Compensar a los padres debería ser algo que se hace por aprecio, no por la falsa igualación de amor y dinero.
DORIS LAM |
En una sociedad china en la que los padres demasiado exigentes son la norma, a los niños se les fuerza desde muy pequeños a convertirse en los mejores de los mejores llevándolos a guarderías con asignaturas no incluidas en el plan académico de sus colegios (como corrección de la pronunciación del inglés) o clases extraescolares. Cuando los niños se convierten en adultos, los padres esperan de ellos que les devuelvan el favor proporcionándoles un subsidio mensual como muestra de Piedad filial, un valor profundamente arraigado en la cultura china mediante el cual se muestra respeto por los padres.
Yo crecí en Hong Kong y mis padres no fueron la excepción. A menudo decían: ”¡Qué ganas tengo de que nuestra hija crezca y nos compre una mansión/un cochazo!”, y luego se giraban y me decían: “Cuando nos jubilemos, recuerda lo que hicimos por ti”.
Yo siempre reaccionaba con una sonrisa nerviosa, incapaz de mantener el contacto visual y haciendo cálculos mentales para ver si me sería remotamente posible comprarles algo de lo que mecionaban. Luego esperaba en silencio que el tema cambiara o que la conversación acabara mientras mi ansiedad iba en aumento.
De niña, mis padres me apuntaron a ballet, a piano, a segundos idiomas y a Kumon. Monitorizaban cada aspecto de mi vida. Se aseguraban de que todas mis acciones fueran beneficiosas para mi futuro y me impedían hacer cualquier cosa que pudiera orientarme a una vida sin éxito (o lo que ellos consideraran un camino de “miseria irreversible”).
Aunque sé que solo querían lo mejor para mí y valoro que invirtieran tanto dinero y tiempo en el crecimiento de mi potencial, de adolescente ya estaba hasta arriba de estrés, resentimiento y rabia contra mis padres por las altas expectativas y la falta de libertad que tuve con mi vida: mis padres me prohibían dormir en casa de mis amigos, no me dejaron estudiar Arte en el instituto y me obligaban a romper con mis novios para centrarme en mis estudios. Cuantas más asignaturas me obligaban a estudiar, más saturada me sentía y menos confiaba en sus palabras. Frases como “lo hacemos por tu propio bien” y “ya nos lo agradecerás” empezaron a sonar repetitivas y superfluas.
De adolescente ya estaba hasta arriba de estrés, resentimiento y rabia contra mis padres por la falta de libertad que tuve con mi vida.
Como no me dejaron estudiar Arte, me empujaron a estudiar Negocios porque consideraban que me llevaría a ganar a sueldos mayores y tendría más salidas. Lo odiaba. Cuando empecé la asignatura, me hundí en una espiral de autocompasión y perdí la motivación. Cuando llegaba el día de las notas, la mitad de mis calificaciones estaban en color rojo con la palabra Suspenso. Tuve que repetir cuarto de secundaria.
Estaba hecha polvo, pero no me sorprendía demasiado. A mis 16 años, me había convertido en lo que más temía: una hija problemática y sin talento académico.
Repetir curso acabó siendo una bendición. Aunque seguía sin poder estudiar Arte, me quité Negocios y pude ir a clase de Literatura Inglesa y Escritura. Mis padres no pusieron pegas y, a mitad de curso, me apunté a un concurso de escritura y acabé consiguiendo una plaza para estudiar Escritura creativa en Inglaterra durante el verano.
No solo fue el inicio de mi formación como escritora, sino también la primera vez que sentía que mis padres estaban orgullosos de mí. Era una situación agridulce cuando mis padres bromeaban diciendo: ”¡Por fin podemos presumir de algo!”, y luego me miraban, esperando que me riera con ellos. Y lo hacía. Pese a todo el rencor que sentía hacia ellos, aún anhelaba su aprobación.
Ahora que soy mayor, por fin tengo cierta independencia con mi vida y doy gracias por todas las oportunidades que me brindaron mis padres y las veces que se preocuparon por mí. Si no me hubieran presionado cuando era niña, sé que no habría tenido la disciplina ni la motivación para luchar por mi sueño de ser escritora.
Mis padres bromeaban diciendo: "¡Por fin podemos presumir de algo!”, y luego me miraban, esperando que me riera con ellos.
Hace poco ha surgido una nueva expectativa en nuestras conversaciones: quieren que gane suficiente dinero para mantenerlos cuando se jubilen.
Tengo 22 años y estoy viviendo y estudiando en Hong Kong, una de las ciudades más caras del mundo, algo que me aterroriza. Entre trabajos a tiempo parcial y prácticas que apenas pagan por encima de los 37,5 dólares de Hong Kong (4,3 euros) la hora (el salario mínimo en Hong Kong), apenas tengo dinero para mantenerme a mí misma. La sensación de insuficiencia y la presión por ganar más dinero me arden en la mente cada vez que mis padres me recuerdan medio en broma, medio en serio, que soy su plan de jubilación. El miedo a decepcionarlos lo abarca todo.
Casi he llegado a un punto en el que siento vergüenza cuando me quiero comprar algo (por no hablar de cuando termino comprándomelo) sabiendo que mi madre lo verá y me preguntará con suspicacia: ”¿Cuánto te ha costado eso?”, y en nuestra mente, ambas empezamos a pensar en qué otra cosa podríamos haber comprado para la familia en lugar de una blusa de Zara.
Aunque una parte de mí desearía mantener a mis padres pagándoles las facturas, llevándolos a cenar o incluso comprándoles una buena casa en el futuro, otra parte de mí sigue aferrada a la rabia que llevo arrastrando conmigo desde adolescente. Me duele que mis padres hagan comentarios muy calculados para recordarme que estoy eternamente en deuda con ellos por haberme criado. Desde su perspectiva, han tenido éxito llevándome por el “buen” camino profesional y por una vida “de bien”. Desde mi perspectiva, mi éxito me pertenece solamente a mí porque jamás he sentido su apoyo.
Me duele que mis padres hagan comentarios muy calculados para recordarme que estoy eternamente en deuda con ellos por haberme criado.
Y parece que no soy la única que se siente así. Como usuaria habitual del grupo Subtle Asian Traits, un grupo de Facebook popular creado para compartir contenido divertido sobre la cultura y la educación asiática, me encontré una publicación que trataba el tema de la “compensación” a los padres en forma de asistencia financiera. Aunque la gran mayoría de la gente les da dinero a sus padres por amor y responsabilidad, otros lo hacen para no sentirse culpables y bromean diciendo que se sienten como si fueran el plan de pensiones de sus padres.
Algunos de mis exnovios dedican más de la mitad de su salario a sus padres. Mi padre le mete dinero a escondidas a mis abuelos en el bolsillo cada vez que quedamos para almorzar. Es una tradición que está tan arraigada en la cultura china que ni siquiera hace falta hablar de ello para saber que es lo que se espera de nosotros.
La necesidad de hablar abiertamente en vez de utilizar la culpa y la manipulación para conseguir lo que quieres se aplica a todas las relaciones, pero sobre todo a las familiares. Compensar a los padres debería ser algo que se hace por aprecio, no por la falsa igualación de amor y dinero ni por la obligación a mostrar Piedad filial. Por mucho que deseo expresarles estos pensamientos a mis padres, tengo miedo de lo que puedan decirme.
Mi relación con mis padres está lejos de ser perfecta, pero no tengo ninguna duda de que apartaré una porción de mi primer sueldo cuando trabaje a tiempo completo para mis padres porque me han educado para eso. Al menos, espero que con el tiempo acabe haciéndolo por amor y no por culpabilidad.
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