- El autor reconoció que, tras mudarse a Alemania, le obsesionaba que su "idioma se oxidara"
DECÍA ayer Fernando Aramburu que lo que le motiva para escribir es el factor humano, crear "un testimonio humano", ni político, ni histórico ni periodístico, que cuente "si llovía, si hacía sol, la realidad inmediata" de sucesos que en muchas de sus narraciones son dolorosos y trágicos. Por eso, decía ayer ante las más de 60 personas que acudieron a escucharle al Club Virtual de Lectura de Diario de Navarra, le gusta hablar de las personas que le inspiran con su nombre y apellidos. Como el de Conrada Muñoz, una mujer de Granada, que murió al explotar el paquete bomba que dirigían a su hijo, funcionario de prisiones, y que le ha encendió "la chispa de la imaginación" para escribir El vigilante del fiordo,el cuento que da título a su última colección de relatos cortos, un género que requiere más que otros de la "complicidad del lector, que debe completar lo que falta".
Fernando Aramburu ha escrito muchas veces sobre el dolor causado por el terrorismo, por el de ETA y también por el del 11-M. "Ante algo así se me formula una pregunta: ¿Tengo algo que decir? Y escribir a favor del ser humano es una opción ética. Porque en el mundo no sólo hay criminales, sino sobre todo gente de buen corazón". La literatura, explicó el autor, "tiene hueco para la dignidad humana". E insistió: "Quiero hacer arte, no un reportaje. Son palabras que perduran. No vale cualquier trivialidad, sino que tienen que ser profundas".
Literatura y terrorismo
Aramburu nació en San Sebastián en 1959, el mismo año en que apareció ETA. "¿Por qué no he sido uno de ellos? Estuve expuesto a la misma doctrina, la misma estética, la misma presión. Pero primero, mis padres me educaron en la solidaridad cristiana, en ayudar a los demás. Y después me encontré con los libros, que me abrieron la mente. Son el mejor antídoto contra el fanatismo". A pesar de ello, el terrorismo se le quedó "clavado" y tuvo que resolverlo, "haciendo literatura", en una de sus obras más celebradas, Los peces de la amargura,una colección de relatos breves sobre las víctimas del terrorismo.
No obstante, ante la observación de una de las asistentes, que encontraba que sus obras le dejaban un poso de tristeza e insatisfacción hacia el hombre, Aramburu insistió en que él no es "pesimista". "No me recreo en la tristeza y me gusta disfrutar y hacer sonreír al lector". Sólo que la narración sólo es posible "si hay un conflicto, que siempre es el motor" del texto. En todo caso, reparó, sí que hay ocasiones en que busca mostrar la violencia de la forma más cruda. "Es un efecto ético, que por su propia crudeza cause repulsión".
Aramburu defendió por otra parte el humor que salpica muchas de sus obras. "No lo he perdido, aunque hay ocasiones, cuando tratas el dolor, en que no es útil". Y a una pregunta del exconsejero de Cultura Juan Ramón Corpas, aseguró que mantiene algo de la rebeldía que exhibió a finales de los 70 con el grupo CLOC, un movimiento cultural que combinaba contracultura, humor y poesía. "Persiste algo de aquello, pero ya no somos tan jovencitos", reconoció. Apuntó en todo caso que "la rebeldía continuada es una forma de acomodo, cuando cesa de innovar. A veces la rebeldía puede ser precisamente tomar las viejas tradiciones".
Lenguaje y poesía
Fernando Aramburu, de madre navarra, de Oteiza, nació en San Sebastián, pero estudió en Zaragoza y desde 1985 vive en Alemania. Esa lejanía geográfica le ha obligado a estar "lingüísticamente atento". Explicaba el autor de Fuegos con limónque cuando marchó a Alemania tenía miedo de que el idioma "se le oxidara", de que nacieran "nuevos giros y chistes, de que el idioma evolucionara sin estar" él presente. Por eso, cuando regresaba a España estaba "obsesionado por engancharme, iba con una libretita" para apuntas las novedades de la lengua que le llaman la atención, como la expresión actual "poner en valor". "Me interesa no sólo el sonido, sino también el mecanismo psicológico que está detrás".
Le pasó algo parecido cuando comenzó a estudiar Filología Hispánica en Zaragoza. "Llegué cuando había publicado dos libros de poesía y me encontré con que me corregían los textos. Claro, mi castellano estaba lleno de vasquismos. Decidí reaprender mi idioma" y no publicar nada durante el tiempo que le duró el proceso. "El lenguaje ahora es mi amigo. El otro amigo es el tiempo. Si un día no sale lo que quieres, saldrá al siguiente, y si no al otro. El cerebro siempre da con la tecla".
Hombre de costumbres fijas que "no sabría vivir sin tener una tarea en la mente", se definió como alguien que escribe las 24 horas del día, en el sentido que todo lo que oye, ve y huele es "susceptible de provecho literario". Cuando se pone delante de la hoja en blanco, piensa en los casi exactamente 5.230 lectores que siempre compran sus obras. "Escribo para ellos, no para mi ego, aunque lo tengo. Por eso no me gusta inflar el texto, por ejemplo con metáforas, para concitar admiración".
También hablo de sus proyectos futuros, que tienen que ver con poesía, que practicó en sus inicios y de la que después "incluso me mofé". "He vuelto. La prosa puede ser un recipiente magnífico de lo poético, de la belleza de la expresión, de la intensidad, de la completa idealización de la realidad. Y, ahora, en los próximos meses o años, estoy en ese esfuerzo".
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