Emilio Santiago. |
Emilio Santiago (Ferrol, 1984) es doctor en Antropología y forma parte del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado junto a Héctor Tejero ¿Qué hacer en caso de incendio? Un manifiesto por el Green New Deal (Capitán Swing), que defiende la dimensión central que ha de tener, a nivel político y popular, la transición ecológica. Entre otros títulos que ha publicado también están No es una estafa, es una crisis de la civilización (2015) y Rutas sin mapa (2016).
–¿Qué es el Green New Deal, cuál es su idea central?
–El Green New Deal es un proyecto muy amplio:no es lo mismo Ocasio-Cortez que Varufakis. No es la solución, sino un proyecto que conjuga romper el nudo gordiano en el que lo ecológicamente necesario parece imposible, proyectando nuevas formas de consumo y potenciando el empleo y las industrias verdes. Un proyecto que puede construir mayorías sociales hacia objetivos ambiciosos, aunque hay dudas sobre si la sociedad está o no preparada Pero el simple hecho de que Alexandria Ocasio-Cortez pueda hablar es una oportunidad histórica que no nos podemos permitir desperdiciar. Otra cosa es que tenga riesgos: por ejemplo, no genera una imagen rupturista, pero sí es importante para un desbloqueo. El discurso ecologista siempre parecía tener un punto de llegada, pero no qué había que hacer en medio, antes de esa sociedad postcapitalista.
–¿Ve? Ocurre que tenemos tan asumido el sistema en que vivimos que es inevitable que postcapitalismo suene a postapocalíptico. Lo mismo no iría mal cambiar de vocabulario.
–No creo que debiera haber problema. La izquierda muchas veces comete el error de dejarse guiar casi exclusivamente por los deseos:pero, para llegar a algo, te tienes que parecer a tu pueblo. La disputa política que asumimos es cómo intervenir en este mundo tal y como es. Si dejamos a la gente al lado, tendremos la razón, pero ningún tipo de capacidad de intervención. En este sentido, yo preferiría que nuestros conceptos puedan ser menos contundentes, pero más operativos.
–En ese sentido, ¿vamos bien de imaginario?
–Hay un déficit de imaginario positivo. Tenemos diagnósticos muy precisos de la realidad catastrófica de nuestra situación, pero no hemos proyectado en paralelo cómo podría ser una sociedad viable pero atractiva para vivir. Es un gran trabajo cultural que ir haciendo en los imaginarios sociales y políticos: es una de las tareas más urgentes a lo largo de estos diez años.
–Parece que todo lo que no sea “crecimiento” es el caos. Pero en ¿Qué hacer en caso de incendio? apuntan que una reducción a la mitad de las emisiones sería volver al nivel de vida de 1992. No es la prehistoria.
–Tenemos un nivel enorme de infrautilización de riqueza material en la sociedad. Un ejemplo muy significativo es un estudio sobre el uso de taladros en Estados Unidos:el uso medio de cada taladro es de trece minutos. ¿Por qué no tener bibliotecas de este tipo de cosas? Con un millón de taladros, lo mismo teníamos para todo el país. Nuestra riqueza, muchas veces, se malgasta por actuaciones o inercias absurdas.
–El cambio de mentalidad que piden no es pequeño.
–Es muy difícil porque llevamos cuarenta años de implantación neoliberal. Pero hay brechas que se pueden ir haciendo hueco poco a poco: ese es el espíritu, de hecho, detrás de una serie de plataformas que todos conocemos y que han terminado siendo perversas, pero que traslucen una realidad. Lo mismo, por ejemplo, a la gente ya no le hace falta un coche en propiedad. Hay que construir otro imaginario del deseo y de la concepción del vida pública.
–Como siempre, todo se reduce acostes. ¿Quién paga?
–Deberíamos ser capaces de hacer pagar al mayor responsable de los efectos perversos del desarrollo industrial, en todas las escalas:el lobby fósil. Son muy fuertes, sí, pero los poderosos siempre han sido muy fuertes. Hay que hacer valer la inteligencia colectiva y el bien común.
–La revolución de los chalecos amarillos ejerció de clave simbólica en el tema de la transición ecológica:los buenos deseos están muy bien, y luego está la vida normal.
–Los chalecos amarillos ejemplifican que no podemos desligar la transición ecológica de la justicia social, que va de la mano de medidas de distribución y una reforma fiscal importante, quizá no verde, pero sí redistributiva. A veces parece que la política ecológica va a servir para reafirmar la desigualdad. La transición ecológica ha de hacerse cargo de las capas de población más vulnerables. En este sentido, el transporte va a ser un factor clave: si tardo tres horas en llegar en transporte público a mi trabajo, no me digas que tengo que dejarme el coche.
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