No hay soledad más grande que la que vives en el momento de despedir a un ser querido.
PAUL RATJE VIA GETTY IMAGES Antonio Basco abraza a una asistente al funeral de su mujer. |
Metidos en la vorágine del verano, con sus vacaciones, sus playas, sus incendios, sus operaciones retorno-salida, y en nuestras cosas, sin Gobierno, con listeriosis y demás, nos pasan desapercibidas noticias que, de prestarles atención, nos darían un respiro y hasta podrían restaurar un mínimo de confianza en la condición humana y en el mundo.
Cientos de personas arropan al viudo de una víctima de la matanza de El Paso que temía quedarse solo en el funeral. Un escueto titular en la sección de sociedad de un digital. Unas cuantas líneas para recordar el horror de la matanza a cargo de un descerebrado, y una estadística acerca de los muertos que van ya en Estados Unidos por “incidentes” similares. Que son muchísimos.
La historia es bien simple. Antonio Basco, superviviente de la matanza, advirtió a la funeraria de que no tenía parientes que pudieran asistir al velatorio de su mujer, Margie, asesinada en la masacre racista del 3 de agosto. Las redes sociales hicieron el resto, y el resultado es que la empresa tuvo que trasladar la ceremonia a un local más grande para acoger a cientos de desconocidos de la pareja que acudieron a despedirla.
El anuncio publicado por la funeraria se compartió 14.000 veces, 950.000 personas “pincharon” en la invitación a asistir al funeral, se multiplicaron los ramos de flores, que llegaron hasta desde Australia y, por seguir con grandes cifras, y tras más de dos décadas juntos, el viudo no tuvo que enterrar a su mujer en soledad.
No hay soledad más grande que la que vives en el momento de despedir a un ser querido, por muy acompañado que estés.
Parece una historia simple. Técnicamente, lo es. No hay soledad más grande que la que vives en el momento de despedir a un ser querido, por muy acompañado que estés. Pero no es difícil entender la tristeza, el desasosiego de este hombre en un escenario dantesco e imaginándose completamente sólo ante el ataúd con los restos de su compañera de vida.
No deberíamos pasar de puntillas por noticias como ésta o cualquier otra que sea capaz de remover nuestras conciencias, tan dormidas, tan insensibles. Tan nuestras cerrando el paso a lo que no nos atañe directamente.
Estoy segura de que cada día se repiten historias similares en todas partes del mundo. Pero no interesan. No suelen traspasar nuestros intereses, nuestro presente inmediato, y jamás abrirán un telediario ni irán a cinco columnas en un periódico.
Son eso, las soledades de otros.
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