ELOY REVILLA | BIÓLOGO Y DIRECTOR DE LA ESTACIÓN BIOLÓGICA DE DOÑAN |
Los traspasos de poder en la Estación Biológica de Doñana, con sede en Sevilla, no suelen ser plácidos y en el caso de Eloy Revilla (León, 1971) no ha sido una excepción. Recién nombrado director de este centro de investigación que juega “en la Liga de Campeones” del orbe científico, Revilla es un biólogo conservacionista cuya tarea al frente de la institución pretende ser “continuista”. Con un tono pausado, Revilla se ofrece pacientemente a explicar el estado de especies de seres vivos que ven desaparecer su hábitat conforme pasan los años.
–¿Es conservador un conservacionista?
–Somos una especie animal, nos guste o no, y dependemos de la naturaleza. Conservarla es conservarnos. Desde una perspectiva política, todos deberían atender la conservación de la biodiversidad pues nos afecta a todos.
–¿Tenemos lince para rato?
–Sí, espero que nuestros nietos puedan disfrutarlo.
–¿Seguirá habiendo dinero europeo para el lince?
–Si los programas siguen funcionando, es de esperar que el dinero vaya disminuyendo. De todos modos, el lince se ha convertido en un emblema, lo que hace que las políticas de conservación tengan un cariño especial, aunque haya otras especies que en un estado similar siguen sin esa protección.
–¿Por ejemplo?
–La anguila. Su estado es crítico y, sin embargo, no está sujeta a políticas de conservación tan importantes. La anguila tiene un papel social relevante, pero no se hace lo mismo.
–El lince es un icono.
–Es un animal bonito y se vende solo. Pones una foto de un lince y la de una anguila y no es igual. O de una mariposa o una planta. Hay plantas de montaña obligadas a desplazarse hacia arriba por el cambio climático. Pero las montañas tienen una cima... Está ocurriendo en Sierra Nevada con especies poco llamativas para la gente.
–Otro icono es el lobo. ¿Ha vuelto a Cazorla?
–No. Y está lejos. La península tiene un amplio hábitat potencial para el lobo, no solamente en el noroeste. También en Sierra Morena y, lógicamente en Cazorla, pero no hay.
–¿Y en Sierra Morena?
–No estoy muy al día de los datos, pero probablemente tampoco haya.
–Está la célebre secuencia de Rodríguez de la Fuente dando leche a una camada de lobeznos.
–Félix ha sido crucial para inculcar valores conservacionistas y no sólo tomar la naturaleza de un modo utilitarista. En tanto la necesitamos, la debemos cuidar. Creemos que podemos vivir de modo independiente; que la naturaleza está ahí, como un bien cultural más, como si fuera un museo, y no es el caso. La naturaleza es el escenario en que se desenvuelve el hombre, que es una especie más.
–¿Hay menos gorriones en la ciudad?
–En Londres o Bruselas no quedan. Pero también está pasando en el campo.
–¿Qué está ocurriendo?
–Parece que hay factores, como la industrialización de la agricultura, que no les dejan espacio. Los edificios urbanos han perdido también los huecos para anidar. Las nuevas viviendas se cuidan de evitar oquedades. Antes, en esos huecos vivían vencejos, gorriones, palomas... También criaban en el arbolado viejo, pero los ayuntamientos los eliminan.
–¿Qué tal está sentándole a Doñana el paso del tiempo?
–Históricamente hablando, Doñana se salvó por la presencia de la malaria y por ser un cazadero para nobles. Eso permitió que se mantuviera hasta el siglo XX y, gracias a una serie de personas, se salvó en el último momento, al menos en parte, pues otra gran parte se transformó. Y sigue transformándose. Hay cultivos y pueblos donde un día estuvo Doñana, que está rodeada de actividad humana y situada en una cuenca hidrográfica con presiones que lógicamente van modificando el entorno.
–Los científicos registran miles de datos diarios de la marisma. ¿Qué indican?
–Que ha habido cambios importantes en los últimos 50 años. El tipo de marisma ha cambiado. La entrada del cangrejo rojo americano, por ejemplo, la ha variado. La marisma es ahora más turbia, hay menos patos buceadores; las aves han cambiado, los anfibios también... Hay más fósforo y nitrógeno debido a los cultivos intensivos del entorno, lo que provoca un exceso de nutrientes en el agua que, coloquialmente dicho, la estropea.
–¿A qué especies afecta?
–Ahora hay más flamencos por ser una marisma más bacteriana. A los patos mediterráneos los perjudica pero a las garzas les viene bien pues se alimentan del cangrejo, que es una presa que ha sustituido a los anfibios, a los que el cambio les ha venido fatal.
–Si dejan de volver las golondrinas, ¿vendrán otras aves?
–Puede ser o no. Las comunidades están simplificándose. Se van perdiendo especies, normalmente las de mayor tamaño, que son sustituidas por las comunes, las ubicuas, las que tienden a vivir en zonas urbanas. Al final acabamos teniendo lo mismo en todas partes. Es una especie de globalización biótica que hace que perdamos las características locales.
–La conservación de Doñana tiene rivales. ¿Hay agua para todos, también para el regadío?
–Debería haberla. La cuestión es cómo y con qué intensidad se riega. Si hacemos un mal uso del agua no habrá para todo. Hay que cumplir con la ley.
–¿Hay sitio para todos, también para las construcciones y el turismo?
–Doñana ha cedido una parte importante de lo que fue. Proyectos como el de la autopista entre Cádiz y Huelva, por ejemplo, no tienen un sentido ambiental ni económico.
–Y está el proyecto de gas, recientemente tumbado por una sentencia del TSJA.
–Ésa es una actividad incompatible con el espacio protegido.
–¿Queda Doñana aún para rato?
–Sí, pero será diferente. El cambio climático va a tener efectos importantes a medio plazo, pero no sabemos cómo. Pensamos que la cosas serán como han sido, pero la línea de costa hace cien años no era la de ahora. Doñana será diferente como nosotros somos diferentes año tras año.
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