Jurista y urbanista
Cuando Elcano concluyó su circunnavegación al globo, los viajes no suponían ya un reto. No era suficiente con sobreponerse a los designios de la Tierra, debíamos poder cambiarlos. Llegó la megalomanía de las grandes obras. El canal de Corinto, el de Suez, el de Panamá, el túnel del canal de La Mancha... Un sinfín de pirámides de nuestro tiempo. Pero las historias románticas debieron acabar cuando lo hizo el romanticismo. Las infraestructuras no pueden ser, por sus enormes efectos ambientales y sus elevadísimos costes económicos, la consecuencia de un sueño de una noche de verano. Mucho menos de un sueño algo especial, en que la boda de Teseo e Hipólita muta en arreglo de políticos y constructores.
Me invade una extraña sensación de viaje al pasado al leer que el túnel del estrecho de Gibraltar se convierte en una prioridad de Estado o sobre la constitución de un comité para el corredor Atlántico. Volvemos a lo de siempre. Seguimos planificando las infraestructuras del transporte por deseo y no por necesidad. Tiempos de la burbuja, eccoci qua. Me pregunto por qué seguimos construyendo la casa por el tejado. Cómo un túnel técnicamente irresoluble, sin conexión ferroviaria por ninguno de los dos extremos, y sin una demanda que, aparentemente, lo haga viable, puede ser prioritario mientras que entre la segunda y la tercera ciudad de España seguimos teniendo un tramo de vía única.
Podemos seguir enfrascados en proyectos del pasado lejano (el túnel) o del cercano (el AVE a todas partes a todo precio), pero será, sepámoslo, a costa de nuestro futuro.
Si no hay infraestructuras más allá de Marruecos -ni más acá de Algeciras-, y aunque las hubiese todo el continente africano suma un PIB equivalente al de España, ¿cómo puede priorizarse un túnel imposible frente al corredor Mediterráneo, que agrupa el 50% del PIB español y es nuestro cordón umbilical en el seno de la mayor economía del planeta, la Unión Europea? Incluso en las clases de geografía más elementales de la secundaria se habla de las dos grandes regiones económicas del mundo: la banana azul de la Europa renana y la región Boswash del noreste estadounidense. En nuestras manos y, sobre todo, en las del presupuesto estatal, está vertebrar la que tiene el potencial para ser el tercer gran polo de desarrollo de todo el mundo, la banana dorada del corredor del Mediterráneo occidental, un área que se extiende sobre las zonas más dinámicas de España, Francia e Italia.
Hace ya más de veinte años que empezó en España la fiebre por las infraestructuras de nueva generación, tan necesarias entonces y, por el contrario, tan excesivas ahora, en algunos casos; pero a pesar de las dos décadas transcurridas, aún tropezamos con las mismas piedras de siempre. Podemos seguir enfrascados en proyectos del pasado lejano (el túnel) o del cercano (el AVE a todas partes a todo precio), pero será, sepámoslo, a costa de nuestro futuro.
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