Con motivo del estreno de su adaptación cinematográfica, la editorial Anagrama ha devuelto a las librerías la famosa novela del escritor beat Jack Kerouac
JOSÉ ABAD GRANADA
Bajo el rótulo de Generación beat se inscribía un hatajo de culos de mal asiento, rebeldes con causa o sin ella, que despejaron la pista de despegue para los movimientos contraculturales de los años 60. La añosa consigna de "sexo, drogas & rock and roll" podría aplicárseles a condición de cambiar el rock por el jazz. Jack Kerouac culminó En el camino -considerado una especie de manifiesto de dicha generación- en tres semanas de frenesí y anfetaminas, corría el año 1951, evocando diversas peripecias autobiográficas a través de los Estados Unidos. En su primera edición, que no vería la luz hasta 1957, se benefició de las severas correcciones del editor, pues, en su defensa de una idea de Libertad con mayúscula, Jack Kerouac se había mostrado poco proclive a someterse a la tiranía de las leyes gramaticales o de puntuación. En España, la primera edición íntegra de la novela, bajo el título de En el camino, el rollo manuscrito original (Anagrama) no llegó, válgame el cielo, hasta 2009.
El protagonista del libro es Sal Paradise, claro trasunto del propio Kerouac, un joven vitalista que gusta de echarse a la carretera con la mochila al hombro, unos pocos dólares en el bolsillo, y atravesar el país en autoestop, coches de alquiler o lo que se tercie, sirviéndose de tarta de manzana o helado para matar el hambre, güisqui para combatir el frío, y chutes de composición varia para flipar como dios manda. En estos vaivenes de un extremo a otro de los USA, y en la catarsis mexicana final, a Paradise le gustaba rodearse de gente a la que también le hirviera la sangre en las venas. Kerouac sentía una atracción innata por los sujetos más pirados que quepa imaginarse, empezando por el legendario Dean Moriarty (trasunto de Neal Cassady), un espíritu libre que no se dejaba atar por lazos o convenciones sociales. Un cabestro, asimismo, que iba dejando mujeres preñadas allá por donde pasaba, capaz de gastar sus ahorros en un coche y reducirlo a chatarra en unos pocos días. Un patán con ínfulas filosóficas -eran otros tiempos--que solía pedir a la gente que le contara cuanto supiera de Nietzsche. En el camino es también, o sobre todo, la historia de amistad entre Sal Paradise y Dean Moriarty.
La novela cuenta con la presencia de los grandes gurús de la generación beat, William Burroughs y Allen Ginsberg, ocultos bajo nombres ficticios. El caso es que la obra de todos ellos -es una impresión mía- está aguantando mal el paso del tiempo; la fama de En el camino posiblemente esté por encima de su valía, aunque un denso poso de autenticidad lo redima. Kerouac quiso que fuera como un vertiginoso espejo puesto a ambos lados del camino para recoger lo que se mueve a un lado y a otro del asfalto, y en la novela hay fogonazos de vida deslumbrantes. En sus páginas tiembla el entusiasmo primordial de un Walt Whitman, la sed de aventura de un Jack London o Ernst Hemingway -pasiones confesas del autor- y algo, muy poco, del compromiso crítico de un John Steinbeck. Jack Kerouac fue heredero y continuador de una tradición épica y vagabunda que siempre ha mirado la línea del horizonte dispuesta a responder al desafío. Querían vivir a manos llenas y la vida estaba fuera, en el camino: "La carretera es la vida", escribió Kerouac.
A pesar de ser una obra difícil de adaptar, no deja de sorprender cuánto ha tardado en ser llevada a la pantalla, toda vez que Francis Ford Coppola -hoy, coproductor del evento- tenía los derechos de adaptación desde 1979. En estas tres décadas, Coppola ha rechazado diversos libretos por considerarlos insatisfactorios, pero las causas de esta demora deben buscarse en otra parte. Desde el estrepitoso fracaso comercial de Corazonada (1982) -una producción de veintiséis millones de dólares que apenas recuperó uno en taquilla-, Coppola ha estado prácticamente atado de pies y manos -no hacía lo que le apetecía, sino lo que le encargaban-, y a pesar de haber anunciado el rodaje hasta en tres ocasiones, el filme se ha hecho realidad sólo ahora para, tras pasar por las manos de Joel Schumacher y Gus Van Sant, acabar siendo dirigido por Walter Salles. Los años no pasan en balde y, en consecuencia, el proyecto se ha redimensionado. De haberse rodado cuando Coppola adquirió los derechos, aún de refilón, el film se habría inscrito en las filas de la contracultura; hoy, la película apela a esa pátina de respetabilidad que ha acumulado en este tiempo. Entonces, habría sido una crónica tardía de los hechos narrados; hoy, es una reconstrucción histórica con todas las de la ley. No dispongo de espacio suficiente para reseñar todo cuanto se ha perdido... en el camino.
El protagonista del libro es Sal Paradise, claro trasunto del propio Kerouac, un joven vitalista que gusta de echarse a la carretera con la mochila al hombro, unos pocos dólares en el bolsillo, y atravesar el país en autoestop, coches de alquiler o lo que se tercie, sirviéndose de tarta de manzana o helado para matar el hambre, güisqui para combatir el frío, y chutes de composición varia para flipar como dios manda. En estos vaivenes de un extremo a otro de los USA, y en la catarsis mexicana final, a Paradise le gustaba rodearse de gente a la que también le hirviera la sangre en las venas. Kerouac sentía una atracción innata por los sujetos más pirados que quepa imaginarse, empezando por el legendario Dean Moriarty (trasunto de Neal Cassady), un espíritu libre que no se dejaba atar por lazos o convenciones sociales. Un cabestro, asimismo, que iba dejando mujeres preñadas allá por donde pasaba, capaz de gastar sus ahorros en un coche y reducirlo a chatarra en unos pocos días. Un patán con ínfulas filosóficas -eran otros tiempos--que solía pedir a la gente que le contara cuanto supiera de Nietzsche. En el camino es también, o sobre todo, la historia de amistad entre Sal Paradise y Dean Moriarty.
La novela cuenta con la presencia de los grandes gurús de la generación beat, William Burroughs y Allen Ginsberg, ocultos bajo nombres ficticios. El caso es que la obra de todos ellos -es una impresión mía- está aguantando mal el paso del tiempo; la fama de En el camino posiblemente esté por encima de su valía, aunque un denso poso de autenticidad lo redima. Kerouac quiso que fuera como un vertiginoso espejo puesto a ambos lados del camino para recoger lo que se mueve a un lado y a otro del asfalto, y en la novela hay fogonazos de vida deslumbrantes. En sus páginas tiembla el entusiasmo primordial de un Walt Whitman, la sed de aventura de un Jack London o Ernst Hemingway -pasiones confesas del autor- y algo, muy poco, del compromiso crítico de un John Steinbeck. Jack Kerouac fue heredero y continuador de una tradición épica y vagabunda que siempre ha mirado la línea del horizonte dispuesta a responder al desafío. Querían vivir a manos llenas y la vida estaba fuera, en el camino: "La carretera es la vida", escribió Kerouac.
A pesar de ser una obra difícil de adaptar, no deja de sorprender cuánto ha tardado en ser llevada a la pantalla, toda vez que Francis Ford Coppola -hoy, coproductor del evento- tenía los derechos de adaptación desde 1979. En estas tres décadas, Coppola ha rechazado diversos libretos por considerarlos insatisfactorios, pero las causas de esta demora deben buscarse en otra parte. Desde el estrepitoso fracaso comercial de Corazonada (1982) -una producción de veintiséis millones de dólares que apenas recuperó uno en taquilla-, Coppola ha estado prácticamente atado de pies y manos -no hacía lo que le apetecía, sino lo que le encargaban-, y a pesar de haber anunciado el rodaje hasta en tres ocasiones, el filme se ha hecho realidad sólo ahora para, tras pasar por las manos de Joel Schumacher y Gus Van Sant, acabar siendo dirigido por Walter Salles. Los años no pasan en balde y, en consecuencia, el proyecto se ha redimensionado. De haberse rodado cuando Coppola adquirió los derechos, aún de refilón, el film se habría inscrito en las filas de la contracultura; hoy, la película apela a esa pátina de respetabilidad que ha acumulado en este tiempo. Entonces, habría sido una crónica tardía de los hechos narrados; hoy, es una reconstrucción histórica con todas las de la ley. No dispongo de espacio suficiente para reseñar todo cuanto se ha perdido... en el camino.
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