Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) en una imagen de archivo.
Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) ha visto cientos de rostros a lo largo de casi 50 años. Medio siglo de dedicación a la fotografía que le han valido a la artista numerosos reconocimientos, como el Premio Erich Salomon, el Premio Nacional de Fotografía y el World Press Photo en la categoría de Arte. Con 25 años y una beca de la Fundación Juan March, García Rodero se lanza a buscar la España oculta, esa España negra, miserable y esperpéntica, pero también bella y mágica que esconden los pueblos al celebrar sus fiestas y tradiciones.
El Paseo del Violón acoge desde esta mañana la muestra fotográfica Tierra de sueños donde la artista muestra la vida cotidiana de los habitantes de Anantapur. La exposición, fruto de un proyecto conjunto de la Obra Social la Caixa y la Fundación Vicente Ferrer, pretende acercar a través de 40 instantáneas una de las zonas más pobres de la India y en la que viven las comunidades más vulnerables del país. Para hacerla, la autora visitó durante un mes y medio hospitales, centros de acogida de mujeres víctimas de maltratos, talleres, escuelas y casas.
La fotógrafa junto a una de sus instantáneas. |
-En 1973 se plantea la tarea de fotografiar costumbres y fiestas por toda España para lo que recibe una beca. ¿Qué aprendió en aquellas romerías, carnavales y procesiones?
-ººMe dieron una beca de la Fundación Juan March y comencé el trabajo que luego se convertiría en España oculta. Me enseñó a conocer España, su riqueza y variedad cultural, y también a mí misma. Conocí fiestas que habían sobrevivido a muchos siglos y que yo sabía que podían perderse. Muchos de los pueblos se estaban quedando vacíos y en otros la juventud se estaban marchando para estudiar. Las fiestas las hacen los jóvenes. Si los jóvenes fallan, las fiestas empiezan a morir.
-¿En aquel momento la cuestionaron por ser mujer y joven?
-Pensaban que no iba a durar. !Ah, qué simpática, no durará más de dos años!, me decían. Al final he durado 50 años. Por fortuna, España es un país de una creatividad impresionante a muchos niveles. Es impresionante la falta de ayudas y de oportunidades, y el poco valor que se le da a la cultura. Cuando hay un problema de donde primero se quita dinero es de la cultura. En otros países se ayudan a los jóvenes artistas a unos niveles. En el 73 coincidí con un fotógrafo holandés que le ayudan con becas y le compraban las fotos. En España, es muy difícil vivir como creador y tienes que buscar alternativas.
En las eras. Escober, 1988. Una de las fotografías del proyecto 'España oculta'. |
-Su obra fotográfica, hasta que dejó su plaza como profesora de universidad, ha sido realizada toda en momentos de descanso. ¿Hubiera sido la misma fotógrafa de haber tenido más dinero?
-Hubiera comprado un coche antes. Tardé ocho años en poder tener dinero para pagar uno a plazos. Era muy difícil en aquel momento encontrar autobuses. Las carreteras estaban fatal. Viajaba toda la noche en expresos que ya no existen. Ahora tardo dos horas en llegar a un pueblo. Antes eran 10 o 12 horas hasta llegar a Galicia o Almería. La información sobre fiestas era escasa, aunque había estudios locales muy profundos publicados. Pero, en general las fiestas no interesaban. Pensaban que lo popular no valía, que es de gente del pueblo. Se tenían y se tienen muchos prejuicios. La cultura popular es la sabiduría de un pueblo expresada a lo largo de muchos siglos de supervivencia. Al final, esta sabiduría es de todos. Volviendo a la pregunta, hubiera hecho un trabajo más importante. Me hubiera ido a otros países antes de lo que lo hice y hubiera tenido un equipo para no ir sola. El hecho de habérmelo pagado todo ha hecho que tenga infinita libertad. Yo he sido mi propia jefa. La libertad y la honestidad cuando no tienes que agradar a nadie, sino hacer tu trabajo lo mejor que puedas, no lo cambio por nada.
La fotógrafa explica lo vivido durante su experiencia en Anantapur, en la India. |
-Le interesa retratar a gente sencilla. ¿Qué ve en ellas?
-Trabajo mucho en la calle. Es un trabajo voluntario que me lo pago yo. Aunque detrás de mí hay una agencia (Magnum), pero soy freelance en definitiva. A mí me gusta la gente. Yo además he tenido la suerte de que la enseñanza me ha gustado mucho. He trabajado en la escuela de artes y oficios y en la facultad de bellas artes con gente con vocación, que han escogido lo que quieren ser, con gran sensibilidad.
-¿Se ha repuesto el mundo de la fotografía desde el escándalo de Steve McCurry con sus retoques?
-Sí. El retoque lo puedes hacer siempre que te de la gana, pero no en una fotografía documental porque estás engañando. Si haces una fotografía documental no puedes engañar. Tienes que respetar lo que estás viendo. La mentira nunca es buena. Al final por una cosa o por otra te pueden pillar. Es mejor vivir en la tranquilidad.
-¿Para ser buen fotógrafo hay que ser empático?
-No. Para mí una fotografía es una transmisión de emociones, te tiene que emocionar. Por la belleza, por la humanidad, por el equilibrio, por la perfección, por el drama, por el desgarro. Si yo no siento emoción al fotografiar no puedo transmitir la emoción que esa persona me está comunicando. El día que me aburra haciendo fotos dejo la cámara.
-¿Alguna parte favorita del cuerpo humano que le guste retratar?
-Para mí siempre fueron los ojos. Hay muchas fotografías que a mí me miran. Siempre se dice que en el reportaje que te miren a cámara estropea la foto. La fotografía es mi relación con el mundo, con las personas. Como nos gustamos o no nos gustamos, la confianza o desconfianza que generamos, o el drama que te impide a veces apretar el obturador.
Una de las fotografías favoritas de Rodero de la exposición 'Tierra de sueños'. |
¿Cuál es el límite a la hora de captar un momento?
-El límite a la hora de fotografiar es el dolor. El dolor de otra persona me hace no apretar el obturador. Aunque voy allí a mostrar todo lo que está pasando. Ver sufrir a una persona me bloquea. El dolor hay que mostrarlo, pero con respeto.
-¿Cómo lleva lo de los selfis?
-Fatal (ríe). Estoy absolutamente harta de los selfis. Vengo de la India y te encuentras a un sadhu, un hombre santo que va desnudo y que ha renunciado a todo lo que la vida le pudiera dar, menos al móvil y al selfi. Va cubierto de cenizas y se dedica a la oración. Pero ahí lo tienes haciéndose selfis en una procesión de camino al río Ganges.
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