El baño de realidad depura al individuo de sus ficciones (lo que cada uno hace con su vida, la vida lo hace con cada uno)
El juego de la realidad |
Ahora florecen en ciertos países, conforme se desdibujan sus identidades, patriotismos de corte un tanto tribal. Se percibe algo de decadencia en la renuncia a los asuntos sagrados; al mismo tiempo, también parece que los poderes espirituales insinúan puntos de vista un poco más profanos de lo habitual. Refiere R. Debray, tras la caída de la Unión Soviética y en relación a la Iglesia ortodoxa, que "cuanto menos espiritual es el poder secular, más secular se vuelve el poder espiritual". Puede que los órdenes políticos fundados en corrientes materialistas hayan sucumbido ya a la seducción de las realidades más inmediatas. Decaen los sistemas educativos, la escolarización pierde su disciplina fundamental, en los parlamentos la retórica y el debate sabio, en sentido kantiano, se vuelven monólogos de besugos mal articulados, y del hábito de lo razonable se pasa al culto a lo emocional y demagógico. Instituciones como la escuela o la universidad, depositarias del legado intelectual de los pilares griego y judío de nuestra tradición, se muestran indiferentes a la confusión entre verdad y opinión. Así, si la imagen subjetiva de la realidad que comparte la comunidad se ve dominada por la ideología -que ya sabemos que no busca conocer la realidad, sino arbitrarla- es difícil que esa comunidad pueda conjurar sus demonios. Los jugos emponzoñados que decantan sólo sirven para fertilizar en las gentes las semillas de la división.
Se ha dicho que una verdad es profunda cuando lo contrario es también una verdad profunda, y que es trivial si lo opuesto es absurdo. No creo posible una sociedad agnóstica por una razón que quizá no sea trivial: la fe, como el légamo, cohesiona a las comunidades. Imagine el lector cómo podría reunir fuerzas una comunidad de escépticos, que no se abre a un valor trascendente, como medida rectora, y con cada uno de sus miembro en lidia con el veneno de la duda. Quiere decirse que sea el mito del paraíso perdido o la Constitución americana, lo sagrado coexiste en la condición social, una coexistencia que también se da en el individuo, pues a pesar del progreso científico, o de la potencia alcanzada por la tecnología, seguimos siendo seres psico-orgánicos dotados de una dimensión social y otra trascendente. Y en esta dimensión de la estructura humana es donde la concepción ideológica, si impera como figura rectora, con sus liturgias y programas, puede alterar la percepción de las cosas para que encajen con los más prosaicos intereses de grupos, so promesa de una nueva realidad, sin las limitaciones corporales, psíquicas o sociales de nuestra condición. La mala noticia es que las ideologías son siempre desmentidas por la verdad. El baño de realidad depura al individuo de sus ficciones (lo que cada uno hace con su vida, la vida lo hace con cada uno). Y en la escala social tiene la mala costumbre de impugnar cualquier orientación crítica que se empeñe en ignorarla. Entablar batallas con la realidad es una tarea aventurada: la razón desmarcada de la verdad no tiene otro destino que las estancadas aguas de la desesperanza.
Y si las ideologías alteran la percepción de la realidad, las tecnologías trampean con la del tiempo: la paciencia y el temple se cancelan con lo instantáneo y apresurado; lo discursivo se opaca ante lo reactivo. Florecen ensayos brevísimos, casi de filosofía instantánea, escritos en pocos días y en los que las circunstancias de la actualidad se elevan a categoría universal. El silencio, que es fuente de atención y consuelo, se vuelve motivo de aburrimiento supino porque no se tiene tiempo para verse reo de las propias impiedades. No creo que el problema sea la herramienta, sino la beatería de la eficiencia. Y si el materialismo se obstina en enfrentar la ciencia y las humanidades, la realidad en cambio tiende a la unidad del saber lato sensu. La técnica y la ciencia, como las humanidades, son expresión del espíritu humano, digamos que son construcciones colectivas tan reales como la poesía o la música. Cuando un físico se emociona al resolver una ecuación, esa emoción es también de orden estético. Con ella tiende el puente entre las leyes de la naturaleza y las del corazón. En fin, yo creo que hay una justicia oculta que gobierna el mundo, que hay que buscarla sin profanar la realidad con dagas ideológicas, y aprovecharla y seguir creciendo y enriqueciendo nuestra empobrecida antropología de seres contemporáneos que confunden su yo con su cuerpo y el mundo con su yo. Pero sin que falte el humor, si no el tinglado se vuelve insufrible. Cada mañana, cuando me miro al espejo, una vena dadaísta desbarata en mi imaginación ese porte imperial soñado, y me devuelve a la realidad de las cosas.
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