TRIBUNA
La palabra prohibida |
En los años 70 y 80 del pasado siglo, se produjo en la Unión Soviética un movimiento clandestino de gran envergadura al que los historiadores no le han prestado la atención debida.
Como contestación a los largos años de materialismo comunista, muchos intelectuales comenzaron a orientarse hacia el estudio y la práctica de la espiritualidad cristiana; movimiento inverso a la descristianización masiva que por esos mismos años experimentaba la Europa occidental. Así, el 17 agosto de 1983 Andrei Tarkovski, el extraordinario director ruso de películas como Solaris y Sacrificio, refugiado en Italia huyendo del agobiante ateísmo soviético, anotaba asombrado en su diario: "El materialismo paraliza toda la vida occidental. Aquí existe un materialismo en acción".
Lo que escandalizaba a Tarkovski era el materialismo de masas consumistas incapaces de resistir la oferta de cualquier objeto nuevo, y que había penetrado incluso en algo tan aparentemente espiritual como el arte. Comentando el éxito de ciertas "vanguardias transgresoras" escribía Rafael Sánchez Ferlosio: "Trasgresión en las artes plásticas que pretende escandalizar costumbres sociales arraigadas. Cuando los niños descubren un tabú verbal les hace mucha gracia, y se divierten repitiendo caca-culo-pedo-pis; de los que no llegan a hacerse mentalmente adultos salen los grandes artistas transgresores". No sólo arte: toda una nueva cultura cuyo vocabulario excluye ahora determinados vocablos capitales. Escuché en una tertulia de la SER cómo alguien se excusaba por haber utilizado inadvertidamente el término "espiritual": el banal materialismo de nuestros días confunde lo espiritual con lo religioso, y lo prohíbe. Materialismo de masas. Lo dejó claro Juan de Mairena: "Nosotros no pretenderíamos nunca educar a las masas. A las masas que las parta un rayo. Nos dirigiríamos al hombre que es lo único que nos interesa". Sí: los estados totalitarios siempre han querido educar a la masa: moldearla. Los grandes maestros educadores (Buda, Confucio, Sócrates, Séneca, Mani, Cristo) buscaron en cambio la salvación de cada hombre.
Hace algunos meses me topé con un periódico de extraño nombre, l'In-nocencé (sic), cuyo objetivo proclamado es la defensa de los siguientes valores: "Civismo, tarea civilizatoria, urbanidad, respeto al uso de las palabras -¿portavoza?-, inocencia en el sentido de esforzarse sin cesar. Valores, en fin, que nos permitan indagar vías inexploradas más allá de los discursos políticos tradicionales". Luego, he sabido que a tal impreso se le considera en Francia de extrema derecha. O sea, que al calificar esos valores civilizatorios de fascistas los arrojamos en medio del fango para que lo recojan otros. Regalo que hacemos a los enemigos de la libertad.
Cuando un pueblo o una gran institución entra en decadencia porque ha perdido sus ideales todavía tiene una última oportunidad en la aparición de algún profeta o de un maestro espiritual. A comienzos del siglo XVI, la Iglesia parecía perdida, degeneradas las virtudes cristianas; de ahí la explosión profética de Lutero, que buscó aplastarla; pero de ahí, también, el alto magisterio de Erasmo que quiso renovarla sin destruirla, fundiendo las creencias cristianas con las nuevas corrientes del humanismo renacentista. Por las razones que sean, la democracia en España ha ido paralela a la pérdida de todo sentido espiritual. ¿Tenemos acaso a la vista algún maestro capaz de ser escuchado por su auctoritas y de recoger de en medio de la calle la enseña de la espiritualidad perdida salvando con ello una democracia en crisis? No veo ninguno. ¿Y algunas de nuestras fuerzas políticas que pueda jugar ese papel?
Por su propia naturaleza, nada cabe esperar del PSOE poszapaterista ni de la inmadurez adolescente de Podemos. En cuanto a Rajoy, aún no ha comprendido que lo que se está jugando en España desde hace decenios, más que una batalla política, es un combate cultural en el que el PP no para de meterse goles en su propia portería, dejando en el abandono a lo más excelente de su electorado natural. ¿Será capaz Ciudadanos de recoger junto a los huidos del PP la abandonada enseña del espíritu? No sé. En una de sus columnas de crítica televisiva Antonio Sampere comentaba: "Demostró valentía Ramón Colón al dedicar un programa a las relaciones del ser humano con la espiritualidad en la sociedad actual". Valentía para utilizar ideas y palabras prohibidas: esto sí que significa trasgresión adulta de vanguardia
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