La enfermera Noelia Velasco ante las pinturas de la Virgen Macarena instalados en el pasillo de acceso a la UCI. |
Noelia Velasco (Málaga, 1972) exhala humanidad y pasión por su trabajo. También por su hospital, el Virgen Macarena, su "segunda familia". Tras media vida abriendo puertas a la profesión enfermera, haciendo honor de su misión de cuidar, la pandemia le sorprendió en la planta que el centro dedicó a ese virus desconocido que llegó en forma de "batallita", pero que acabó siendo "una guerra". Nunca ha sentido miedo por ella misma, pero sí por los suyos. El no poder tocar, hablar y dedicar más tiempo a sus pacientes, entre lo peor de esta larga lucha, en la que la humanidad y el trabajo en equipo la han hecho más fuerte.
- Tras más de un año y medio mirando de cara al virus, y en un momento en el vuelve a subir la incidencia y todo podría volver a complicarse, ¿qué sensación le deja el trabajo realizado hasta ahora?
A lo mejor hay gente que puede no entenderlo, pero la sensación que tengo es de tranquilidad y, sobre todo, de satisfacción conmigo misma. A pesar de todo lo que hemos vivido, y de todos los sinsabores que que nos ha dejado esta pandemia, sé que, tanto yo como mis compañeros, hicimos todo lo que pudimos. Lo hicimos y lo seguimos haciendo porque a día de hoy seguimos siendo planta Covid. Trabajamos sin descanso con la premisa de que curamos cuando pudimos curar, aliviamos dolor, miedos, consolamos cuando los pacientes lo necesitaban y acompañamos su soledad cuando sus vidas apagaban. Creo que ha sido un trabajo excelente.
- Caminar ahora por los pasillos del hospital debe de ser radicalmente distinto a como era hace unos meses....
Indudablemente, el silencio que había antes, que además era un silencio tenso, y ese desierto en el que se habían convertido las plantas del hospital, ha desaparecido. En nuestro caso, lo que pasa es que nuestra planta sigue teniendo todavía pacientes Covid y, aunque es verdad que ya se ha perdido el bullicio de profesionales que corríamos de un paciente a otro y el trasiego de camas con distintos destinos, la añorada normalidad que ya tienen otras alas del hospital aún nos ha llegado.
- ¿Cómo recuerda los momentos más duros en el inicio de la pandemia?
Yo lo recuerdo como algo muy lejano, pero a la vez lo tengo muy presente. A veces me parece que es como una película. Nos vino todo de golpe, creo que sin que nos diera tiempo de pensar que algo así podría pasar, y pensábamos que iba a ser como una batallita pequeña, pero se convirtió en una guerra. Yo recuerdo que miedo no tenía. Creo que cuando eres enfermero aceptas el riesgo de todo a lo que nos exponemos, pero, es verdad, que, en este caso, sentía algo que no había sentido jamás con ningún paciente y era el hecho de que, haciendo mi trabajo, podía poner en riesgo a mi familia. Por eso lo pasé verdaderamente mal. También físicamente. Recuerdo verdaderos dolores que me provocaba el EPI. Teníamos que buscar nuestros momentos de evasión y, en mi caso, fue el aparcamiento del coche. Ahí, aparcaba la parte héroe que todo el mundo nos achacaba y me sentía yo misma. Y he llorado mucho. Somos enfermeros y cuidar es nuestro principal escudo, estamos para eso, pero me he venido muchas veces abajo.
- ¿En qué momento empezó a percibir preocupación en el hospital?
Empezamos por guardar cuatro camas, que eran las que se habían quedado solamente para Covid y, de pronto, se designó una planta entera. Con eso se lo digo todo. Es verdad que creo que a nosotros, a los de la planta Covid, nos trataron entre algodones para no generar más tensión, pero cuando los ingresos empezaron a llegar uno detrás de otro y la planta estuvo llena y se tuvieron que habilitar más zonas, fuimos conscientes de que esto era algo más serio de lo que se estaba hablando. También cuando empezamos a ver que los pacientes no venían con una neumonía típica. Pasaban de estar muy bien a tener que salir corriendo para la UCI. Yo estoy segura de que la Gerencia del hospital y la dirección de Enfermería, en nuestro caso, vivieron una preocupación mucho más grande de las que nos transmitían. Yo no tengo nada más que palabras de agradecimiento porque nunca nos faltó de nada. También nos hizo alertar de que algo grande venía cuando la planta se cerró para hacer una obra de mucha envergadura en muy poco tiempo.
- ¿Cómo definiría la relación enfermero-paciente?
Eso es lo más bonito y lo más maravilloso de nuestra profesión. Siempre ha sido una relación muy estrecha. No es por otra cosa, sino por las horas que compartimos con ellos. La pandemia hizo que todavía este vínculo se hiciera mucho más estrecho. Hemos sido lo más cercano que tenía el paciente. Hemos sido sus confidentes, sus amigos, el refugio que necesitaban, y, en los casos más graves, la única persona que le acompañaba en los últimos momentos de su vida. Yo, personalmente, he llegado a tener el duelo de personas que no me correspondían. Hemos derramamos lágrimas. Ha sido duro porque tuvimos que aprender a hablar con las miradas, pero también ha habido momentos muy bonitos con ellos. Cuando llegaron las videollamadas no hacían partícipe de ellas con sus familiares. En definitiva fuimos la cercanía cuando la humanidad exigía distancia. Y eso ha sido muy bonito.
- Hay pacientes que no se olvidan...
Sí, claro. Cómo sanitario tienes que tener un pequeño chip que te salta para apartar equis cosas porque si no no podríamos vivir. Pero no se me va a olvidar un abuelito que traté que, además, era mi primer paciente Covid, que necesitaba ventilación y me dijo no me dejes morir, mi nieta ha nacido hace muy poquito. También recuerdo, evidentemente, el primer paciente que se fue de alta entre aplausos. O la abuelita de 90 años que estaba ingresada por ser positivo y porque toda su familia lo estaba y nosotros le pedíamos que nos inyectaran su suero porque era todo energía. Pero luego estaba el otro extremo, que era la mayoría. Recuerdo como de una familia entera que de cuatro miembros sólo se quedó el hijo y murieron padre, madre y hermana. Podría contar 1.500 historias, todas muy dramáticas, es verdad, porque, aunque se han salvado muchos, otros muchos se nos han ido.
- ¿Qué es lo que más le ha afectado?
La muerte. La soledad. Ver que la gente se moría sola. El silencio casi sepulcral. El sentir como una persona que ha estado toda la vida acompañada y que en sus últimos momentos se vea sola. También tener que escuchar las despedidas de aquellos familiares que lo pedían y yo les sujetaba el teléfono en altavoz y eran unas palabras tan bonitas. Las últimas que le dedicas a ese familiar... (se emociona). Me tragaba el nudo, me tragaba las lágrimas y seguía adelante. Y, personalmente, lo que más me ha marcado han sido los besos y los abrazos que me he perdido de mis hijos. Que tus hijos te vean y salgan lanzados a abrazarte y tener que pararlos en seco y decirle no. Eso fue durísimo. No he pasado un dolor mayor en mi vida.
- ¿Anhela poder volver a trabajar con normalidad?
Sí, por su puesto, por varias cosas. Lo primero porque si volvemos a la normalidad sería indicativo de que los casos Covid han disminuido o, por lo menos, que ya no necesitan ingreso hospitalario y y sería indicativo que bueno que la pandemia llegaría a su fin. Pero también, por darle un poquito de humor, por perder de vista este temido EPI. Además, también anhelas las conversaciones largas con los pacientes; que ellos nos puedan ver más que los ojos; poder tocarlos; trabajar con las familias... Se anhelan tantas cosas.
- ¿Qué aprendizaje le deja lo vivido en todo este tiempo?
Hemos aprendido muchísimo. Ya antes trabajamos en equipo, pero esto nos ha enseñado que, si trabajamos juntos, no hay nada que nos detenga. También la humanidad. Es verdad que en un hospital hay siempre muchísimos trabajo y vas corriendo siempre de un lado a otro, pero, esa humanidad, un apretón en la mano en un pasillo, una sonrisa, unas palabras cruzadas... Eso me he dado cuenta durante la pandemia que es lo que demandaba la gente.
- ¿Ha cambiado lo vivido su manera de ver el mundo?
Sí. Nunca estamos felices del todo con lo que tenemos, es decir, siempre quieres más y más y esto nos ha enseñado a valorar lo que tenemos. He aprendido que la familia y los amigos son la prioridad porque el mundo por sí no va a cambiar y ellos son nuestro mayor apoyo. Los seres humanos nos creemos que somos muy grande, pero nos hemos dado cuenta de que algo tan pequeñito como un virus puede parar la humanidad entera.
- ¿Qué le diría a aquellos que todavía opinan que el Covid no es real?
Creo que, digamos lo que digamos, si durante todo lo que llevan visto no han cambiado de idea no van a cambiar, pero les pediría respeto. Por todos esos muertos, que han sido muchos, por esas familias que se han visto destruidas enteras, por nosotros, los profesionales en primera línea, porque lo hemos pasado muy mal. Me hubiera gustado que se hubieran dado una vuelta por los hospitales. Ver esas neumonías que de pronto destrozaban los pulmones enteros. Tengo que decir que las primeras oleadas fueron en personas mayores, pero, cuando se inició la vacunación, las edades fueron disminuyendo y los ingresos iban siendo de esa franja de edad que no estaba vacunada. Así está siendo en los últimos meses. Los pacientes que aún tenemos son personas no vacunadas. Digo yo que algo de real tiene que haber.
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