La enseñanza musical sigue viva pese a las carencias materiales y la incertidumbre jurídica. En abril está abierto el plazo para acceder al conservatorio elemental, donde se inicia una formación que dura 14 años
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INÉS GALLASTEGUI | GRANADA
Los mejores. De izquierda a derecha, Antonio Jesús Juárez, Pablo Jiménez, Araceli Fernández Béiztegui y Álvaro Peregrina. :: ALFREDO AGUILAR
El 1 de abril se abrió el plazo para solicitar una plaza en primero de enseñanzas elementales básicas de música en los conservatorios andaluces. De los más de 200 niños granadinos que a lo largo de este mes presentarán los papeles, solo unos pocos terminarán, dentro de 14 años, por obtener el título superior. En el camino hay miles de horas de estudio, no pocos sacrificios, mucho amor por la música y algunas frustraciones.
A mediados de mayo tendrán lugar en el Conservatorio Profesional de Música Ángel Barrios las pruebas de acceso que ordenarán a los niños según sus aptitudes para acceder a alguna de las 146 plazas vacantes de primero, con 16 instrumentos a elegir. Los niños que cumplen 8 años en este 2013 tienen prioridad, pero el test no valora sus conocimientos de solfeo o instrumento. «Solo se valora su capacidad rítmica y auditiva y tienen que cantar una canción», explica Luis Vidueira, director del Ángel Barrios (1.400 alumnos, 123 profesores), donde se imparten los cuatro cursos de enseñanzas elementales y los seis de profesionales.
Tras esas pruebas se quedan cada año sin plaza un tercio de los aspirantes, sin contar que muchísimos padres prefieren llevar a sus hijos a academias privadas, profesores particulares y escuelas municipales de música. En primero, los chavales cursan cuatro horas semanales -dos de Lenguaje Musical y dos de instrumento, junto a otros dos alumnos- y, aunque no están obligados a comprar un instrumento, se les aconseja hacerlo para que puedan practicar en casa a diario.
El objetivo del conservatorio es que los alumnos se enriquezcan personalmente y aprendan a tocar su instrumento a un nivel aceptable. «Aunque eso es relativo, porque a tocar nunca se acaba de aprender», afirma Vidueira, profesor de guitarra clásica. En otros países de nuestro entorno, especialmente en Centroeuropa, la educación musical forma parte de la cultura general que los chavales adquieren en sus años escolares. En España, el nivel dentro del currículum escolar es aún bajo y fuera, va aumentando poco a poco gracias a la red de conservatorios y escuelas.
Solo una parte de los niños que terminan el grado profesional accede al grado superior, cuatro cursos que se imparten en el Conservatorio Victoria Eugenia (400 alumnos, 85 profesores). Este centro imparte tres especialidades: la mayoritaria, con 300 alumnos, es Interpretación (todos los instrumentos de la orquesta sinfónica más piano, guitarra y canto), mientras que Pedagogía (única en Andalucía) y Composición tienen 50 alumnos cada una. Se trata del único conservatorio superior de la comunidad autónoma que ofrece titulaciones en inglés y en alemán, explica Celia Ruiz, su directora.
Ambos conservatorios tienen muchos problemas, como la falta de presupuesto para comprar instrumentos, la provisionalidad de parte del profesorado, la insuficiencia de plazas en grados superiores para acoger a todos los alumnos que promocionan o las deficiencias de infraestructuras, como los defectos de acústica del auditorio del Victoria Eugenia.
Pero su principal reivindicación es la integración del conservatorio superior en la universidad. En 2012 el Tribunal Supremo anuló parte del real decreto que reordenaba las enseñanzas artísticas, precisamente impugnado por la Facultad de Bellas Artes de la UGR, que trataba de defender sus títulos frente a los que imparten escuelas privadas de artes plásticas, conservación, restauración y diseño. Aquella sentencia aclaraba que los centros no universitarios -como los conservatorios superiores- no pueden ofrecer titulaciones de grado ni de master, y dejaba de nuevo en el limbo las enseñanzas musicales.
«Los alumnos que empezaron su carrera de música hace ahora tres años pensando que estaban haciendo un grado, se encuentran hoy a punto de acabar sin saber cómo se va a llamar su título, para qué los habilita o cuál será su reconocimiento en Europa», lamenta Gabriel Delgado, director de la Joven Orquesta Sinfónica de Granada y la Orquesta de la Universidad de Granada y catedrático de violonchelo y música de cámara en el Conservatorio Superior.
Para la directora de este centro, estar integrados administrativamente en las enseñanzas medias y no en las universitarias implica un montón de inconvenientes que perjudican la docencia. «Esa rigidez nos mata», admite Celia Ruiz. Por ejemplo, la asistencia a clase es obligatoria, lo cual lleva a la paradoja de que un estudiante especialmente brillante que participa en un concurso, asiste a un curso de especialización en el extranjero, es seleccionado para formar parte de una orquesta joven o, incluso, es contratado como solista, puede llegar a suspender asignaturas por no cumplir ese requisito. «La música necesita tiempo y maduración, pero también que el profesorado y el alumnado estén constantemente fuera, enseñando al público lo que hacen», señala la directora, quien recuerda que los profesores difícilmente pueden mostrar su valía sobre un escenario o perfeccionarse si están atados a unos horarios de clase inamovibles.
Por aquí vienen también buena parte de las críticas de los profesionales de la música consultados por IDEAL. «En Alemania y otros países europeos la selección del profesorado es muy diferente -explica Guillermo Pastrana, uno de los violonchelistas españoles más destacados del momento-. No hay una prueba escrita ni te valoran por hacer cursos, como aquí; allí se hace por prestigio, por haber ganado concursos internacionales, hay una prueba de interpretación y una clase pública».
Pastrana decidió, al terminar el grado profesional, a los 17 años, levantar el vuelo y especializarse en Luxemburgo, Suiza y Alemania. Después regresó a Granada para sacarse los estudios superiores, que a duras penas logró compatibilizar con sus compromisos profesionales. «La música no es como las Matemáticas o el Derecho -recuerda el intérprete granadino-. Aquí hay un aspecto artístico, un talento, algo intangible. A veces esto se olvida y se ahoga un poco a los estudiantes que necesitan más».
«Eso no quiere decir que no haya muy buenos profesores en los conservatorios españoles», subraya el chelista, quien recuerda que hay intérpretes españoles de excelente nivel colocados en orquestas y universidades de toda Europa y, en el caso de los instrumentos de viento, son «los mejores», quizá por la arraigada tradición de las bandas en nuestro país. «Es un bulo que por ahí tocan mejor que nosotros. Lo que pasa es que en otros países los niños estudian solfeo, chelo o violín como estudian matemáticas o van a judo -subraya Guillermo, hermano de la soprano Sandra Pastrana-. Es importante salir fuera, pero no porque sean mejores, sino para enriquecerse, aprender un idioma... Lo que sí nos falla es la mentalidad: salimos mal acostumbrados y eso es lo más duro. No por talento, sino por disciplina».
El tenor José Manuel Zapata lo admite sin medias tintas: «No me gusta el plan de estudios de los conservatorios. No sé quién los hace, si burócratas o políticos, pero desde luego no artistas. Nos tratan como a oficinistas. En los conservatorios, a veces, se matan vocaciones y talentos», lamenta el cantante, que comenzó su formación musical en Granada con 19 años -aprendiendo a solfear junto a niños pequeños- y la finalizó, ya entrado en la treintena, en Valencia, donde vive en la actualidad. «Tuve problemas para terminar la carrera porque me exigían que fuera a clase cuando ya estaba actuando en teatros de todo el mundo, es decir, estaba haciendo aquello para lo que se supone que te forman -recuerda el tenor, que ha actuado en el Metropolitan de Nueva York-. Los conservatorios hacen honor a su nombre: su objetivo es conservar, y eso para mí es una gran equivocación».
«En España el 95% de los cantantes se han formado con profesores privados fuera de los conservatorios, y eso es para hacérselo mirar», recuerda el tenor granadino, que también critica el sistema de selección del profesorado. «Cuando hay una oposición en un conservatorio, te da más méritos saber valenciano o euskera o haber hecho un curso que tu carrera profesional -asegura Zapata-. Si yo quisiera enseñar lo que he aprendido durante estos años por todo el mundo, un interino que lleva cinco años dando clase pasaría por encima de mí. Eso no tiene sentido».
Algo similar opina la soprano Mariola Cantarero. Hace unos años, en una entrevista, se mostró crítica hacia el Conservatorio Victoria Eugenia -que abandonó antes de terminar los estudios- y recibió una dura respuesta por parte de su profesorado. «No quiero remover ese tema porque eso ya se ha solucionado por ambas partes», afirma la cantante, quien asegura que prefiere recordar «lo mejor de aquellos años»: muchas amistades y lo que le enseñó el profesor Javier Herreros.
«Yo empecé a cantar muy joven, viajaba mucho y me tenía que ausentar de las clases del conservatorio -recuerda-. Eso suponía un problema: ellos estaban atados de pies y manos a la hora de evaluar. Puede ser un lastre a la hora de iniciar una carrera profesional».
«¿Cuál es el objetivo de formar un músico? -se pregunta la artista, que estos días interpreta 'Marina' en el Teatro de la Zarzuela de Madrid-. El objetivo es que se suba a un escenario, que interprete para el público y que viva de la música, ¿no? Los conservatorios son fábricas de más profesores, porque, una vez que terminan los estudios, el objetivo de los alumnos es presentarse a unas oposiciones y conseguir un puesto en un conservatorio. Es una pescadilla que se muerde la cola: si un profesor no tiene la experiencia del escenario, ¿cómo se la va a inculcar a un alumno?». Los cantantes, recuerda, están un poco aparte de otros intérpretes, porque nadie les exige un título para subirse a un escenario. «El título te lo da el público con su aplauso», asegura.
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