La llegada de una serie de actitudes egocentristas, rencorosas y resentidas ha descolocado a nuestra sociedad
Estyle="text-transform:uppercase">n estos momentos, en una parte significativa del mundo occidental parecen coincidir los peores presagios políticos y, como consecuencia, los análisis y comentarios, en prensa y calle, muestran lógica y amarga preocupación. Por ello mismo, resulta reconfortante que también surjan algunas voces que, frente a ese pesimismo extendido, reaccionen alentando pronósticos esperanzadores. Puede que se trate de mero mecanismo de autodefensa o de un simple voluntarismo visionario en busca de consuelo, pero se agradece que haya quienes, en situaciones de turbulencias, expongan argumentos que eleven el ánimo, convencidos de que es posible recuperar la racionalidad e incluso emprender, ahora con más ilusión, las reformas pendientes.
Esas reflexiones optimistas quizás respondan a visiones primarias del tipo: "Nos estamos acercando tanto al fuego que nos vamos a quemar, o le vemos tan cerca las orejas al lobo que estamos obligados a despertar", pero encierran también un claro espíritu de resistencia y una apreciable disposición para no resignarse ante la fatalidad. Estas voces repiten un día y otro, que la coincidencia nefasta de tantos fenómenos negativos puede ser, sin embargo, la gran ocasión para replantear una ofensiva contra estos nuevos adversarios que controlan política y poder en sus respectivos lares. Y así, además, aprovechar la conmoción provocada en la opinión pública por estos acontecimientos para reemprender proyectos comunes aún más ambiciosos.
Cuando menos, en las democracias occidentales se respetaban y compartían un mínimo de valores ya establecidos. Alcanzar este hábito había sido un gran logro, consecuencia de creer en la supremacía de la razón sobre las emociones, de buscar igualdad ciudadana frente a identidades culturales e imponer la solidaridad como forma de superar banderías y fronteras. Pero la sorprendente llegada de una serie de actitudes caracterizadas por un egocentrismo cargado de rencor y resentimiento -cuyos ejemplos más cercanos pueden encontrarse en el Brexit, en la política del nuevo presidente de los EEUU y en el secesionismo catalán- ha descolocado a nuestras sociedades, inundándolas con una oleada de oscuro pesimismo. Por eso, hay que aplaudir esas voces aisladas que pueden parecer, en principio, un poco cándidas, pero que con sus entusiastas propuestas rechazan resignarse y perciben que esta puede ser la mejor ocasión para luchar y buscar ese rayo verde cargado de promesas de renovación y esperanzas.
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