viernes, 16 de febrero de 2018

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TRIBUNA


ESTEBAN FERNÁNDEZ-HINOJOSA
Médico

La formación médica sigue el modelo clásico de diagnóstico, tratamiento y curación, un modelo que resulta anacrónico en el entorno actual

Sociedad y sistema sanitario ROSELL
Es un hecho bien documentado la elevada prevalencia, en países desarrollados, del cóctel de patologías crónicas entre personas de edad avanzada. Algunos estudios demuestran que a los 60 años casi la mitad de la población presenta, al menos, dos enfermedades. A los 80 años -número al que se acerca la media de edad de la población hospitalizada en occidente-, menos del 10% está libre de enfermedad, y el resto acarrea entre dos y seis patologías. A esta población se destina la mayor parte de los recursos sanitarios: las personas con más de una enfermedad representan alrededor de las tres cuartas partes del coste de la asistencia médica y cuando padecen múltiples enfermedades ese consumo supera el 90%. Bajo esta elevada comorbilidad late el aumento de la esperanza de vida y el consiguiente crecimiento de la población de adultos mayores, que ostenta la supremacía sobre determinados factores de riesgo como la inactividad física.
Estos cambios -lentos, pero inexorables- en la epidemiología ejercen un impacto implacable sobre los sistemas de salud. Su universal deterioro se vincula con la escasa adaptación que ofrecen a las nuevas necesidades. Se mantienen sistemas de salud con estructuras y filosofías sensibles a la enfermedad aguda, mientras la atención que necesita el nuevo perfil de paciente crónico se orienta en otra dirección. La formación médica sigue el modelo clásico de diagnóstico, tratamiento y curación, un modelo que resulta anacrónico en el entorno actual. La búsqueda de evidencias médicas aún se fundamenta en ensayos clínicos aleatorios que excluyen los casos de elevada carga en el combinado de patologías. Un antiguo editor de la revista The British Medical Journal, Richard Smith, ha señalado recientemente que, a pesar de esta evolución epidemiológica, la formación de los médicos en Reino Unido sigue empeñada no sólo en la especialización, sino en la subespecialización, mientras la Atención Primaria ostenta la consideración de cenicienta entre los estudiantes de Medicina.
Así las cosas, es regla actual que un especialista afronte problemas del paciente que escapan de su especialidad y necesite la colaboración simultánea de colegas de otras especialidades, lo que no sólo dispara y disparata los recursos, sino que desmoraliza al paciente mientras navega en el limbo de la atención. Ha cundido la idea de que la especialización es inevitable por el incremento del conocimiento -quizás, de información- en patología humana. Tal vez, las tecnologías de la información, que superan nuestra capacidad de memoria y velocidad de búsqueda, ofrezcan al médico la posibilidad de dedicar mayor tiempo a la atención humana.
La vocación médica combina la voluntad de ayuda con la respuesta deportiva al reto que plantea nuestra naturaleza enferma. En la práctica de esta noble tarea, la formación técnica del médico ha sido un instrumento fundamental en la búsqueda eficaz del restablecimiento de la salud, y ha contribuido tanto a su prestigio como a sus logros profesionales. Pero hoy ese altruismo se ve sensiblemente matizado por el imperio del conocimiento científico y del celo burocrático. La fascinación ante la capacidad de la ciencia para desvelar leyes secretas de la naturaleza arrebata al médico parte del protagonismo concedido a su voluntad de servicio. Y en sentido lato, el descomunal progreso tecno-científico ha desdibujado la verdadera relación médico-enfermo.
La estructura obsoleta de las instituciones sanitarias no contribuye a reponer de amistosa confianza esa relación. El Estado o los diversos arreglos contractuales de la Administración pueden desdibujar el carisma del médico so riesgo de convertirlo en funcionario con alto grado de especialización. La necesidad de racionalizar los recursos limitados obligaría a ese funcionario a una eficiencia al servicio de la gestión y de la organización, lo que paradójicamente estorbaría a la vocación, reduciendo la práctica clínica a una rutina muy alejada de su código deontológico. La consagración a la burocracia sanitaria inhabilitará al médico para participar de esa singular experiencia que Laín Entralgo llamó "una aventura humana y médica rigurosamente inédita", y volverá opaco los aspectos más personales de la enfermedad, donde habita su esencia. Aunque la voluntad de ayuda al ser humano enfermo pueda resultar trivial en una época tecnológica y de cínica objetividad, en el afán por la humanidad sufriente nos jugamos, nada menos, que uno de los valores más elevados de nuestra especie. Sin esa singular forma de compasión con el doliente, siempre temeroso de que se anticipe su último aliento, se perderá el rastro sanador de aquella figura tan mencionada en los textos clásicos del vir bonus medendi peritus, el hombre bueno perito en ofrecer remedios

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