ANDRÉS CÁRDENAS
ESTABA yo soportando el tedio de una tarde en que lo único que pasaba por mi vida era una avispa remolona que volaba en derredor a una tajá de sandía, cuando sonó el móvil. Era Harry, que me proponía una excursión por el mar. Normalmente soy yo quien dice dónde tenemos que ir porque se supone (es mucho suponer) que yo soy el experto, pero en esta ocasión Harry me decía que un antiguo amigo suyo le había propuesto hacer una excursión por los acantilados de Maro-Cerro Gordo y quería que yo lo acompañara. Como yo vivo en este mes en La Herradura no le puse ningún impedimento, es más, me agradó la idea porque éste es uno de los territorios que no me canso de admirar. Harry también los conoce pero dice igual que yo, que no se cansa de admirar esas enormes moles de piedra que dan al mar, en una de esas combinaciones con que la naturaleza deja embobados a los humanos. Para Harry, se trata de uno de los acantilados más bonitos que él ha visto. Yo no he visto muchos pero puedo pensar igual.
El amigo de Harry dueño de la barca se llama Gregorio Jiménez, un empresario de Granada que fue el director de Puleva y ahora preside el Consejo Social de la Universidad. Tiene una embarcación en la que caben diez personas pero al mar solo nos echamos los tres. Salimos del puerto Marina del Este sobre las cinco de la tarde. En el mar se dibujaba el oleaje de un leve levante. Antes de embarcar nos tomamos un cuba libre para entrarle a la tarde con ánimo. Mientras salimos de la bocana del puerto Gregorio nos cuenta que navegar es quizás el único placer al que se niega a renunciar y que entre las horas más felices de su vida está la de anclar el barco en alta mar, coger un libro y ponerse a leer.
-Es impresionante la sensación tan agradable que te produce esa soledad- dice Gregorio.
Eso sí va solo porque si sale acompañado, como en esta ocasión, las conversaciones se suceden con el ritmo que marca el bamboleo de la nave. ¿Y de qué hablan tres hombres en bañador en pleno mar? Pues para no variar, de política. Ninguno de los tres comprendemos cómo un país como el nuestro (el de Gregorio y el mío) puede estar siete meses sin Gobierno y sin visos de una solución al problema. Gregorio se pregunta que cómo es posible que en la Transición se pusieran de acuerdo partidos tan dispares como Alianza Popular y el Partido Comunista para sacar el país adelante y que ahora estos políticos no sean capaces de buscar soluciones para solventar el atolladero en el que nos hemos metido.
-Yo creer que la solución poder estar en que los políticos no cobrar hasta solucionar problema.
Gregorio y yo nos miramos y pensamos al unísono: "¡Coño! Es verdad. Si alguien les hubiera dicho a los políticos que no iban a cobrar hasta ponerse de acuerdo, seguro que ya lo habrían hecho.
En fin. Como estamos navegando por mar adentro de la bahía de La Herradura, enseguida sale a relucir el naufragio que allí hubo y del que se supone (también es mucho suponer) que yo soy el experto porque tengo publicada una novela (Luna de octubre se llama, por si hay alguien interesado en comprarla) con ese asunto. Así que me toca a mí explicar un poco de historia de tal naufragio, en el que murieron casi cinco mil personas y veinticinco galeras de la Armada Española se fueron a pique en tiempos de Felipe II, ese rey que no tuvo suerte con los barcos porque los temporales se los hundían todos. ¡Cuidao con la polla!, dicen que soltó el monarca (no olvidemos que fue engendrado en Granada) cuando le informaron de que había perdido la Armada Invencible.
Tanto Harry como Gregorio han leído mi novela (gracias, amigos) y dan su parecer. Harry no cree que pudiera morir tanta gente en el naufragio porque, dice, las embarcaciones estaban ancladas relativamente cerca de la bahía. Gregorio dice que el viento, cuando sopla fuerte, es capaz de levantar olas que hacen verdaderos destrozos. Yo también creo que es posible el tamaño de dicha tragedia:
-Además, Harry, de que la mayoría pudieron morir de los golpes al chocar las naves una contra otra, hay que tener en cuenta que el noventa por ciento de las personas en el siglo XVI no sabían nadar.
Gregorio acerca la embarcación a los acantilados y entonces hablamos de ellos. A los tres nos maravilla tanta belleza natural: enormes paredes de roca de hasta 80 metros formados por las estribaciones de las islas de Tejeda, Almijara y Alhama que han sido erosionadas por el oleaje del mar. Al estar protegidos medioambientalmente esos pespuntes pétreos que cosen las provincias de Granada y Málaga, no es posible echar las anclas, por lo que Gregorio amarra la embarcación en uno de los 'muertos' (boyas sujetas al mar) que hay esparcidos por el mar.
Hace calor y a los tres nos apetece darnos un baño, así que nos zambullimos con la idea de que existe un extraño placer en nadar en un sitio en el que no sabes lo que hay debajo. Cuando estamos en el agua, hacemos un corro mientras nos movemos lo suficiente para que agua no nos engulla y hablamos de lo que aquel paraje significa para nosotros. Gregorio dice que para él ese paisaje de abruptos y espectaculares acantilados apenas son conocidos por los granadinos, que se pueden embobar viendo por televisión un paisaje semejante en Escocia, pongamos por caso, sin estar al tanto de que tenemos uno igual de bello tan cerca. Yo cuento que uno de los placeres mañaneros que tengo es ir andando por encima de ellos, por la primitiva carretera hacia Málaga, y descubrir cabras montesas entre los pinos piñoneros, palmitos, lentiscos y alhucemas. Al estar prohibida su caza, los animales se mueven por allí como Pedro por su casa, sin temer demasiado a los humanos desprovistos de escopeta. A Harry, más ornitólogo, sin embargo le gusta ver volar a las gaviotas, los cernícalos, halcones y petirrojos. Gregorio dice que en los días claros se puede ver desde allí la costa Africana y que por aquella zona de Maro-Cerro Gordo la codicia urbanística no ha hecho demasiados destrozos. Tal vez los más relevantes sean los llamados Cármenes del Mar, al que yo llamé un día 'Crímenes del mar' cuando vi en qué se había convertido un proyecto en el que estuve interesado. El clásico sueño convertido en pesadilla. Los constructores no previeron que aquella ladera era inestable y algunos de los que allí compraron vivienda se quedaron sin ella al moverse el terreno, provocando uno de los escándalos urbanísticos más importantes de nuestra provincia. Pero en fin, eso daría para una novela de terror.
Mientras navegamos vemos alguna que otra gruta en los acantilados. Harry nos cuenta que una vez entró en una que se llama de Las Palomas.
-Ser pequeña pero muy bonita. Yo entrar con unos amigos y quedar allí un buen rato.
Yo sé de otra a la que llaman la del Contrabando, que es fácil imaginar para qué sirvió teniendo en cuenta el nombre que le han puesto.
Por aquella zona a las rocas de vez en cuando les da por eructar, provocando enormes concavidades para disfrute de una actividad que se llama espeleología. Sin duda el eructo más grande dio lugar a las Cuevas de Nerja.
A las nueve de la noche Gregorio da por terminado el paseo. Harry se lamenta de que haya parecido tan corto y yo de no haberme acordado de comprar comida para el gato.
El amigo de Harry dueño de la barca se llama Gregorio Jiménez, un empresario de Granada que fue el director de Puleva y ahora preside el Consejo Social de la Universidad. Tiene una embarcación en la que caben diez personas pero al mar solo nos echamos los tres. Salimos del puerto Marina del Este sobre las cinco de la tarde. En el mar se dibujaba el oleaje de un leve levante. Antes de embarcar nos tomamos un cuba libre para entrarle a la tarde con ánimo. Mientras salimos de la bocana del puerto Gregorio nos cuenta que navegar es quizás el único placer al que se niega a renunciar y que entre las horas más felices de su vida está la de anclar el barco en alta mar, coger un libro y ponerse a leer.
-Es impresionante la sensación tan agradable que te produce esa soledad- dice Gregorio.
Eso sí va solo porque si sale acompañado, como en esta ocasión, las conversaciones se suceden con el ritmo que marca el bamboleo de la nave. ¿Y de qué hablan tres hombres en bañador en pleno mar? Pues para no variar, de política. Ninguno de los tres comprendemos cómo un país como el nuestro (el de Gregorio y el mío) puede estar siete meses sin Gobierno y sin visos de una solución al problema. Gregorio se pregunta que cómo es posible que en la Transición se pusieran de acuerdo partidos tan dispares como Alianza Popular y el Partido Comunista para sacar el país adelante y que ahora estos políticos no sean capaces de buscar soluciones para solventar el atolladero en el que nos hemos metido.
-Yo creer que la solución poder estar en que los políticos no cobrar hasta solucionar problema.
Gregorio y yo nos miramos y pensamos al unísono: "¡Coño! Es verdad. Si alguien les hubiera dicho a los políticos que no iban a cobrar hasta ponerse de acuerdo, seguro que ya lo habrían hecho.
En fin. Como estamos navegando por mar adentro de la bahía de La Herradura, enseguida sale a relucir el naufragio que allí hubo y del que se supone (también es mucho suponer) que yo soy el experto porque tengo publicada una novela (Luna de octubre se llama, por si hay alguien interesado en comprarla) con ese asunto. Así que me toca a mí explicar un poco de historia de tal naufragio, en el que murieron casi cinco mil personas y veinticinco galeras de la Armada Española se fueron a pique en tiempos de Felipe II, ese rey que no tuvo suerte con los barcos porque los temporales se los hundían todos. ¡Cuidao con la polla!, dicen que soltó el monarca (no olvidemos que fue engendrado en Granada) cuando le informaron de que había perdido la Armada Invencible.
Tanto Harry como Gregorio han leído mi novela (gracias, amigos) y dan su parecer. Harry no cree que pudiera morir tanta gente en el naufragio porque, dice, las embarcaciones estaban ancladas relativamente cerca de la bahía. Gregorio dice que el viento, cuando sopla fuerte, es capaz de levantar olas que hacen verdaderos destrozos. Yo también creo que es posible el tamaño de dicha tragedia:
-Además, Harry, de que la mayoría pudieron morir de los golpes al chocar las naves una contra otra, hay que tener en cuenta que el noventa por ciento de las personas en el siglo XVI no sabían nadar.
Gregorio acerca la embarcación a los acantilados y entonces hablamos de ellos. A los tres nos maravilla tanta belleza natural: enormes paredes de roca de hasta 80 metros formados por las estribaciones de las islas de Tejeda, Almijara y Alhama que han sido erosionadas por el oleaje del mar. Al estar protegidos medioambientalmente esos pespuntes pétreos que cosen las provincias de Granada y Málaga, no es posible echar las anclas, por lo que Gregorio amarra la embarcación en uno de los 'muertos' (boyas sujetas al mar) que hay esparcidos por el mar.
Hace calor y a los tres nos apetece darnos un baño, así que nos zambullimos con la idea de que existe un extraño placer en nadar en un sitio en el que no sabes lo que hay debajo. Cuando estamos en el agua, hacemos un corro mientras nos movemos lo suficiente para que agua no nos engulla y hablamos de lo que aquel paraje significa para nosotros. Gregorio dice que para él ese paisaje de abruptos y espectaculares acantilados apenas son conocidos por los granadinos, que se pueden embobar viendo por televisión un paisaje semejante en Escocia, pongamos por caso, sin estar al tanto de que tenemos uno igual de bello tan cerca. Yo cuento que uno de los placeres mañaneros que tengo es ir andando por encima de ellos, por la primitiva carretera hacia Málaga, y descubrir cabras montesas entre los pinos piñoneros, palmitos, lentiscos y alhucemas. Al estar prohibida su caza, los animales se mueven por allí como Pedro por su casa, sin temer demasiado a los humanos desprovistos de escopeta. A Harry, más ornitólogo, sin embargo le gusta ver volar a las gaviotas, los cernícalos, halcones y petirrojos. Gregorio dice que en los días claros se puede ver desde allí la costa Africana y que por aquella zona de Maro-Cerro Gordo la codicia urbanística no ha hecho demasiados destrozos. Tal vez los más relevantes sean los llamados Cármenes del Mar, al que yo llamé un día 'Crímenes del mar' cuando vi en qué se había convertido un proyecto en el que estuve interesado. El clásico sueño convertido en pesadilla. Los constructores no previeron que aquella ladera era inestable y algunos de los que allí compraron vivienda se quedaron sin ella al moverse el terreno, provocando uno de los escándalos urbanísticos más importantes de nuestra provincia. Pero en fin, eso daría para una novela de terror.
Mientras navegamos vemos alguna que otra gruta en los acantilados. Harry nos cuenta que una vez entró en una que se llama de Las Palomas.
-Ser pequeña pero muy bonita. Yo entrar con unos amigos y quedar allí un buen rato.
Yo sé de otra a la que llaman la del Contrabando, que es fácil imaginar para qué sirvió teniendo en cuenta el nombre que le han puesto.
Por aquella zona a las rocas de vez en cuando les da por eructar, provocando enormes concavidades para disfrute de una actividad que se llama espeleología. Sin duda el eructo más grande dio lugar a las Cuevas de Nerja.
A las nueve de la noche Gregorio da por terminado el paseo. Harry se lamenta de que haya parecido tan corto y yo de no haberme acordado de comprar comida para el gato.
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