Aunque el mundo animal no deja de ganar adeptos, la educación oculta ha provocado múltiples daños a los animales y a su entorno
FRANCISCO GONZÁLEZ GARCÍA
Una de las creencias más arraigadas en la mente humana es que las personas, los seres humanos que dirían otros, no somos animales. Entendiendo que toda "la creación" estaba a nuestro servicio, como se lee en el primer capítulo del Génesis (versículos 26-31), hemos venido utilizando a los animales para múltiples intereses desde los más remotos tiempos. No es mi intención hacer una crítica sobre la explotación animal, ni convencerles de que se conviertan en vegetarianos, tan solo les propongo un recorrido por una zoología cotidiana con algunas reflexiones educativas.
El vocablo "bicho", del latín bestius (bestia), se utiliza para designar a cualquier animal pequeño o grande, generalmente de forma despectiva. De forma derivada una bestia es un animal de cuatro patas que se utiliza para la carga o bien una persona ruda e ignorante, es decir que hay personas que sí son animales. Como se ve utilizamos nomenclatura animal para insultar a nuestros congéneres humanos. El vocabulario resulta discriminatorio para con el reino animal. Somos astutos como el zorro, venenosos como la serpiente, fieros como el león, peludos como arañas y también mansos como corderitos que se dejan llevar a la hamburguesería. En definitiva, el idioma llena de connotaciones humanas a los animales, invirtiendo los términos en estas analogías. Las categorizaciones éticas de las conductas humanas no derivan de conductas aplicables a los animales, obviamente, pero el antropomorfismo que utilizamos en nuestro lenguaje conduce a la confusión. Esta confusión es particularmente grave en la educación infantil y primaria.
El uso de animales en cuentos y fábulas es antiquísimo. La personificación de los animales puede hacernos ver que el lobo siempre se come al tierno cerdito, que el escorpión siempre matará a la rana y que el búho es un pajarraco de mal agüero. Muchas de estas visiones están siendo ya superadas pero han sido la educación oculta que ha provocado múltiples daños a los animales y a su entorno. A pesar de que el respeto por el mundo animal ha ido ganando adeptos todavía resulta sorprendente cómo se mantienen viejas creencias sobre los animales, en ocasiones reforzadas por películas infantiles más o menos modernas. Resulta que los elefantes tienen miedo de los ratones, un mito que Plinio el Viejo recoge en el siglo primero, y que Disney lo traslada a su clásico Dumbo. Las hienas y pulpos siguen siendo los malos y malvados de las películas (el Rey León y la Sirenita), en definitiva clichés antropomórficos que trasladan a mentes en formación que hay animales perversos por naturaleza. Por supuesto que siempre hay contraejemplos positivos, tan antiguos como el león de Androcles.
Para la mayoría de los niños los animales sólo pueden observarse en los documentales de la televisión, y lo dudo puesto que a esas horas suelen estar ocupados en múltiples actividades extraescolares, o bien en las asépticas visitas esporádicamente programadas a granjas. ¿Qué otras fuentes para el conocimiento del mundo animal nos quedan? La primera es lo que dicen los libros de conocimiento del medio de la Educación Primaria, no es gran cosa pero es lo que hay y deben superar los prejuicios humanamente infantiles (léase mas arriba) sobre cualquier bichito o bicho que tenga más de cuatro extremidades, sea de colores oscuros, tenga bastante pelo y se desplace de forma contorneada, es decir aquello que denominan con un rictus de espanto en sus angelicales caras: "eso es un bicho asqueroso". No podemos esperar que en la Educación Secundaria tengamos mas conocimientos pues la biología se ha sumergido desde hace años en un mundo de moléculas, genes y entidades invisibles por un lado, o bien en biotopos, ecosistemas, redes alimentarias y otras entidades teóricas. No hay organismos, no hay animales en el aula, porque ya sabemos que el docente y los estudiantes no son animales (a pesar de lo que algunos puedan decir de sus conductas).
Una segunda fuente son las series de dibujos y las películas de animación y ficción. Clásicos como la Abeja Maya (está al llegar una nueva versión digital) pueden resultar de interés por sus valores ambientales, aunque siempre están impregnados de antropomorfismo como las películasAntz, Bichos o Monstruos y otras de la misma línea.
Entre las películas me reconozco un absoluto seguidor de Alien (la primera). Dejando todas las secuelas e interpretaciones psicológicas o sociales que podemos hacer de esta serie de películas, me interesa resaltar el ciclo biológico del "bichito", del octavo pasajero. Ya saben, desde el huevo (cartel icónico del film) que expulsa la fase "abraza-caras" que luego se metamorfosea en un bicho que tiene la fea costumbre de salir abruptamente por el pecho de sus víctimas y que creciendo y creciendo se transforma en un ser que babea ácido y tiene una doble mandíbula eyectable. Ese ciclo vital (eliminados los efectos especiales del cine) no es nada complejo comparado con algunos ciclos de diversos parásitos que habitan en nuestro planeta (ver ilustraciones) y que nos amenazan seriamente. No quiero atemorizarles, solo animarles a verse como animales porque lo verdaderamente terrible somos las personas. Ya lo dijo George Orwell en su mandamiento final de la Rebelión en la Granja: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
El vocablo "bicho", del latín bestius (bestia), se utiliza para designar a cualquier animal pequeño o grande, generalmente de forma despectiva. De forma derivada una bestia es un animal de cuatro patas que se utiliza para la carga o bien una persona ruda e ignorante, es decir que hay personas que sí son animales. Como se ve utilizamos nomenclatura animal para insultar a nuestros congéneres humanos. El vocabulario resulta discriminatorio para con el reino animal. Somos astutos como el zorro, venenosos como la serpiente, fieros como el león, peludos como arañas y también mansos como corderitos que se dejan llevar a la hamburguesería. En definitiva, el idioma llena de connotaciones humanas a los animales, invirtiendo los términos en estas analogías. Las categorizaciones éticas de las conductas humanas no derivan de conductas aplicables a los animales, obviamente, pero el antropomorfismo que utilizamos en nuestro lenguaje conduce a la confusión. Esta confusión es particularmente grave en la educación infantil y primaria.
El uso de animales en cuentos y fábulas es antiquísimo. La personificación de los animales puede hacernos ver que el lobo siempre se come al tierno cerdito, que el escorpión siempre matará a la rana y que el búho es un pajarraco de mal agüero. Muchas de estas visiones están siendo ya superadas pero han sido la educación oculta que ha provocado múltiples daños a los animales y a su entorno. A pesar de que el respeto por el mundo animal ha ido ganando adeptos todavía resulta sorprendente cómo se mantienen viejas creencias sobre los animales, en ocasiones reforzadas por películas infantiles más o menos modernas. Resulta que los elefantes tienen miedo de los ratones, un mito que Plinio el Viejo recoge en el siglo primero, y que Disney lo traslada a su clásico Dumbo. Las hienas y pulpos siguen siendo los malos y malvados de las películas (el Rey León y la Sirenita), en definitiva clichés antropomórficos que trasladan a mentes en formación que hay animales perversos por naturaleza. Por supuesto que siempre hay contraejemplos positivos, tan antiguos como el león de Androcles.
Para la mayoría de los niños los animales sólo pueden observarse en los documentales de la televisión, y lo dudo puesto que a esas horas suelen estar ocupados en múltiples actividades extraescolares, o bien en las asépticas visitas esporádicamente programadas a granjas. ¿Qué otras fuentes para el conocimiento del mundo animal nos quedan? La primera es lo que dicen los libros de conocimiento del medio de la Educación Primaria, no es gran cosa pero es lo que hay y deben superar los prejuicios humanamente infantiles (léase mas arriba) sobre cualquier bichito o bicho que tenga más de cuatro extremidades, sea de colores oscuros, tenga bastante pelo y se desplace de forma contorneada, es decir aquello que denominan con un rictus de espanto en sus angelicales caras: "eso es un bicho asqueroso". No podemos esperar que en la Educación Secundaria tengamos mas conocimientos pues la biología se ha sumergido desde hace años en un mundo de moléculas, genes y entidades invisibles por un lado, o bien en biotopos, ecosistemas, redes alimentarias y otras entidades teóricas. No hay organismos, no hay animales en el aula, porque ya sabemos que el docente y los estudiantes no son animales (a pesar de lo que algunos puedan decir de sus conductas).
Una segunda fuente son las series de dibujos y las películas de animación y ficción. Clásicos como la Abeja Maya (está al llegar una nueva versión digital) pueden resultar de interés por sus valores ambientales, aunque siempre están impregnados de antropomorfismo como las películasAntz, Bichos o Monstruos y otras de la misma línea.
Entre las películas me reconozco un absoluto seguidor de Alien (la primera). Dejando todas las secuelas e interpretaciones psicológicas o sociales que podemos hacer de esta serie de películas, me interesa resaltar el ciclo biológico del "bichito", del octavo pasajero. Ya saben, desde el huevo (cartel icónico del film) que expulsa la fase "abraza-caras" que luego se metamorfosea en un bicho que tiene la fea costumbre de salir abruptamente por el pecho de sus víctimas y que creciendo y creciendo se transforma en un ser que babea ácido y tiene una doble mandíbula eyectable. Ese ciclo vital (eliminados los efectos especiales del cine) no es nada complejo comparado con algunos ciclos de diversos parásitos que habitan en nuestro planeta (ver ilustraciones) y que nos amenazan seriamente. No quiero atemorizarles, solo animarles a verse como animales porque lo verdaderamente terrible somos las personas. Ya lo dijo George Orwell en su mandamiento final de la Rebelión en la Granja: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
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