas a nadie en Madrid que haya decidido apoyarla. Por el contrario, he oído a personas decir que es lógico que la interinidad docente se mantenga por un tiempo limitado. No tienen en cuenta la enorme cantidad de «falsos interinos» contratados bajo esta figura para sortear los recortes. Por consiguiente, se ignora también que aceptar esa medida aumentará la precariedad en los centros educativos. Si se aprueba, no solo será más difícil convocar plazas con contratos estables y dignos. Además, al dificultar más la existencia de una gran plantilla fija, se complica la creación de colectivos de protesta por las condiciones laborales y se impide la consolidación de profesionales con experiencia. Por todo ello, la educación pasará a depender de un profesorado en constante rotación, siempre «en prácticas».
Al menos un 40% de los profesores de las universidades públicas madrileñas tienen contratos inestables. Una gran cantidad de ellos cobran sueldos por debajo de los 700 euros en plazas trampeadas por las universidades y necesitan otro trabajo para subsistir, por lo que no pueden investigar ni preparar suficientemente las clases. La situación del personal de administración y servicios es a menudo incluso peor.
No existe diferencia entre el empresario que explota a inmigrantes forrándose y el funcionario universitario que decide dejar de lado la solución a la precariedad a cambio de privilegios de los suyos.
La Universidad Complutense de Madrid, por citar el ejemplo más sangrante que conozco, ha usado toda la tasa de reposición de funcionariado durante dos cursos seguidos para mejorar las condiciones de sus profesores ya estabilizados: más salario, un nombre más rimbombante en la tarjeta de visita. Más de doscientos aumentos de privilegios por curso: más de 400 aumentos de privilegios. ¡Ni una plaza de estabilización este curso! Tras la presión de los sindicatos, ocho en el siguiente.
¿Es culpa de los equipos rectorales? ¡Sí!
¿Es solo culpa de ellos? No.
Es culpa de todos los empleados estables que, en Consejos de Gobierno, sindicatos, Juntas de Facultad y Departamentos no renuncian a ascender para que compañeros en malas condiciones laborales puedan salir de su situación. Votan en contra de destinar presupuestos y tasa de reposición a sus compañeros con contratos precarios. Callan cuando los representantes de estos profesores piden que se solucione el problema. Visitan despachos y pasillean exigiendo que se les mejoren sus privilegios.
Si cambiaran la actitud, si renunciaran a cobrar un poco más o a ese adjetivo en la tarjeta de visita a cambio de que las personas junto a las que trabajan mejoraran su situación, un montón de personas dejarían de pasarlo mal, de estar pendientes de un despido por un recorte.
Cuando hablas con todos estos «meritocráticos», lo primero que te dicen es que se lo merecen. Y les da igual el resto. Dicen haber trabajado duro, tener grandes currículos y que otras personas menos capacitadas tienen puestos mejores. Cuando les respondes que eso mismo pueden alegar sus compañeros precarios y que ellos lo pasan peor, te responden algunas de estas perlas:
- «Son luchas distintas. No deben mezclarse.» Sin embargo, el poder para el cambio lo tienen ellos y la lucha contra la precariedad depende directamente de que los recursos utilizados para sus privilegios vayan a los compañeros perjudicados. No, no son luchas distintas.
- «Quiero ser catedrático antes de jubilarme.» Ya, y esa investigadora necesita hacer su trabajo en condiciones dignas.
- «Ya pasé por eso. Ahora les toca a los demás.» No sé si vale la pena siquiera explicar la miserable inmoralidad de esta explicación.
- «Nadie les ha obligado a coger ese trabajo.» Otra inmoralidad que debería resultar obvia. En fin, a ti tampoco te ha obligado nadie a ser profesor titular de universidad.
- «Es bueno para el prestigio de la universidad, porque se consiguen proyectos de investigación, fondos...» Si todos los contratos precarios pasaran a ser estables, la mejora en investigación, la consecución de proyectos, la ampliación de redes internacionales gracias a los jóvenes (y ya no tan jóvenes) investigadores aumentaría muchísimo más que solo mejorando unas tarjetas de visita.
No.
Deja de tirar balones fuera. Deja de buscarte excusas para mirarte a la cara en el espejo por las mañanas.
La solución a los problemas de la sociedad pasa por dejar el «Yo me lo merezco» con el que la sociedad española ha llegado a la corrupción, los contratos-basura, el exilio de jóvenes talentos y el aumento de los niveles de pobreza. No existe diferencia entre el empresario que explota a inmigrantes forrándose y el funcionario universitario —equipos rectorales incluidos— que decide dejar de lado la solución a la precariedad a cambio de privilegios de los suyos. La misma inmoralidad, la misma falta de ética existe detrás.
Tengo un contrato inestable con una nómina de aproximadamente 1.800 euros netos. Soy un privilegiado, aunque mi empleo dependa de un futuro recorte. No tengo problema en ceder mi posibilidad de concursar a una plaza de funcionario, de aumentar mis ya considerables privilegios, si con ello se evita que haya compañeros en la precariedad. Me importa un pimiento si merezco o no merezco algo mejor. No soy cristiano, pero me gusta ese sentido moral cristiano teórico y lo defiendo. El amor y la justicia no existen sin el socorro al débil.
Cada empresario, cada político, cada funcionario e incluso cada empleado debe dejar la hipocresía del «Me lo merezco» mientras un compañero esté en condiciones precarias. Si no es capaz, su falta de carácter es denunciable como la de un niño malcriado. Que no presuma jamás de personalidad ni de moral.
Mientras mantengas el «Me lo merezco», no tendrás legitimidad alguna para quejarte de la corrupción, de que la gente ya no educa bien a sus hijos, de que cada uno va a lo suyo y mucho menos de que se haga justicia con tu «merecimiento», pues detrás de cada situación que denuncies se debe a que existe alguien que, como tú, opina que los demás deben pasarlo mal porque él se lo merece.
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