sábado, 7 de diciembre de 2019

La anarquista literaria elhuffingtonpost

Entrevista a la la profesora de literatura Elaine Freedgood a propósito de su último libro sobre “la invención del realismo” en la literatura victoriana.


ALEXANDER SPATARI VIA GETTY IMAGES
Pensaba que dar clases de literatura o ensayar una obra de teatro en una cárcel es algo poco realista, algo que solo hace Félix, el cincuentón de la novela La semilla de la bruja, de Margaret Atwood. Pero no: la profesora de literatura Elaine Freedgood también ha impartido clases en una prisión. Bien pensado, no tiene mucho sentido decir que algo real es poco realista. He entrevistado a Freedgood a propósito de su último libro sobre “la invención del realismo” en la literatura victoriana. Los profesores de literatura española huirán de esta entrevista porque la época victoriana no va con ellos. A reeducación los mandaba yo. Salgan de sus prisiones mentales y aprendamos todos con las sabias observaciones de Elaine:

ANDRÉS LOMEÑA: Su libro Worlds enough propone cómo reescribir la historia de la novela. A mí me enseñaron que Rojo y Negro era el paradigma del realismo francés y hay una serie de motivos por los que me cuesta aceptar esa idea. Como su análisis se centra en la novela victoriana, le pregunto por qué la crítica encerró la ficción en la prisión del realismo literario.
ELAINE FREEDGOOD: El realismo ha existido como término de la crítica literaria durante mucho tiempo, pero no fue considerado como un sinónimo de excelencia: se usaba con frecuencia para desacreditar el excesivo detalle de autores como Dickens. La idea que defiendo en el libro es que a finales de los setenta y principio de los ochenta, el realismo se recuperó de una forma paradójica: se convierte en algo apreciado “y” reaccionario a la vez. Es poderoso ideológicamente porque fortalece al “burgués verdadero”, y ese poder confiere prestigio a su forma. Hillis Miller empieza este cambio, junto con D.A. Miller, Fredric Jameson y Catherine Gallagher, hasta llegar a Franco Moretti.
A.L.: Quizás el realismo es solo un gran paréntesis en la historia de la novela y el siglo XIX fue una excepción donde los lectores evitaban recursos como la metalepsis [salto de un nivel narrativo a otro].
E.F.: Sí, creo que el realismo crea este centro de gravedad en la historia de la novela, un momento tanto de desarrollo como de declive (ya que la cumbre del desarrollo es también un momento de desfallecimiento). El crítico George Levine lo tilda de “error histórico”. Mi idea sería eliminar la periodización. Esto implica una aspiración de carácter curricular que tengo para los departamentos de lengua estadounidenses (por ejemplo, pensemos en la descolonización). Sin periodización, podríamos tener a una persona en cada campo de la literatura inglesa y eso daría espacio a los especialistas en literatura étnica, indígena, teoría crítica y un largo etcétera. Esto no es tan radical: de hecho, es como funcionan la mayoría de departamentos de literatura comparada en Estados Unidos, aunque muchos cursos sean todavía muy eurocéntricos.
A.L.: Paul B. Preciado escribió un artículo donde reivindicaba la figura de Kathy Acker como  la Shakespeare de nuestro tiempo. En honor a la verdad, me decepcionó que no supiera plantear un canon alternativo convincente.
E.F.: No quiero proponer ningún canon: quiero que leamos más de todos los géneros y que dejemos de repetir las relecturas obsesivas en torno a Joyce y James (y no es que no me gusten, sobre todo a James). Tendríamos que leer ficción nigeriana (una tradición extremadamente rica que continúa marginada), así como literatura brasileña, hindú y coreana (también ver su cine, aunque quizás en menor medida). No creo en un currículo o programación. Soy una anarquista literaria.
Me encanta enseñar literatura, pero soy bastante consciente de que mis conocimientos tienen un impacto muy limitado.
A.L.: Me consta que conoce la profesión de enfermería bien. Me pregunto si se debería explorar una ética del cuidado en un mundo egoísta como el que vivimos a través de la literatura.
E.F.: Creo que los estudios literarios podrían fusionarse con los estudios de medios, un grupo de académicos con los que nos podríamos haber juntado hace tiempo. Me encanta enseñar literatura, pero soy bastante consciente, sobre todo tras haber enseñado en una prisión durante varios años, de que mis conocimientos tienen un impacto muy limitado. Eso nunca me ha importado, y tampoco es que esté muy interesada en producir más crítica literaria. Ahora estoy intentando escribir un artículo sobre las conexiones que encontré accidentalmente entre la Universidad de Nueva York y la prisión Sing Sing, lo que incluye el uso de cadáveres de reclusos en la facultad de medicina (hubo más personas ejecutadas en Sing Sing que en ningún otra cárcel de Estados Unidos).
A.L.: ¿Qué novela elegiría como la más postmoderna de la literatura victoriana?
E.F.: ¡Magnífica y difícil pregunta! Creo que todos los géneros de ficción (literatura de fantasmas, ficciones sobre la rebelión en India, novela detectivesca o sentimental) tienen lo que nosotros (erróneamente) llamamos elementos postmodernos porque no se resuelven en un único mundo coherente. Una novela que se podría parecer a la postmoderna Casa de hojas podría ser La feria de las vanidades de Thackeray.
A.L.: ¿Y la más premoderna?
E.F.: Volvería a citar a Thackeray, que puede ser parecido a Fielding, del siglo XVIII. 
A.L.: ¿Y la más victoriana, sin serlo?
E.F.: Creo que Zadie Smith aspira a escribir literatura victoriana, pero no creo que ella pueda hacerlo porque incurre demasiado en “tipologías”, sobre todo en Dientes Blancos, lo que quiere decir, en términos de extensión y número de personajes, que está emulando la amplitud de las novelas victorianas. Quizás Krasznahorkai en cuanto a ambición, aunque confieso que no pude terminar sus novelas. Bolaño parece un novelista por entregas porque han publicado una novela detrás de otra cuando ya había fallecido. Los detectives salvajes podría valer, pero cuando leí 2666, que encontré devastadora, pensé: este es el primer escritor realista que he leído en mi vida. 
A.L.: ¿Cuál es el último gran libro que ha leído?
E.F.: Tell Her Everything de Mirza Waheed. Está escrito en segunda persona, como una especie de carta no escrita de un padre a su hija. Él confiesa la violencia que usó como agente del gobierno (para Reino Unido o India, no está claro) y me quedé esperando a que revelara los detalles de esa violencia. Nunca se da esa información y lo que comprendí es que todo el mundo sabe el tipo de tortura que incluso algunos médicos respetables pueden llegar a aplicar.
Soy gruñona y reivindicativa, y me he dado cuenta demasiado tarde de que una universidad capitalista no va a ir mejor que cualquier empresa media.
A.L.: ¿A quién le daría el Nobel de Literatura?
E.F.: Si se lo pudiera dar a una persona fallecida, sería a Etheridge Knight, un poeta que pasó gran parte de su vida en la cárcel. Tiene un poema devastador llamado haiku que trata sobre la vida en prisión. Resulta iluminador respecto a la adicción a las drogas, el amor a la familia y el odio, así como sobre el encarcelamiento como algo que no está hecho para corazones frágiles.
A.L.: ¿Y un premio de crítica literaria? 
E.F.: A Roberto Schwarz, el gran crítico brasileño que escribió Las ideas fuera de lugar. Él muestra cómo la novela brasileña del siglo XIX está marcada y literalmente interrumpida por la esclavitud.  
A.L.: ¿Alguna conclusión?
E.F.: Me gustaría hacer un club de lectura para personas que simplemente quieren leer, pero que no tienen los recursos o la confianza para hacer su propio club. Me gustaría seguir dando clases en la prisión, pero mi salud ya no me lo permite. Me gustaría hablar sobre libros fuera de la universidad, escuchar qué piensan las personas y qué creen que es lo importante en las novelas o la poesía. Estoy cansada de la universidad y también mi universidad está cansada de mí. Soy gruñona y reivindicativa, y me he dado cuenta demasiado tarde de que una universidad capitalista no va a ir mejor que cualquier empresa media. Durante demasiado tiempo admiré el ideal de la universidad. Culpo de esto a los geniales profesores que tuve en Columbia, especialmente a Steven Marcus, Edward Said y Gauri Viswanathan.

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