MANUEL MACHUCA | ESCRITOR Y FARMACÉUTICO |
En su cuarta novela, Tres muertos (Ediciones de La Isla de Siltolá), Manuel Machuca(Sevilla, 1963) explora el relato personal para reflexionar sobre el perdón después de retratar el Polígono Sur mediante el relato de cuatro vecinas en Tres mil viajes al sur(Antares). Su condición de boticario del barrio más pobre de España y de paseante y conversador lo han trasladado a detenerse en asuntos como la salud, la enfermedad, el sistema farmacéutico y las políticas sociales. Ejerciente de la política sin sillones, Machuca ha ofrecido esta vez un perfil introspectivo.
-¿No son los fármacos y las novelas útiles para amenizar la existencia?
-A mí, que la existencia se prolongue tan absurdamente me da vértigo. De camino a casa, cuando veo a mis vecinos, ya mayores, sentados en un banco, llevados y traídos en una silla de ruedas, me surgen dudas sobre el sentido de aumentar la esperanza de vida, perdiendo la dignidad.
-El desarrollo de los fármacos en el siglo XIX, quizá también el de las novelas, contribuyó decisivamente al aumento de esa esperanza de vida.
-El modo en que hemos alargado la vida tiene mucho ver con el patrón de nuestra sociedad consumista. Con estirarlo todo. La investigación farmacéutica se dedica a eso. Y estiramos la vida sin atender su calidad como estiramos el sistema político sin plantearnos los grandes problemas.
-¿Las desigualdades? ¿La inestabilidad?
-Dicen que la economía se ha estado recuperando pero que corre peligro porque no hay Gobierno. Y alertan de que pueda frenar el consumo. El consumo es la medida de todas las cosas. Tenemos el reto de establecer otras varas de medir. Consumir menos, redistribuir la riqueza y luego pensar si tiene sentido alcanzar los 90 años o quedarse con plenitud en los 80.
-El fármaco se ha revelado como el elixir de la vida.
-Que los haya para todo ha hecho que olvidemos la vida saludable. La alimentación, el ejercicio... Estiramos con el medicamento, aunque el cuerpo no acompañe. El alzhéimer, por ejemplo, es una enfermedad ligada al aumento de la esperanza de vida. Y ahora aparece en gente cada vez más joven, con 60 años. Y ya hay hipertensos con menos de 40.
-Como boticario en el Polígono Sur, el barrio más pobre de España, ¿puede certificar que la salud se resiente en los barrios desfavorecidos?
-Absolutamente.
-¿Necesitan más medicamentos sus vecinos?
-Bueno, antes que nada, debe aclararse que en la actual epidemia farmacológica que vivimos no hay distinción por motivos económicos. Los fallos en farmacoterapia se dan por igual en ricos y pobres. Pero está claro que la pobreza es un indicador de la enfermedad. Por ejemplo, Sevilla es la provincia de España con mayor incidencia de ictus. Y en el Polígono Sur hay más diabéticos, cardiópatas, depresivos y esquizofrénicos. La enfermedad mental está muy vinculada a los ingresos. Ser enfermo mental condena a la marginalidad.
-Usted plantea la redistribución de la riqueza como remedio magistral.
-Es el medicamento más potente que hay. El indicador más claro de enfermedad es la desigualdad. Si trabajáramos en políticas que aliviaran las desigualdades estaríamos trabajando en la mejora de la salud. Si hubiera mayor igualdad no malgastaríamos en herramientas terapéuticas.
-¿Cómo distorsionan la salud pública el esoterismo de las pseudociencias y el pantagruelismo de la industria farmacéutica?
-La pseudociencia es un subproducto de la industria cuando faltan respuestas. El problema es dar un medicamento para bajar la tensión cuando quizá la solución sea bajar diez kilos de peso. O medicamentos para bajar la tensión o el colesterol cuando la solución quizá sea reducir el consumo de sal y de dulces o moverse más.
-En estos tiempos de impudicia, usted va y en su última novela se desnuda.
-Hablo de mí, pero como método para explorar temas universales. Quería indagar en la capacidad de perdonar y en su vía de salvación. Estamos en una época en la que hay más venganza que perdón. La sed de venganza destruye a las víctimas y a la sociedad. Hay están los casos de Antonio del Castillo y Juan Antonio Cortés, que son usados por la política.
-¿Y a quién perdona usted?
-Creí que mi madre me había hecho mucho daño y, en el proceso de escritura de la novela, intenté entender por qué la vida le puso por delante una serie de decisiones y eligió erróneas. Comprenderlo me ha ayudado a humanizarla, a aceptar lo que ha pasado y a salvarme.
-El pudor se ha perdido y a menudo se usan las redes sociales como el espejo de la reina de Blancanieves.
-Eso siempre ha existido, pero ahora hay la oportunidad de difundirlo en masa. Yo en la farmacia he oído muchos tuits siempre. "Los políticos son unos chorizos" es un clásico.
-Hay corrientes que pretenden reescribir los cuentos clásicos infantiles para hacerlos más políticamente correctos.
-Es una barbaridad. Esos cuentos están ahí porque forman parte de una sociedad, del modo de narrar de una cultura y un momento. Para entender los procesos sociales del siglo XVII hay que leer El Quijote.
-¿Cuántas veces tiene que reescribir un boticario el vademécum?
-Es lo que deberíamos hacer. Cada medicamento responde de modo diferente en cada paciente, desde el punto de vista biológico y psicosocial y la experiencia de su uso es distinta en cada uno. Las decisiones de los profesionales no siempre son las mismas porque cada momento tiene su singularidad.
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