En el campamento WiSci 2016 nada es al azar. Aquí todo está planeado para que tengamos la mejor experiencia, y ahora que me queda poco para volver a mi país, Chile, puedo decir con seguridad que sí la he tenido.
Los primeros días fueron para conocernos un poco. Nos organizaron en familias: grupos de diez campistas y una consejera con las cuales compartiríamos habitación, mesa al comer y la mayoría de las actividades diarias durante las siguientes dos semanas. Al principio ninguna se conocía (con suerte, alguna era de tu país) pero, con el tiempo, vas aprendiendo los nombres, las costumbres y las personalidades de todas y terminas compartiendo tantas experiencias y recuerdos con ellas que haces valer el término "familia".
Luego vinieron las clases, que no eran para nada del modelo al que estoy acostumbrada en el que te sientas en tu mesa con tus cuadernos y lápices, escuchas al profesor, te evalúan en una prueba y te califican según tu rendimiento. En WiSci no fue así: lo único en común era estar en una sala de clases.
Para trabajar con Intel, formamos parejas o grupos dependiendo de la clase, y nos permitieron una computadora, una tableta, una placa Genuino 101 y un par de componentes. Los profesores eran profesionales en tecnología que trabajaban para la empresa. Primero nos hacían una pequeña introducción de lo que íbamos a hacer, nos enseñaban lo básico, y luego nosotras podíamos avanzar al ritmo que pudiéramos y quisiéramos. Por ejemplo, nos mostraron cómo programar un pequeño piano que tenía una melodía predeterminada de tres notas; y, con mi compañera campista, después de un rato, terminé programándolo para tocar El puente de Londres se va a caer.
Para trabajar con Intel, formamos parejas o grupos dependiendo de la clase, y nos permitieron una computadora, una tableta, una placa Genuino 101 y un par de componentes. Los profesores eran profesionales en tecnología que trabajaban para la empresa. Primero nos hacían una pequeña introducción de lo que íbamos a hacer, nos enseñaban lo básico, y luego nosotras podíamos avanzar al ritmo que pudiéramos y quisiéramos. Por ejemplo, nos mostraron cómo programar un pequeño piano que tenía una melodía predeterminada de tres notas; y, con mi compañera campista, después de un rato, terminé programándolo para tocar El puente de Londres se va a caer.
También hubo otras clases: de biología, de minería, de diseño 3D y de un sinfín de cosas que podrían ocupar párrafos enteros, pero lo que quiero destacar es que todas seguían el mismo modelo práctico.
No solo escuchamos cómo funciona el ADN, sino que tuvimos que simular un examen de paternidad y descubrir los padres de tres supuestos huérfanos. No solo nos explicaron cómo funciona la extracción de cobre en una mina, sino que pudimos nosotras mismas llevar a cabo un proceso de electrólisis con una batería y extraer cobre desde una solución de color azul. En fin, no sólo era escuchar o estudiar sobre ciencia, sino que era involucrarse con ella y hacerla parte de nuestro día a día en el campamento.
En todo caso, no todo era estar en las aulas, teníamos horas libres que podíamos ocupar en hablar con nuestros familiares y amigos, ir a buscar algo a la cabaña o descansar en el pasto un rato. Pero durante las horas libres también disponíamos de opciones: fútbol, debate, baile, canto y muchas otras actividades extracurriculares que variaban cada día y que nos permitían recrearnos y desarrollarnos de forma más completa.
También hubo clases que no trataban de ningún tema STEAM sino que eran sobre cómo hablar en público, cómo hablar con autoridades, qué problemas hay en el mundo y qué se está haciendo para solucionarlos. Eran clases para hacer que nos diéramos cuenta de nuestra realidad, de la realidad de quien teníamos al lado y de la realidad del que está más allá del mar.
Eran clases para hacer que nos diéramos cuenta de nuestra realidad, de la realidad de quien teníamos al lado y de la realidad del que está más allá del mar.
Definitivamente, creo que lo más magnífico de todo fue la experiencia intercultural: nunca en mi vida había compartido tanto con tantas personas de distintos países, de distintas culturas, con las que hasta en cómo llamar a esa prenda que te pones para abrigarte (¿polo? ¿polera? ¿polerón?) era difícil ponerse de acuerdo. Había tánto que preguntar, que aprender, tánto de lo que impregnarse para poder llegar a casa y contarlo, que no había tiempo que perder.
Finalmente, quiero terminar diciendo que, gracias al campamento, mi visión sobre el mundo nunca va a volver a ser la misma. Me he dado cuenta de las carencias de mucha gente, de cómo la mayoría vive encerrada en burbujas a las que llaman pueblo, ciudad, país, continente, y no logran darse cuenta de que más allá hay quien puede necesitar de sus habilidades y experiencias para mejorar su calidad de vida. Me he dado cuenta del potencial que tengo y que tenemos todos, y de que es mi deber desarrollarlo para hacer algo por el mundo, para cambiarlo a mejor, para dejar de preocuparme y comenzar a ocuparme.
Biografía
Me llamo Javiera Hernández Morales, tengo 17 años y soy estudiante chilena de último año de secundaria. Me gustaría estudiar Astrofísica e Informática. Entre mis hobbies se cuentan la lectura, el canto coral y el circo.
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