Impresiona, cuando uno hace memoria, la cantidad de apocalipsis que hemos sobrevivido
Aunque no lo quisieran, la memoria histórica es libre y cada uno recuerda lo que le parece. Incluso algunos estamos ahora muy divertidos haciendo el recuento de los desastres globales que nos han amenazado desde nuestra más tierna infancia: la superpoblación malthusiana, la gran hambruna, la falta de petróleo, la nueva edad de hielo, el agujero de la capa de ozono, el efecto invernadero, el calentamiento global, el exceso de petróleo, el cambio climático…
La tertulia es apasionante, pues siempre hay alguno que añade un apocalipsis que habíamos olvidado, como la invasión amarilla, que tanto desveló a Mafalda, o los ovnis, que tuvieron su momento, o lo nuclear, no gracias, o los asteroides, o el efecto 2000 en los ordenadores, o las macrobacterias. Todavía se pone más interesante el debate cuando discutimos las razones detrás de tanto alarmismo mundial.
Los más políticos defienden que hay una agenda oculta de los poderes en la sombra que así nos tienen entretenidos y, sobre todo, dominados. Nos imponen, a lo tonto, sus recetas al unísono o nos piden nuestros dineros para luchar contra el mal que se avecina. Ya los administrarán ellos para salvarnos.
No dudo que los políticos y los poderosos aprovechen estas pingües oportunidades, tanto las ideológicas como las económicas. Pero todo este pavor globalizado y escalonado responde a una causa más honda. Dejemos que lo explique Jünger: "El miedo humano es siempre el mismo en todos los tiempos, en todos los lugares, en cada uno de los corazones: es miedo a la muerte. Eso se lo oímos decir ya a Gilgamesh y lo escuchamos en el Salmo 90". Pero, como nuestra sociedad ha expulsado a la muerte, y no aparece ni en nuestras reflexiones ni en nuestro arte ni casi en nuestras vidas cotidianas, regresa, engrandecida, en forma de pavores globales. Las verdades que se tiran por la ventana llaman a nuestra puerta en forma de miedos expandidos.
Ocurre paradigmáticamente en Halloween, tan de monstruos, sustos sobreactuados y zombis histriónicos. ¿Acaso no vienen a reemplazar la memoria tranquila y profunda del Día de Difuntos? Apostaría a que la mayoría de los que no se acogotan ni se apocan con los continuos apocalipsis acoplados son aquellos que no han dejado de pensar en la muerte individual con respeto, sin ocultamientos ni tabúes. La memoria histórica está muy bien, y un buen memento mori es todavía más vivificante.
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