Doñana es uno de esos combates en los que la humanidad se juega el alma. Y vamos perdiendo
De las muchas fotos que han hecho del Coto en las últimas décadas, nuestras favoritas son aquéllas con las que Antonio Camoyán ilustró El Mito de Doñana, histórico libro de Aquilino Duque sobre el paraje de las Rocinas. Sólo la mirada del médico, fotógrafo y naturalista sevillano nos podía ofrecer esas imágenes de aire crepuscular en las que el Parque se convierte en el último territorio salvaje de Andalucía, con personajes (El patero, Pepe Clarita…) que más bien parecen forajidos y alguaciles de algún western hispano, y paisajes en los que aún se escuchan los ecos de esos golpes de caldero con los que se delimitó el cazadero cuando Sancho IV se lo cedió a don Alonso Pérez de Guzmán. Aquilino Duque ya se extraña en su libro de que se eligiese este método tan fantasmagórico como, ya que lo normal hubiese sido amojonar los campos, pero Doñana, desde el principio, ha pertenecido al territorio del mito y así seguirá siempre funcionando en nuestras mentes, como Tartessos o la Atlántida. Por eso, sobre todo por eso, es tan importante.
La ignorancia y la mala sangre, que ambas abundan en nuestra tierra, han propiciado una corriente de opinión según la cual todos los esfuerzos que se están realizando para mantener el delicadísimo y complejo ecosistema de Doñana son vanos y ridículos. Esta línea de fuego tiene importantes apoyos mediáticos, económicos e institucionales, y tras ellos se advierte la misma avaricia que hirió de muerte al casco antiguo de Sevilla, convirtió la playa de Valdelagrana en un barrio de las afueras o mancilló para siempre la Vega de Granada. Son aquellos que lloran de emoción cuando escuchan las coplas dedicadas a la Reina de la Rocina, pero que sueñan con autopistas que crucen las dunas, pesticidas que envenenen los lagunajos y urbanizaciones y calles de golf que colonicen el Campo de Agramante que soñó Caballero Bonald.
La reciente construcción de depósitos de gas junto a Doñana no es más que uno de los múltiples problemas. La sobreexplotación de los recursos hídricos, el brutal aumento de la urbanización en sus cercanías, el regreso de la minería, etcétera, nos dejan claro que el Coto está cercado y ya apenas se oye el sonido del caldero que delimitaba sus campos al oeste de la desembocadura del río Guadalquivir. Probablemente, todos los paraísos -empezando por el del verano infantil- están llamados a desaparecer, pero Doñana es uno de esos combates en los que la humanidad se juega el alma. Y vamos perdiendo.
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