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Lamentablemente, los consejos y métodos que aseguran que puedes poner en orden tu mente y tu vida ordenando tu casa están muy lejos de la realidad. Tener una casa ordenada y limpia tiene muchas ventajas, puede evitar quebraderos de cabeza, pero es completamente insuficiente para tener un pensamiento ordenado y acertado.
Para que los proyectos salgan bien, que las relaciones personales sean satisfactorias, desempeñar una profesión, proteger la salud… y mantener la alegría y la paz interior, todo ello simultáneamente, hay algo que es imprescindible y de lo que se habla muy poco. Se trata de pensar correctamente.
Para ordenar la mente de verdad hay que aprender a corregir las diferentes causas que la desordenan. Así, pensar correctamente, de forma realmente inteligente, no es una cuestión de decidirlo y hacerlo, ni de autoconvencerse, sino que a medida que se van corrigiendo los errores que producen el desorden va apareciendo naturalmente el orden mental.
¿Cómo?
El desorden mental es, en la actualidad, un estado habitual de los seres humanos. Se puede comprobar observando la dificultad para dejar de distraerse, o para estar un rato con la mente en silencio sin sentirse mal ni intranquilo. La inmensa mayoría de las personas tiene muchos pensamientos distractores o repetitivos a lo largo de todo el día, de modo que una parte del pensamiento está fuera de su control.
Como explicamos en nuestro nuevo libro Ordena tu mente para ordenar tu vida (Esfera de los Libros), son los diferentes errores psicológicos los que empujan a las formas incorrectas de pensar. Y uno de los mayores errores psicológicos que producen desorden mental es reprimir las emociones en un intento de evitar el sufrimiento.
Llevamos años difundiendo este hecho y parece que va teniendo su efecto a la vista del declive de los mensajes “positivistas” que empujan indirectamente a reprimir las emociones negativas pensando cosas bonitas, independientemente de la situación. Esas emociones bloqueadas, no comprendidas, aceleran la actividad del pensamiento y acaban desordenando los procesos del pensar.
Tampoco hay que dejarse arrastrar por las emociones ni, como se dice ahora, las emociones negativas son buenas y necesarias, no es así, más allá de que sirven como síntomas de que hay algo que resolver en tu interior. Algo similar al dolor físico, que es eficaz como alerta para recuperar la salud, pero cuanto menos dolor mejor.
Hábitos mentales perjudiciales
Así, de los diferentes errores psicológicos, surgen por ejemplo los hábitos mentales perjudiciales. Entre estos se encuentran insultarse mentalmente, o incluso verbalmente, algo que se hace con la esperanza inconsciente de mejorar, pero que, en realidad, produce el efecto contrario.
Fantasear es otro hábito mental perjudicial muy extendido, que puede producir desde un aumento de la frustración hasta una pérdida de contacto con la realidad. Pensar en imágenes es una capacidad muy beneficiosa del ser humano, que permite planificar, construir, crear… pero cuando se utiliza para imaginar situaciones que no han ocurrido y así generarse emociones se convierte en una ‘droga’ psicológica.
También produce desorden mental creer ideas erróneas, que además de generar confusión, producen otros problemas y malestar. Explicamos algunas de ellas en el libro, como por ejemplo la idea de que cuando se es mayor ya no se puede cambiar, lo cual es falso; o la de que cada uno tiene su realidad, idea que genera mucha confusión.
Lo mismo ocurre con la idea de que lo que se aprende de memoria puede cambiar a una persona, como alguien que memoriza los pasos para ser resiliente o empático, lo cual no funciona a medio ni a largo plazo. También con la idea de que la experiencia da sabiduría, cuando depende de lo que se entienda correctamente de dicha experiencia. Si de ella se extraen conclusiones falsas, no aportará ninguna sabiduría, por el contrario, aumentará la confusión.
Hay muchas de estas ideas erróneas que se comparten socialmente. Una es la de valorar ser independiente o creerse independiente, cuando nadie lo es realmente y las cosas salen mejor cuando se colabora, no cuando se intenta hacer todo por uno mismo. De igual manera ocurre con el ‘mantra’ de que ‘hay que ser fuerte’, que habitualmente conlleva la represión de los miedos, cuando en realidad para que a uno le vaya bien lo que hay que hacer es aprender a resolver esos temores, no ocultárselos a uno mismo o a los demás.
También producen desorden mental los llamados sesgos cognitivos, por ejemplo, que son errores comunes a la hora de razonar o valorar una situación. Algunos de estos sesgos conducen a dejarse manipular, o pueden llevar a conclusiones falsas o producir autoengaño.
Los sesgos cognitivos son un fenómeno psicológico involuntario que en la actualidad se afirma que son automáticos y muy difíciles de erradicar, pero en realidad, cuando se comprenden sus causas, como exponemos en el libro, se pueden corregir, y aumentar así la inteligencia y el bienestar.
Hay más
Hay muchos más errores en los procesos de pensar que conviene aprender a corregir para que las cosas salgan bien. El miedo al propio pensamiento es otra circunstancia muy extendida. Ocurre cuando surgen pensamientos intrusivos, pensamientos involuntarios catastróficos o agresivos que aparecen en la mente de la persona sin que esta sepa por qué. También cuando se evita conscientemente pensar en algo que hace sufrir, como un recuerdo doloroso, y se teme que un estímulo externo haga surgir el pensamiento de ese hecho, idea o recuerdo.
No somos el pensamiento
Y una de las cosas más importantes y trascendentes es darse cuenta, comprender, que no somos el pensamiento. La inmensa mayoría de las personas se identifican con su pensamiento, creen que ellos son su pensamiento. En realidad, es un instrumento, una parte del ser humano que ha de ser explorada y comprendida, pues el ser humano es mucho más que su pensamiento.
En definitiva, para pensar con inteligencia hay que descubrir los errores y comprender su génesis, sus causas verdaderas. Esto requiere un proceso de aprendizaje y, para llevarlo a cabo, el factor más importante es prestar atención, especialmente en la vida cotidiana, a lo que acontece dentro y fuera de uno mismo. Este aprendizaje es el que verdaderamente lleva a una sabiduría y felicidad crecientes en la vida.
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