El artista comparte sus experiencias creativas con profesores y alumnos de Bellas Artes en unas jornadas maratonianas
ROMÁN URRUTIA | GRANADA
Llega con una juvenil gorra amarilla de visera, unas deportivas y una especie de gabardina que le da un aire de jubilado que ha salido a pasear sus huesos al sol, pero de eso nada, no está jubilado y ha salido a pasear su intensa vida de pintor; y a contarla, a contársela desde las alturas de su figura menuda a más de doscientas personas, casi todos alumnos y profesores universitarios que le esperan impacientes en la facultad de Bellas Artes. Está participando desde ayer en un el curso 'Reencuentro con la pintura' de la Facultad, aunque no sabe muy bien qué tiene que hacer «porque me dirán en qué actividades participo y yo contaré lo que sé».
Antonio López es una marca registrada porque en el mundo del arte decir su nombre es asociarlo a uno de los referentes de la pintura y escultura contemporáneas. Va a ser difícil contar al Antonio López hombre, al López terrenal porque está íntimamente ligado al artista, ambos son uno, pero algunos requiebros dejan al descubierto a un hombre que tiene sentido del humor «no se preocupen ustedes que el arte abstracto ya está bien protegido». Su historial esquemático dice poco de él como Antonio, pero es obligado mencionarlo. Nació en Tomelloso en 1936 «y fui un niño feliz porque tenía para comer y jugar». Vive en Madrid desde muy joven. La influencia de su tío Antonio, pintor, le llevó a marcharse a Madrid y estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que llegó a ser profesor. Sus primeras exposiciones individuales se producen en 1957 y desde entonces su prolífica creación ha ido acrecentando su fama en la pintura. «Una obra nunca se acaba, sino que llega al límite de las propias posibilidades». Con esa frase repetida en varias ocasiones el artista explica por qué tarda a veces años en acabar una obra. Está en posesión del Príncipe de Asturias de las Artes, el Velázquez de las Artes Plásticas y en 2008 el museo de Bellas Artes de Boston le dedicó una exposición monográfica. Cada intervención suya es una clase magistral y demuestra ser de esos artistas que están por encima de todo con los pies en la tierra.
La belleza de Granada
De Granada recuerda su primera visita siendo un niño «y una conversación de unas mujeres hablando granadino que me sorprendió». Desde entonces ha vuelto siempre que ha podido «porque es una ciudad de una gran belleza» y recuerda sus visitas a casa de Miguel Rodríguez-Acosta y Gonzalo Moreno Abril - «que, por cierto, me compró un cuadro»-, a las cuevas del Sacromonte. Te habla de cosas tan envolventes como el vínculo con sus obras, «el vínculo lo abarca todo, placeres, dificultades, pintar es como un eje de otras cosas. Ese vínculo es más importante que si la obra se acaba o no». Dice que si España se hubiese fijado más en los griegos y hubiese más cosas griegas en nuestros museos los españoles seríamos menos «brutos». Vuelve a demostrar su espontáneo sentido del humor cuando al preguntarle si no le dio miedo cuando se enteró que un cuadro suyo había sido subastado por dos millones de euros contesta: «lo que más miedo me da es que nadie lo compre».
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