Hace unas semanas, una amiga mía fue a un cóctel en Nueva York. Se acercó a una mujer tímida y bien vestida que llevaba un pañuelo de seda en el cuello y estaba apartada en una esquina. Mi amiga se presentó y le dijo: "Sólo quería decirte que el pañuelo es precioso".
La mujer jugueteó nerviosa con la tela y dijo en voz baja: "Sólo lo llevo hasta que pueda permitirme un arreglo en el cuello".
Explicó que le daba vergüenza enseñar las arrugas que le habían salido a sus más de cinco décadas de vida. Tanta vergüenza le daba que se las cubría a la espera de conseguir las decenas de miles de dólares que le costaría un lifting.
Cuando mi amiga me contó esta historia, pensé que se trataba de un incidente aislado, un ejemplo extremo de lo que les ocurre a las mujeres en nuestra cultura de la belleza, en la que la juventud es un valor y la edad es una carga.
Pero luego, unos días después, iba por la calle principal de Santa Bárbara cuando un hombre joven se acercó y me llevó a una tienda bien iluminada, me sentó en un taburete de piel blanco y empezó a aplicarme productos en una parte de la cara.
Cuando acabó, me dio un espejo y me pidió que comparara ambos lados de mi cara. En la zona en la que me había puesto el producto, las líneas de expresión de los ojos se percibían ligeramente menos que en la otra parte.
Y por esa "diferencia impresionante", me animó a comprar toda una línea de productos de belleza. Me mostró cuatro botecitos. Eran casi 700 dólares (unos 550 euros). Por tres meses de tratamiento.
Hice rápidamente las cuentas. Casi 3000 dólares (más de 2000 euros) al año por disimular un poquito varias líneas de expresión de mis ojos.
Le dije que gracias, pero no.
Unos días después, recibí un cupón gratuito para una limpieza facial. Cuando la esteticista terminó de aplicarme vapor y exfoliarme la cara, me condujo a una mesa en la que me enseñó un tratamiento diario de belleza en nueve pasos para eliminar la "piel muerta" y los "signos de la edad" de mi cara de 35 años.
De nuevo, el total ascendía a cientos de dólares. Le dije que no estaba dispuesta a pagar tanto dinero, ni a gastar tanto tiempo, en mi piel.
No es que intente parecer mayor de lo que soy. Me echo crema solar e hidratante todos los días. Como bien e intento dormir lo suficiente. No me doy sesiones de bronceado, ni fumo, ni hago nada que contribuya a la aparición prematura de arrugas.
Pero, aparte de eso, no estoy dispuesta a gastar miles de dólares en cosméticos para la piel ni en cirugía plástica para disfrazar los signos de la edad de mi cara, sobre todo porque las suaves líneas que han aparecido, y que seguirán apareciendo con el tiempo, son en realidad un regalo para mí.
Me diagnosticaron cáncer de mama a los 27 años. Si en el momento en que me informaron del diagnóstico me hubieran dicho que viviría lo suficiente para tener líneas de expresión en los ojos o pliegues alrededor de los labios, habría llorado lágrimas de alivio.
He conocido a mujeres jóvenes que han muerto de cáncer. Una de mis amigas murió a los 39 y otra a los 36. Y hay otras muchas mujeres que han muerto de cáncer aún más jóvenes. Habrían dado cualquier cosa por llegar a los 50 y a los 60 y por tener todas las líneas de expresión, arrugas y manchas solares que la edad conlleva.
El envejecimiento no es algo de lo que debamos avergonzarnos; es algo que hay que celebrar. Porque es un honor vivir. Porque el tiempo es un regalo.
Al igual que un árbol no se avergüenza de sus anillos, una persona no debe avergonzarse de su edad. En vez de eliminar todas las arrugas, ¿por qué no celebramos que las tenemos? ¿Por qué no nos enorgullecemos de ellas?
No sé cuánto tiempo tendré. Pero espero vivir lo suficiente como para envejecer. Y espero tener tantas alegrías en la vida que las líneas de expresión de los ojos y los labios me marquen la cara.
Y espero que cuando la gente me vea, no piense: "Es una mujer que debería ocultarse hasta que pueda permitirse una cirugía".
Espero que me miren y vean a una mujer que ha vivido.
A una mujer que ha vivido alegre, orgullosa y contenta.
Hace unas semanas, una amiga mía fue a un cóctel en Nueva York. Se acercó a una mujer tímida y bien vestida que llevaba un pañuelo de seda en el cuello y estaba apartada en una esquina. Mi amiga se presentó y le dijo: "Sólo quería decirte que el pañuelo es precioso".
La mujer jugueteó nerviosa con la tela y dijo en voz baja: "Sólo lo llevo hasta que pueda permitirme un arreglo en el cuello".
Explicó que le daba vergüenza enseñar las arrugas que le habían salido a sus más de cinco décadas de vida. Tanta vergüenza le daba que se las cubría a la espera de conseguir las decenas de miles de dólares que le costaría un lifting.
Cuando mi amiga me contó esta historia, pensé que se trataba de un incidente aislado, un ejemplo extremo de lo que les ocurre a las mujeres en nuestra cultura de la belleza, en la que la juventud es un valor y la edad es una carga.
Pero luego, unos días después, iba por la calle principal de Santa Bárbara cuando un hombre joven se acercó y me llevó a una tienda bien iluminada, me sentó en un taburete de piel blanco y empezó a aplicarme productos en una parte de la cara.
Cuando acabó, me dio un espejo y me pidió que comparara ambos lados de mi cara. En la zona en la que me había puesto el producto, las líneas de expresión de los ojos se percibían ligeramente menos que en la otra parte.
Y por esa "diferencia impresionante", me animó a comprar toda una línea de productos de belleza. Me mostró cuatro botecitos. Eran casi 700 dólares (unos 550 euros). Por tres meses de tratamiento.
Hice rápidamente las cuentas. Casi 3000 dólares (más de 2000 euros) al año por disimular un poquito varias líneas de expresión de mis ojos.
Le dije que gracias, pero no.
Unos días después, recibí un cupón gratuito para una limpieza facial. Cuando la esteticista terminó de aplicarme vapor y exfoliarme la cara, me condujo a una mesa en la que me enseñó un tratamiento diario de belleza en nueve pasos para eliminar la "piel muerta" y los "signos de la edad" de mi cara de 35 años.
De nuevo, el total ascendía a cientos de dólares. Le dije que no estaba dispuesta a pagar tanto dinero, ni a gastar tanto tiempo, en mi piel.
No es que intente parecer mayor de lo que soy. Me echo crema solar e hidratante todos los días. Como bien e intento dormir lo suficiente. No me doy sesiones de bronceado, ni fumo, ni hago nada que contribuya a la aparición prematura de arrugas.
Pero, aparte de eso, no estoy dispuesta a gastar miles de dólares en cosméticos para la piel ni en cirugía plástica para disfrazar los signos de la edad de mi cara, sobre todo porque las suaves líneas que han aparecido, y que seguirán apareciendo con el tiempo, son en realidad un regalo para mí.
Me diagnosticaron cáncer de mama a los 27 años. Si en el momento en que me informaron del diagnóstico me hubieran dicho que viviría lo suficiente para tener líneas de expresión en los ojos o pliegues alrededor de los labios, habría llorado lágrimas de alivio.
He conocido a mujeres jóvenes que han muerto de cáncer. Una de mis amigas murió a los 39 y otra a los 36. Y hay otras muchas mujeres que han muerto de cáncer aún más jóvenes. Habrían dado cualquier cosa por llegar a los 50 y a los 60 y por tener todas las líneas de expresión, arrugas y manchas solares que la edad conlleva.
El envejecimiento no es algo de lo que debamos avergonzarnos; es algo que hay que celebrar. Porque es un honor vivir. Porque el tiempo es un regalo.
Al igual que un árbol no se avergüenza de sus anillos, una persona no debe avergonzarse de su edad. En vez de eliminar todas las arrugas, ¿por qué no celebramos que las tenemos? ¿Por qué no nos enorgullecemos de ellas?
No sé cuánto tiempo tendré. Pero espero vivir lo suficiente como para envejecer. Y espero tener tantas alegrías en la vida que las líneas de expresión de los ojos y los labios me marquen la cara.
Y espero que cuando la gente me vea, no piense: "Es una mujer que debería ocultarse hasta que pueda permitirse una cirugía".
Espero que me miren y vean a una mujer que ha vivido.
A una mujer que ha vivido alegre, orgullosa y contenta.Sarah Thebarge
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