GETTY IMAGES Estatua de Sócrates. |
A la mayoría de nosotros nos encanta tener la razón y estar en lo cierto. Incluso, aunque otra persona nos cuestione y nos aporte razones que desmontan aquello que decimos, solemos mantenernos firmes en nuestra posición. El problema es que quedar cautivos de nuestro punto de vista nos hace miopes porque tan solo valoramos una pequeña porción de la realidad de la que somos partícipes.
Creernos poseedores de la verdad absoluta es aferrarnos a la rigidez, cerrarnos puertas y despreciar todo lo que los demás puedan ofrecernos. Ya sea por los años de experiencia, porque el tema del que hablamos es nuestra especialidad o porque simplemente creemos que “es así”, a veces parece que nos encanta ejercer el rol de expertos universales. Pero, ¿qué hay de la duda y de la posibilidad de equivocarse?
Es curioso como a veces nos encerramos en nuestras convicciones y defendemos a capa y espada nuestro punto de vista. Nos encanta pensar en nosotros mismos y en nuestra grandeza. La cuestión es que también nos equivocamos y más de lo que creemos, sobre todo si solo tenemos en cuenta nuestra forma de ver la vida.
Tenemos la mala costumbre de sobrevalorar nuestros conocimientos y etiquetar de sinsentido todo lo que no encaje con ellos. En lugar de ver una oportunidad de saber más y conocer otras perspectivas, nos sentimos atacados, ofendidos y heridos. Cerramos nuestros oídos y nos perdemos en el laberinto de nuestros pensamientos. De hecho, solemos pensar que somos mejores y que sabemos más que los demás, para comprobarlo tan solo hay que echar un vistazo al panorama político y social.
Esclavizarnos a un pensamiento como máxima verdad nos limita e imposibilita el cambio. Porque ¿cómo vamos a cambiar si llevamos razón y eso es “así”?
El universo de las posibilidades
El antídoto a esta trampa que impide nuestro crecimiento personal y social existe y se conoce como humildad intelectual. Se trata de la capacidad de estar abiertos a otras perspectivas, a nuevas ideas y visiones, es decir, a ser flexibles en cuanto a aquello que sabemos y barajar la posibilidad de que nos equivocamos o de que, al menos, no lo sabemos todo. Y no, no es algo reciente, Sócrates ya lo practicaba al considerar a la ignorancia como el punto de partida para llegar a la verdad, y Nicolás de Cusa lo tenía muy claro, ya que consideraba que existen ciertas limitaciones cognitivas que impiden al sabio llegar al conocimiento absoluto.
Tenemos la mala costumbre de sobrevalorar nuestros conocimientos y etiquetar de sinsentido todo lo que no encaje con ellos.
Por lo tanto, reconocer que no lo sabemos todo no es tan malo, sino una de las ideas más inteligentes que podemos plantearnos. Es el punto medio, el equilibro entre la arrogancia y la cobardía intelectual, el símbolo de la flexibilidad mental y el antídoto contra las mentes rígidas y el egocentrismo a nivel de conocimiento.
La ilusión de conocimiento y el egocentrismo intelectual
En la actualidad, necesitamos más que nunca practicar la humildad intelectual. Porque aunque opinar está bien y es un derecho, hacerlo sin fundamento es una pérdida de tiempo. La cuestión es que parece estar de moda eso de ser un sabelotodo o un experto universal debido a la gran influencia de las nuevas tecnologías, ya que estas aumentan la ilusión de conocimiento.
A día de hoy estamos a tan solo un clic de acceder a información sobre un tema específico. Casi no hay que hacer ningún tipo de esfuerzo, solo googlear aquello que queremos saber y tendremos un gran número de respuestas. Pero que estemos acostumbrados a esto no significa que sepamos de todo. A menudo, el mundo digital alberga contenido poco fiable, una colección de fake news e información con poca evidencia.
Por lo tanto, para saber lo que se dice no basta con leer sino también hay que saber discriminar y seleccionar, es decir, hay que tener capacidad crítica. Y aún así, también hay que desprenderse de las garras del sesgo egocéntrico, ese que nos empuja a sobreestimar nuestras virtudes e importancia y nos lleva a ignorar la posibilidad de cambio y la influencia de los demás o las circunstancias.
No es buena idea acomodarse a los propios esquemas mentales por una sencilla razón: el mundo no va a adaptarse a nosotros. Las circunstancias no van a suceder como pensamos y mucho menos podemos controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor -a pesar de que nos empeñemos en ello-. Aunque nos cueste sudores y lágrimas aceptarlo, la incertidumbre es una de nuestras más fieles acompañantes de vida.
Abrirse a la humildad intelectual
Si estamos dispuestos a desinflar nuestro ego y a transformar la rigidez mental que nos lleva a querer llevar siempre la razón descubriremos un mundo de posibilidades a nuestro alrededor.
Estar dispuestos a conocer otras perspectivas y tener en cuenta que el cambio es posible nos ayudará a cultivar la humildad intelectual. Porque si lo pensamos, ¿cuántas veces hemos hecho algo que hace algunos años ni imaginábamos? Incluso, muchas de nuestras concepciones pasadas a día de hoy apenas nos sirven o se quedan cortas.
Albert Einstein afirmaba que un verdadero genio admite que no sabe nada. La pregunta es: ¿y tú?
El fluir de la vida nos cambia. Las circunstancias de las que somos partícipes nos influyen de una u otra forma. No podemos negarlo. ¿Por qué no comenzar a abrazar la idea de que a veces somos víctimas de creencias que nos llevan a pensar que sabemos más que los demás y que incluso creemos que albergamos menos prejuicios que ellos?
Confundirse es humano, pero aceptar que lo hacemos mucho más. Aceptarlo es abonar el terreno cognitiva para plantar la semilla de la flexibilidad mental, a partir de la cual obtendremos uno de los mejores frutos: la humildad intelectual. Por lo tanto, reconozcamos que no lo sabemos todo, escuchamos a los demás, respetemos su punto de vista, cuestionémonos y estemos dispuestos a seguir creciendo en relación.
Y si aún no estás muy convencido recuerda que Albert Einstein afirmaba que un verdadero genio admite que no sabe nada. La pregunta es: ¿y tú? ¿de verdad sigues pensando que lo sabes todo? Porque si es así, ¿qué aburrido no?
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