La noticia más triste del año |
Una de las noticias más tristes de este año tuvo lugar en Madrid. Una comisión judicial fue a un piso del barrio de San Blas para desahuciar al inquilino de un piso y terminó levantando el cadáver de un hombre que hacía cuatro años que había fallecido. Se llamaba Agustín y tenía 58 años. Murió en el otoño de 2013, pero no fue hasta este pasado mes de noviembre cuando se supo que hacía ya tiempo que había dejado de existir. Fueron a echarlo de su vivienda y se lo encontraron momificado. Si llega a tener la cuenta corriente un poco más abultada y hubiera seguido pagando los recibos de la luz, el agua o el teléfono, habrían tardado todavía más tiempo en descubrir su cadáver. Así es la sociedad en la que vivimos ahora: la gente se nos muere en sus casas más sola que la una y sin que nadie le eche en falta hasta que se vacía la cuenta corriente y empiezan a darle de baja de todos los servicios antes de darle de baja de la vida.
En España cerca de dos millones de personas mayores de 65 viven en la soledad de su casa. En ellas acumulan recuerdos, coleccionan enfermedades y mueren, en demasiados casos, abandonadas. Solucionar los problemas de dos millones de personas que en la fase final de sus vidas viven solas es mucho más importante que cualquier otro tipo de problema. Por ejemplo, una sociedad avanzada debería estar más preocupada por ellas que por los que quieren la independencia de una comunidad autónoma. En términos absolutos, ambos problemas suman dos millones de afectados, pero los primeros no están en la agenda política y los segundos están hasta en la sopa.
La sociedad exige la misma prisa para transitar por este mundo que para salir de él, de ahí que el Estado del Bienestar no tenga una respuesta de urgencia para las agonías prolongadas. Hace unos días un juez, Joaquim Bosch, publicó un tuit en su cuenta que tiraba de espaldas. Decía así: "Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición. No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad al que nos dirigimos". Ocurrió este pasado jueves en Málaga, con una persona de 70 años que fue localizada en avanzado estado de descomposición. Ese mismo día se localizó una segunda persona en otro inmueble de la misma ciudad. Posiblemente también murió sola. También ocurrió en junio en Sevilla, con un anciano de 88 años; en julio en Soria, con otro de 80 y en Cambre (La Coruña), cuando un ladrón descubrió el cadáver de una anciana de 90 años. Y volvió a ocurrir en agosto en Palma de Mallorca, también con una persona de 88 años. Y en Gran Canaria, con una anciana con 89. Y en muchos más sitios… Si no hubiera sido por el olor, estos muertos se habrían tirado meses en sus casas.
En su casa encontraron este pasado mes de noviembre a Agustín, de 67 años, y a su madre Aurelia, de 96. En Badia del Vallés, Barcelona. Ambos estaban muertos. Agustín la cuidaba, paseaba con ella, la aseaba…. Se murió Agustín, posiblemente por una insuficiencia respiratoria. Y se murió sin poder avisar a nadie, que uno no elige ni el día ni la hora en que se muere. Su madre Aurelia, dependiente y que padecía de alzhéimer, estuvo varios días en la casa con su hijo muerto, hasta que murió ella también. Según la autopsia, falleció por inanición. En la más absoluta soledad. Ni nadie podía creerse lo ocurrido, ni nadie se responsabilizó de los hechos. Inmediatamente conocimos que se abría una investigación para determinar qué pudo ocurrir con la empresa de servicios que les prestaba asistencia a iniciativa municipal. De la conclusión de lo investigado no he encontrada nada, transcurrido más de un mes de los hechos.
No existen datos para calibrar con exactitud este problema. Y tiene su explicación, aunque se trate de una mala explicación burocrática. Una vez que se alza el cadáver de una de estas personas y una vez descartada la muerte por un posible delito, se archiva el caso. Y ahí se acaba todo, ya que no queda rastro oficial ni institucional de las circunstancias del fallecimiento. Lo explicaba el propio juez Bosch, advirtiendo de que se trata de unos hechos que cada vez ocurren con más frecuencia, pero del que no existen estadísticas fiables. Una sensación que el juez dice ha compartido con médicos forenses, secretarios judiciales y empleados de servicios funerarios.
El escritor Juan José Millás dijo una vez que las personas frágiles se rompen por dentro. La mayoría de las veces por miedo, por miedo a la soledad. Hace unos años unos médicos de Estados Unidos realizaron un estudio sobre ancianos que vivían solos en sus casas y llegaron a una conclusión obvia: la soledad aumenta el riesgo de morirse. Millás, que tiene una enorme capacidad de sacudirnos con sus artículos, hizo una reflexión, en uno de ellos, que podríamos hacer usted y yo mientras leemos estas líneas finales. Aquí la llevan: no sabemos cuántos pisos hay ahora mismo habitados por cadáveres de ancianos solitarios a la espera de que alguien descubra que lleva unos días muertos.
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