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Por Juan Ignacio Pérez Iglesias, catedrático de Fisiología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea:
Los seres humanos mantenemos la temperatura corporal constante a unos 37 ⁰C. En otras palabras, somos homeotermos. Para conseguirlo nuestro organismo se vale de termosensores, que informan de nuestro estado térmico al hipotálamo, un pequeño dispositivo neuronal en el encéfalo. Si detecta algún cambio con respecto a la temperatura idónea, pone en marcha los mecanismos necesarios para corregirlo y retornar a la temperatura normal.
Dado que nos encontramos en verano, examinaremos cómo responde el organismo al calor.
Resumiendo mucho las cosas, en verano el objetivo de nuestro cuerpo es no ganar calor sino perderlo. Dado que nuestra principal fuente de calor es el propio metabolismo (somos animales endotermos), cuanta menor actividad despleguemos, menos calor produciremos y, por lo tanto, menos nos acaloraremos. Por eso conviene no hacer labores de carácter físico. Ojo: pensar, leer y estudiar no son actividades físicas.
Aunque el entorno no es nuestra principal fuente de calor, tampoco nos conviene permanecer en ambientes cálidos, bañarnos en agua caliente y tomar el sol. Se entiende fácilmente que correr a pleno sol no es lo más recomendable.
¿Cómo perdemos calor?
El organismo pierde calor a través de tres vías.
Una es la transferencia directa hacia un material con el que se encuentre en contacto. La llamamos conducción cuando se transfiere a un objeto y convección si lo recibe un fluido. La intensidad de la transferencia de calor por esa vía depende de la diferencia de temperatura entre el cuerpo y el material con el que está en contacto. Cuanto mayor es la diferencia, más se transfiere.
Esta transferencia es mayor cuando se produce a una masa de agua que a una de aire, porque la conductividad térmica de este es 23 veces inferior a la de aquella. Un baño a 17 ⁰C refresca mucho más que permanecer desnudo y seco fuera del agua a esa temperatura.
Otra vía de transferencia es la emisión de radiación infrarroja, ondas electromagnéticas de mayor longitud que la luz visible. Se produce entre objetos que están a diferentes temperaturas, del más caliente al más frío, y su intensidad depende de la diferencia térmica.
En verano es una forma de transferencia insidiosa. Cuando hace calor lo normal es que los objetos y materiales que se encuentran en nuestro entorno próximo estén tan calientes como nuestro organismo. Por esa razón no es fácil perder calor así en esta época, e incluso es probable que lo ganemos.
Por último está la evaporación, el mecanismo más eficaz para perder calor. El líquido que evapora nuestro organismo es la humedad de las vías respiratorias (perspiración) y el sudor (transpiración). La perspiración no está controlada fisiológicamente en los seres humanos (sí en los perros, por ejemplo, a través del jadeo), pero la transpiración sí.
La evaporación es muy útil porque nos refrigera aunque el entorno esté más cálido que nuestro cuerpo. Eso es debido a que la evaporación necesita un aporte de calor, de manera que la piel lo pierde, incluso aunque esté más fría que el aire que nos rodea. Es una forma muy eficaz de enfriamiento porque para evaporar un mililitro de agua se necesitan 560 calorías. Esto es 5,6 veces más que el calor que hace falta para calentar ese mismo volumen desde 0 ⁰C hasta 100 ⁰C.
Esta vía tiene dos limitaciones. Una es que la intensidad de la evaporación disminuye cuando aumenta la humedad del entorno: por esa razón los ambientes húmedos resultan sofocantes. La otra es que hay que beber agua para reponer la que perdemos sudando y, dependiendo de las circunstancias, también sales. Por eso es importante beber cuando hace calor. Por cierto, con la edad se pierde la capacidad para experimentar sed. Por eso, cuando hace calor conviene que las personas mayores beban agua aunque no estén sedientas.
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