Es 19 de noviembre de 2011, día de reflexión. Estoy en Madrid para ejercer mi derecho constitucional de votar libremente por mi opción política preferida. Ese es el principio de la Democracia, elegir a tus representantes que luego defenderán las ideas establecidas en unos programas, que no siempre se cumplen del todo. Es una Democracia imperfecta, deberían de existir las listas abiertas, un reparto más justo de de los escaños que perjudique menos a ciertas opciones políticas, más participación ciudadana entre períodos electorales que evite que el voto entregado se convierta en un cheque en blanco, reprobación pública a los que por mantenerse en el poder traicionen sus propuestas programáticas y más cosas; ya sé, es una Democracia poco real, como gritan por las plazas la gente del 15M, pero es la que tenemos y deberíamos perfeccionar. Además del respeto a las urnas.
Cuento todo esto porque no salgo de mi asombro con la cantinela que lleva entonando una parte de la derecha desde que, hace unos años decidí, en pleno uso de mi libertad democrática, votar una opción determinada. El último episodio lo ha protagonizado el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Granada, don Juan García Montero. Por lo visto y oído, el citado edil se mosqueó porque asistiera a la concentración de vecinos del Zaidín que protestaban por el intempestivo cierre de su biblioteca. No lo entiendo. Se supone que los concejales de Cultura deberían estar contentos cuando el pueblo defiende las bibliotecas.
En su diatriba radiofónica -las noticias me han llegado por unas alertas Google de Radio Granada y de Granada Hoy- habla de que mi presencia obedecía a un "acto electoralista". Yerra el regidor cultural, ese, para mí, fue un acto de la sociedad civil a la que se debe, porque es ésta quien le paga. Que no se llame a engaño, el acto electoral lo hicimos un par de días antes en el Aula Federico García Lorca de la Universidad de Granada y en este caso fue a favor de IU, y no de "mis amigos socialistas". Y no fue muy "vehemente" mi intervención, pero sí muy entrañable y edificante, porque entre otras personas estaba su hermano, don Luis, catedrático de esa universidad en excedencia ética y (por qué no decirlo) estética, del que nuestro munícipe toma en usufructo algo más que sus apellidos. Me pregunto por qué no arremetió contra el acto en el que estuvimos debatiendo sobre el panorama actual de Granada, en el que repasamos, desolados, el modelo en retro, palabra que tan grata le es, de la gestión cultural en estos últimos años. Quizás porque temió respuestas más contundentes y familiares.
Me achaca don Juan que no me haya manifestado en defensa del Centro Lorca, "que no haya estado luchando y peleando con todos nosotros diciendo que el Centro Lorca se abra definitivamente". Nunca fui invitado ni he tenido noticias de concentración alguna. Pero para su tranquilidad le digo que le pregunte a la presidenta de la Fundación FGL, Laura García Lorca, la cantidad de veces que me he puesto a su disposición para trabajar, en la forma que ella creyera oportuna, en el desbloqueo del centro.
No pretendo que esta descarga sea una crítica a la política cultural del Ayuntamiento de Granada, al que respeto por ser expresión de la voluntad popular. Esto es solo un artículo en defensa propia. Sé que desde el sectarismo es difícil entender la independencia política en la que un tipo de izquierdas, como yo, se puede mover. El Dogma no está en mi ideología. Nunca he entregado votos acríticos. Así que lo de La banda de la Ceja me suena indiferente en sus labios. Tampoco me molesta su disfavor, hay mucha más gente que me quiere, quizás más de lo que se imagina. Eso sí, me alarma su torpeza al identificar el enemigo.
Como pretendo vivir en Granada desde mi jubileo hasta que palme, y espero que sea tarde, mejor una vez colorado que cien amarillo. No me voy a dejar ningunear ni intimidar, después de 50 años de profesional de la cultura que ha ligado su nombre a Granada, por ejercer mis derechos civiles. Para usted, estimado concejal, soy el excelentísimo señor don Miguel Ríos, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, Medalla de Oro de la Ciudad de Granada, Hijo Predilecto de Granada, Medalla de Oro de Andalucía. Esas son mis preseas civiles, las otras, las ganadas en el ejercicio de mi profesión, se las debo a la gente que me ha seguido y que se ha emocionado con mi música. Y mi ideología, buena o mala, pero mía. Como dice la canción.
Cuento todo esto porque no salgo de mi asombro con la cantinela que lleva entonando una parte de la derecha desde que, hace unos años decidí, en pleno uso de mi libertad democrática, votar una opción determinada. El último episodio lo ha protagonizado el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Granada, don Juan García Montero. Por lo visto y oído, el citado edil se mosqueó porque asistiera a la concentración de vecinos del Zaidín que protestaban por el intempestivo cierre de su biblioteca. No lo entiendo. Se supone que los concejales de Cultura deberían estar contentos cuando el pueblo defiende las bibliotecas.
En su diatriba radiofónica -las noticias me han llegado por unas alertas Google de Radio Granada y de Granada Hoy- habla de que mi presencia obedecía a un "acto electoralista". Yerra el regidor cultural, ese, para mí, fue un acto de la sociedad civil a la que se debe, porque es ésta quien le paga. Que no se llame a engaño, el acto electoral lo hicimos un par de días antes en el Aula Federico García Lorca de la Universidad de Granada y en este caso fue a favor de IU, y no de "mis amigos socialistas". Y no fue muy "vehemente" mi intervención, pero sí muy entrañable y edificante, porque entre otras personas estaba su hermano, don Luis, catedrático de esa universidad en excedencia ética y (por qué no decirlo) estética, del que nuestro munícipe toma en usufructo algo más que sus apellidos. Me pregunto por qué no arremetió contra el acto en el que estuvimos debatiendo sobre el panorama actual de Granada, en el que repasamos, desolados, el modelo en retro, palabra que tan grata le es, de la gestión cultural en estos últimos años. Quizás porque temió respuestas más contundentes y familiares.
Me achaca don Juan que no me haya manifestado en defensa del Centro Lorca, "que no haya estado luchando y peleando con todos nosotros diciendo que el Centro Lorca se abra definitivamente". Nunca fui invitado ni he tenido noticias de concentración alguna. Pero para su tranquilidad le digo que le pregunte a la presidenta de la Fundación FGL, Laura García Lorca, la cantidad de veces que me he puesto a su disposición para trabajar, en la forma que ella creyera oportuna, en el desbloqueo del centro.
No pretendo que esta descarga sea una crítica a la política cultural del Ayuntamiento de Granada, al que respeto por ser expresión de la voluntad popular. Esto es solo un artículo en defensa propia. Sé que desde el sectarismo es difícil entender la independencia política en la que un tipo de izquierdas, como yo, se puede mover. El Dogma no está en mi ideología. Nunca he entregado votos acríticos. Así que lo de La banda de la Ceja me suena indiferente en sus labios. Tampoco me molesta su disfavor, hay mucha más gente que me quiere, quizás más de lo que se imagina. Eso sí, me alarma su torpeza al identificar el enemigo.
Como pretendo vivir en Granada desde mi jubileo hasta que palme, y espero que sea tarde, mejor una vez colorado que cien amarillo. No me voy a dejar ningunear ni intimidar, después de 50 años de profesional de la cultura que ha ligado su nombre a Granada, por ejercer mis derechos civiles. Para usted, estimado concejal, soy el excelentísimo señor don Miguel Ríos, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, Medalla de Oro de la Ciudad de Granada, Hijo Predilecto de Granada, Medalla de Oro de Andalucía. Esas son mis preseas civiles, las otras, las ganadas en el ejercicio de mi profesión, se las debo a la gente que me ha seguido y que se ha emocionado con mi música. Y mi ideología, buena o mala, pero mía. Como dice la canción.
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