Marc Argemí (Sabadell, 1979) es licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor por la misma universidad con una tesis sobre la credibilidad de los rumores y las noticias. Es autor de Rumors en guerra. Desinformació, internet i periodisme; El sentido del rumor. Cuando las redes sociales ganan a las encuestas (2017) y acaba de publicar Los 7 hábitos de la gente desinformada (Conecta, 2019). Profesor asociado en la Universitat Internacional de Catalunya, es también socio y director de Sibilare, una consultora especializada en comunicación y en análisis de datos.
-Explíqueme a qué se refiere cuando habla de la cultura cuñada.
-Me refiero a lo mucho que nos gusta ser los primeros en enterarnos de algo y que la gente lo sepa. El cuñadismo engendra un consumo de información que inevitablemente no está contrastada. Si esto se cronifica, uno llega a tener la capacidad de opinar sobre cualquier cosa, lo que supone el primer hábito desinformador.
-¿Qué otros hábitos hay?
-Yo he descrito siete hábitos, de los que seis son evitables. El inevitable es la precariedad informativa. Debemos aceptar una desinformación crónica y que siempre estamos a medio informar, para empezar a luchar contra las fake news y detectar la manipulación. Es prácticamente imposible que una sola persona tenga una visión clarividente sobre el Brexit, la guerra en Siria, la tensión entre Maduro y Guaidó y cómo disminuir la tasa de paro en la Bahía de Cádiz. Uno debe decidir los límites de su competencia y los límites de su incompetencia.
-¿Qué papel juegan las redes sociales?
-Han provocado que hayamos pasado de unos pocos emisores muy profesionalizados, que eran los medios, a que todos seamos consumidores y a la vez potenciales emisores de información. También ha cambiado que la información se consuma fundamentalmente a través del móvil. Todo pasa por la misma pantalla por el mismo nivel, con lo que es más difícil discernir qué es más fiable y qué menos. Y en tercer lugar, ha habido un incremento exponencial de la información. Hemos llegado a tal nivel de empacho informativo que no podemos diferenciar los sabores.
-A eso se suma que la persona que cuelga enlaces en su muro de Facebook o nos los manda por Whatsapp suele ser de confianza.
-No siempre, porque a veces se nos cuela publicidad. Lo interesante es que estas cadenas de transmisión de información entre iguales se basan en una confianza y también en la necesidad de que el mundo sea de una determinada manera. Entonces, si veo noticias que me explican el mundo desde ese punto de vista, soy más proclive a creérmelas y compartirlas.
-¿Somos reacios a aceptar noticias que no se amoldan a nuestros prejuicios?
-Efectivamente. A veces, aplicamos incluso la incredulidad crédula, que es otro hábito de desinformación. Son personas que son enormemente críticos con las fuentes oficiales, como medios de comunicación, los gobiernos, o incluso los médicos. Pero esa misma persona le da una enorme credibilidad a fuentes no contrastadas. Aquí están las teorías de la conspiración, las terapias alternativas contra el cáncer...
-Las redes sociales pasan de ser la gran esperanza a un Gran Hermano.
-Lo diría de otra forma. Inicialmente se percibían como una conexión y ahora nos aprisionan en nuestras propias emociones y prejuicios. Son más gasolina emocional que consumo informativo. No difundo información por afán de saber, sino por aporrear a mi contrario.
-¿Hasta qué punto es responsable el consumidor? Usted lo compara con el borracho que reprocha al camarero que le sirva otra copa.
-El ciudadano de a pie no puede escurrir el bulto. Tenemos una responsabilidad muy clara en una parte de esta desinformación. No caben las excusas. Hay un gran problema en nuestra manera de consumir información. Si vemos una serie, sabemos que es ficción y tiene un impacto mucho menor en nuestro voto o decisiones de compra. Ahora mismo, hay mucha información que tomamos como noticias y que en realidad son ficciones. Hay que luchar contra las fake news, pero también hacer un consumo responsable, discerniendo entre el fast food y la información fiable.
-¿Los medios participan en la trivialización de la información, con la publicación de vídeos de gatitos, por ejemplo?
-Es necesario reflexionar sobre el modelo de negocio de los medios. Si depende del clic y el tiempo de permanencia en la web, es más fácil retener a la gente entreteniéndola que informándola. Hay medios que se han convertido en plataformas de entretenimiento, sin satisfacer la necesidad de aportar una información suficiente sobre el mundo que nos rodea para tomar decisiones. Quizás hay que empezar a distinguir dentro de los medios de comunicación entre portal de entretenimiento y periodismo informativo.
-¿Es optimista de cara al futuro de la desinformación o un optimista con experiencia, como diría Truffaut?
-Me gusta esa definición. Creo que las redes sociales tienen un gran potencial si uno las sabe aprovechar. Les exigiría más transparencia porque desconocemos parte de las reglas del juego. Y respecto al consumidor, si está formado, puede hacer un uso buenísimo de ellas. Es como la energía nuclear. Puede servir para construir armas o para la medicina.
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