Estamos rodeados de abominables variaciones en las que los ciudadanos, los políticos y los medios no están exentos
La sociedad se ha deshumanizado aceleradamente, a pesar de la proliferación de imágenes, donde las desgracias y las crueldades son infinitas en un mundo que no siempre es lejano, porque a veces lo tenemos muy cerca: ahí están los niños que mueren en las guerras -la de Siria no es, por desgracia, la única-, en las travesías desesperadas por tierra o mar, buscando un refugio que se les niega; por el hambre o las enfermedades -200 millones de niños están en estas circunstancias-, pero no deberíamos olvidar que en nuestro país tenemos más de un tercio de pequeños debajo del umbral de la pobreza, como lo están sus padres y abuelos, incluso sus hermanos, si trabajan, porque los jóvenes trabajadores han elevado ese umbral por sus míseros sueldos.
Ante este panorama internacional, nacional, regional o local se ha levantado un muro de inhumanidad, entre los responsables de los conflictos y las guerras, los gobernantes que tratan de ignorar o edulcorar el desolador panorama de la pobreza y las desigualdades que tienen a su alrededor, como ocurre en España, o la reacción de la misma sociedad y de sus políticos, como sucede con la inmigración, convertida para los populismos neofascistas o neonazis que se abren paso en Europa en el principal problema si se les da refugio. Un racismo y xenofobia que se ha incrustado ya en EEUU, con el triunfo del millonario Donald Trump.
La Inhumanidad tiene infinidad de perfiles y formas de expresarla. En nuestro país, aparte de todo lo relacionado con la pobreza y la falta de medidas para hacerles frente, tenemos montones de ejemplos de inhumanidades variadas. Resulta inhumano que las eléctricas corten la luz a personas desfavorecidas, ante la pasividad de los servicios sociales y las administraciones públicas, como ha ocurrido en Reus, donde falleció una anciana que tenía que alumbrarse con las velas que incendió su colchón. Pero el mismo grupo político, Unidos Podemos, que movilizó a la gente para protestar legítimamente contra ese desafuero, no tuvo la suficiente humanidad para guardar, con el resto de los parlamentarios -incluyendo los de Compromís y ERC, encabezada por el señor Rufián- un minuto de silencio por la muerte de la senadora Rita Barberá, aduciendo su relación con corrupciones en el país valenciano, que ni siquiera consideraron presuntas. La muerte de cualquier ser humano merece un respeto, aunque haya sido vilipendiado, en ese fervor que algunos medios de comunicación tienen para acosar y juzgar a investigados en supuestos delitos o errores, antes de conocer la sentencia, y esa insolidaridad personal que muestren los del mismo grupo para intentar quedar al margen. Una cosa es la Justicia y el derecho a la información y otra la inhumanidad, es decir la crueldad.
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