A comienzos de 2018, hice un trato conmigo mismo. En medio del aura mágica del nuevo año, me dije que iba a hacer cosas que me gustaran a mí y que no iba a dejar que mis expectativas sobre lo que pensaran los demás nublaran mis decisiones.
Y así es como empecé a hacer punto de cruz. Es algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer, pero, como muchos hombres que conozco, me preocupaba demasiado qué pensarían los demás.
Desde que asistí a mi primera clase de Economía Doméstica cuando tenía 12 años, algunas actividades empezaron a llevar etiquetas de género. Las chicas cosían y los chicos construían coches en el taller. La principal implicación es que bordar era cosa de chicas y, para los chicos, hacer algo de chicas estaba mal visto. Siempre he tenido miedo a cruzar esos límites.
Empecé de forma muy sencilla: mi pareja me trajo un libro de diseños de punto de cruz titulado Feminist Icon Cross-Stitch y me orientó con los materiales básicos que necesitaba. Tras una visita a la tienda local de artesanías, ya estaba preparado para convertir mi tela Aida de trama abierta, mi hilo y mi bastidor para bordar un retrato de Michelle Obama. Tardé unas cinco horas solo en bordar el pelo de esta primera obra. No fue sencillo para mí, pero no me pareció un sacrificio.
No hago esto para convertirme en un experto en punto de cruz. Tampoco para ganar dinero vendiendo mis obras. Si soy completamente sincero, ni siquiera ahora soy demasiado bueno, pero no me siento especialmente mal por ello.
Me gusta mostrarles a mis hijas que muchas de las personas a las que admiro son mujeres.
Ha sido algo tremendamente liberador ver cómo surgía un personaje en la tela gracias a mis propias manos. Me ha ayudado muchísimo con la ansiedad. Esos momentos en los que mi cerebro buscaba cosas que criticar sobre mí mismo han sido sustituidos por la búsqueda del hilo correcto para hacer un bordado de Marie Curie o por el orgullo de ver cómo iba apareciendo Miss Marvel en un trozo de tela que antes estaba vacío.
Los diseños de punto de cruz sobre modelos feministas, como Michelle Obama, Marie Curie, Wonder Woman y Miss Marvel me permiten llenar el despacho de retratos de mujeres fuertes a las que admira toda mi familia.
Creo que los hombres desaprovechan estupendos modelos cuando piensan que tienen que limitarse a los hombres que conocen. A mí me gusta mostrarles a mis hijas que muchas de las personas a las que admiro son mujeres.
COURTESY OF MIKE REYNOLDS
Lo que descubres cuando aprovechas la ocasión de hacer algo que siempre habías querido hacer es que no eres el único. Y yo no soy el único hombre con miedo a probar algo que quizás le guste.
"¿Es fácil?", me han preguntado algunos amigos. "Me encantaría probarlo yo mismo".
"La verdad es que sí", suelo responder casi siempre. "Tú encuentra un diseño chulo y llévalo allá adonde vayas".
¿Que tu hijo tiene clase de baile? Pues ponte a bordar. ¿Que tu hija está en el entrenamiento de hockey? Pues ponte a bordar. ¿Que estás viendo Daredevil en Netflix? Pues ponte a bordar.
He estado repartiendo consejos a mis amigos hombres como si fuera una especie de mago del punto de cruz en vez de un tío que ha empezado hace solo un mes: "Tienes que empezar con una tela Aida 14, es muy importante. Qué demonios, usa una tela Aida 11 si quieres sentirte cómodo. Ah, y no vas a necesitar todos los hilos de tu catálogo. Utiliza solo tres. Así será mucho más fácil mantener ordenada la parte de atrás del bordado".
Ni siquiera sé si la terminología que uso es correcta, pero espero que la ilusión que muestro para que prueben estas manualidades sea suficiente.
Como muchos sabemos, la masculinidad tiene cierta fragilidad que implica que a veces no tenemos permiso para hacer algo hasta que no vemos a uno de los nuestros hacerlo. Somos raros y nos equivocamos al pensar así.
¿Os imagináis un lugar en el que los hombres no valoraran una actividad en función de la fuerza requerida, sino por la felicidad que les aporta?
No obstante, si otros hombres necesitan ver a uno de los suyos disfrutando con el punto de cruz, bordando tres versiones distintas de Luna Lovegood, quiero ser uno de esos hombres que les enseñe. En las conversaciones que he mantenido ―y ya van unas cuantas con interesados en empezar con esto―, algunos hombres han comentado que nunca pensaron que serían capaces de hacerlo, pero que ahora, mira tú por dónde, quizás sí que se atreverían.
Desde que empecé a hacer punto de cruz, ha habido desconocidos que se me han acercado para preguntarme qué estaba haciendo. Ya en las primeras dos interacciones que tuve me di cuenta de que el miedo a recibir burlas o risas no tenía ningún fundamento. Por lo general, la gente está bastante interesada en lo que hago y, de hecho, parece que les encanta ver a un hombre haciendo punto de cruz en público.
COURTESY OF MIKE REYNOLDS
¿Os imagináis un lugar en el que los hombres no valoraran una actividad en función de la fuerza requerida, sino por la felicidad que les aporta? Hay que entender que vencer, ya sea física o intelectualmente, no es lo que convierte a una persona en un modelo.
Imaginaos si entendiéramos mejor que algo que fue calificado como femenino nos puede traer una gran felicidad. La femineidad no es algo inferior. Puede ser algo que también los hombres disfruten.
Pero no solo han sido otros hombres quienes me han visto disfrutar de mi afición, también mis hijas. Es enormemente satisfactorio sentarme a hacer punto de cruz y que mis hijas se acerquen a mirar y me digan lo bonito que queda. Por raro que suene, también es genial oír cómo me dicen lo mal que he bordado la ceja de Michelle Obama. Mis dos hijas han empezado a hacer punto de cruz a raíz de los bordados que he hecho.
COURTESY OF MIKE REYNOLDS
Es satisfactorio darse cuenta de que, para esas personas, el punto de cruz no es una actividad que dependa del género. No lo ven como algo solo para hombres o solo para mujeres. Los roles de género y las expectativas son temas importantes para hablarles a mis hijas, pero aún más importante es que nosotros les demos ejemplo. Lo que ven mis hijas es a su padre sonriendo (y a veces soltando improperios) al hacer algo que le hace feliz.
Más que nada, esta experiencia me ha hecho sentirme más cómodo a la hora de probar cosas nuevas. Puede que aprenda a bailar o quizás le dé una oportunidad a la pintura. Sea lo que sea lo siguiente, me siento mucho más preparado para decirle a mi antigua concepción de la masculinidad que puede irse a paseo y dejarme hacer lo que me apetezca.
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