La Stevia es una planta con gran dulzor, por eso se la considera la alternativa natural de los edulcorantes químicos como la sacarina. Este producto, capaz de ser hasta 300 veces más dulce que el azúcar, no está regulado como alimento, pero sí está autorizada su comercialización como edulcorante. La preocupación del consumidor por tomar cada vez productos más naturales está haciendo que la industria alimenticia apueste por esta naturalización de los productos. Pero no todo lo que leemos en las etiquetas es en realidad lo que nos están vendiendo. Grandes etiquetas ponen como nombre del producto Stevia, pero su composición apenas alcanza el 3,5% de este producto.
Hacendado, la marca blanca de Mercadona, anuncia en sus estanterías con grandes letras su edulcorante natural sin el menor pudor: "Edulcorante de la planta de Stevia". Por supuesto, desde lejos el consumidor lee Stevia. Pero dista mucho de ser real que lo que se compra al adquirir esa cajita sea Stevia natural. Lo confiesan en los ingredientes, en la trasera y con un tamaño mucho más pequeño: "Edulcorante de mesa a base de eritritol E-968 y glucósidos de esteviol (3,5% de extracto de stevia)". O sea, que el consumidor que cree que compra un producto natural, lo que está comprando es un producto procesado y que de Stevia apenas tiene ese 3,5%.
¿Por qué este engaño? Vayamos por partes: por ahora, la normativa europea mantiene prohibida la comercialización de la hoja de Stevia como alimento. El negocio pasa así de manos de los productores de la planta, los pequeños agricultores, a las grandes industrias alimenticias que tienen medios técnicos para procesar las hojas y producir el extracto de Stevia: glucósido de esteviol que, por supuesto, es el que se permite comercializar según la normativa de la UE (gracias a la presión de los lobbys empresariales de la industria alimenticia, como apunta Francisco Alcaraz, productor de esta planta y portavoz de la Asociación de Amigos de la Stevia). Pero este extracto es tan potente que no hace factible que se comercialice como edulcorante si no se le suma lo que llaman un "agente de carga", o sea, otro producto que le dé volumen. Ese agente de carga es habitualmente el eritritol, un alcohol de azúcar (glucosa fermentada) similar al xilitol, que aunque puede producirse de manera natural, a nivel industrial se produce a partir de glucosas a las que se le aplica una levadura. Un producto del que probablemente huya el consumidor que busca un edulcorante natural para su alimentación.
¿Entonces es publicidad engañosa? Rubén Sánchez, portavoz de FACUA opina que sí: "Es publicidad engañosa ya que hace pensar al consumidor que adquiere un producto totalmente natural (la Stevia) que en realidad no lo es; en este caso, el etiquetado y la tipografía para anunciarse como Stevia están pensados para inducir al error del consumidor, y las administraciones competentes en materia de consumo deberían requerir que se retiren esos productos y se les cambie el nombre".
Pero si Mercadona lo hace mal, peor lo hace aún Natreen. Esta empresa multinacional líder del sector del edulcorante también anuncia su producto como "Stevia" en sus cajas y, además, elude poner los componetes que acompañan su Stevia y mucho menos el porcentaje de la composición de su edulcorante presuntamente natural en supágina web del producto. En el etiquetado, donde es obligatorio por ley indicar los ingredientes, puede leerse que su "Edulcorante de la planta Stevia" lleva muchas más cosas: lactosa, carbometilcelulosa sódica reticulada, L-Leucina... No hace falta ser experto para darse cuenta que muy natural no es el edulcorante de Natreen.
No es la única vez que las industrias alimentarias tratan de engañarnos a los consumidores ofreciéndonos productos naturales que en realidad no lo son. Lo vivimos con la prohibición de ponerle "Bio" a todo aquello que no lo fuese en realidad, aunque muchos falsos bio siguen en las estanterías tras estrategias de engaño de todo tipo en sus etiquetados.
La buena práctica, que también las hay, la podemos encontrar en empresas como Azucarera, que comercializa su edulcorante con un nombre diferente a Stevia (ya que, como hemos visto, no lo es). Truvia, el edulcorante de Azucarera tiene menos Stevia aún: un 1% de glucósido de esteviol. Sin embargo, Azucarera aclara que su eritritol lo obtiene de la fermentación del maíz de manera natural. Además, una portavoz de Azucarera consultada apunta que "a pesar de que la mayoría de nuestros competidores no lo hacen, nosotros (Azucarera) decidimos declarar en el propio packel contenido de extracto de Stevia para dar la máxima información a nuestros clientes", y concluye apuntando que "no se puede usar mayor concentración en los extractos de Stevia porque el dulzor sería excesivo".
Pese a que Azucarera al menos no engaña a su clientela, el problema de fondo es por qué hay que hacer un extracto de Stevia si usando sus hojas de manera natural (como en las infusiones) podríamos darle el dulzor que queramos a aquello que queramos endulzar. Ni siquiera la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición sabe responder a eso: aunque reconoce que desde 2007 el uso de la Stevia de manera natural (sin procesar) como alimento está volviendo a ser analizada (ya lo fue en 1999 cuando los lobbies lograron que se pidiera una información extra y paralizaron su aprobación como alimento); aunque 7 años después no han dado respuesta. Si la hoja de Stevia se autorizara como alimento -algo lógico si tenemos en cuenta que su extracto más puro se comercializa como edulcorante-, entonces los que harían negocio serían los productores, los agricultores, y no la gran industria alimentaria dedicada a procesar lo que tenemos que tragarnos.
¿Y qué pasa fuera de nuestras fronteras, donde las pautas del mercado no la marcan los lobbies de Bruselas? Pues en Argentina se comercializa la planta desde hace años, nos indica una seguidora del blog, y en Japón su uso como alimento está aprobado desde hace más de 40 años.
En Europa, la batalla entre lo natural y lo procesado por ahora está perdida para los que pretendemos una alimentación sana y directa que vaya del agricultor al comedor de casa. Al menos, mientras los que nos dicen qué podemos y no comer sean los que manipulan (en el peor sentido de la palabra) nuestra alimentación.
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