PILAR VERA
En cuanto publicó Rosas, restos de alas, la revista Grantase apresuró a incluir a Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) en la lista de mejores narradores jóvenes del país. Con su siguiente título, Nada es crucial (2010), consiguió el Ojo Crítico de Narrativa, y en Democracia (2012, Seix Barral) ahondaba en los resortes de los últimos años. Profesor de Literatura en Sanlúcar de Barrameda, Pablo Gutiérrez construye sus historias sobre la carcasa de la novela social, imprimiéndoles actualidad, delicadeza y mitologías íntimas.
-Más de una vez ha dicho: "Soy profesor, no dependo de esto. Cuando no pueda o no quiera escribir, lo haré". No es un discurso común.
-Tal vez no lo será, pero yo no entiendo la literatura como un oficio. Tampoco soy capaz de hacerme una idea de qué será esa cosa de "una carrera literaria", donde uno debe cumplir con una especie de exigencia atlética y publicar insaciablemente aunque se le agoten los argumentos y las ideas. La figura del escritor profesional, como el político profesional, es algo muy nocivo y muy reciente, igual que los derechos de autor. Escribir no es trabajar, es meterte en un cuarto y quedarte solo.
-Y, ¿qué tal el día a día, se siente compitiendo con Mujeres y hombres...?
-Digamos que compartimos horario matinal, pero quiero pensar que los chavales que se saltan mis clases hacen cualquier cosa menos tóxica que ver la TV, como beber o fumar.
-Más en serio, ¿cuál es el mensaje? ¿Qué transmitirle a la chavalería?
-Podríamos empezar por dejarlos en paz con nuestro pesimismo. Ellos tienen el mundo a estrenar, y nosotros no dejamos de vomitarles nuestras frustraciones. Bastaría con no aplastarles la curiosidad. Giner de los Ríos soñaba con una escuela laica, científica y ajustada a las necesidades de cada alumno. Hoy queremos formar alumnos competentes en ciertas destrezas técnicas, enseñarles a repetir procesos y aprobar exámenes, y ni siquiera eso somos capaces de hacer. Hemos convertido la escuela en una ergástula.
-Su Nada es crucial recordaba el antes de los "viejos buenos tiempos". El dar la abundacia por hecho fue algo nuevo: es fascinante cómo se olvidó todo y lo cerca que quedaban los descampados, la miseria, el pacatismo...
-Quizá porque pensábamos que el tiempo siempre avanza, y de una manera muy ingenua confiábamos en la idea ilustrada del progreso. No es así, hoy ha vuelto el hambre, y observamos atónitos cómo de esa abundancia no queda nada. Es la vuelta al descampado. Pero ahora ya no hay un solar sino un promoción de adosados a medio construir.
-Democracia, sin embargo, fue un intento de explicarse a sí mismo la crisis, ¿qué aprendió?
-Hay una viñeta de El Roto que lo dice: "¡Qué claridad de confusión!". Eso mismo. La crisis se ha construido con un relato muy complejo,que emplea el peor de los idiomas posibles, el de las finanzas, donde todo es aire y metáfora. Incluso el propio concepto de "acción" es una metáfora y una inconsistencia, algo casi espiritual.
-Escribir para explicarse. Y, ¿dónde acudir para desencriptar el mundo?
-A los periódicos, no. Y la literatura sólo crea mundos privados, que apenas te sirven a ti mismo. A lo mejor se trata de eso, de renunciar a comprender.
-Dentro del juego de distopías en el que parecemos estar, resulta fascinante la aparición de la neolengua. O de una neolengua tan descarada. Quién lo hubiera dicho.
-Aunque el presidente sea un tonto útil, los que toman por él las decisiones son gente inteligente y educada, que sabe de la importancia de la gramática y de la semántica. Inventaron el idioma del "crecimiento negativo" y la "tasa natural de desempleo", el idioma de los cínicos. La "burbuja" tiene algo de poético y benigno, los "radicales" impiden que puedas tomar en cuenta sus posiciones, e incluso la palabra "crisis" parece un fenómeno meteorológico, es decir, inevitable. Ah, y la mejor palabra de todas: "demagogia". Cuidado con ella: te la lanzarán a la cara en cuanto intentes hacer una consideración general acerca de lo que ocurre.
-La cuestión es que lo sabíamos: en cuanto el castillo social comenzó a desmoronarse, sabíamos que se iba a romper y que apenas podríamos actuar. ¿De dónde sacamos esa inercia de gleba?
-Es que el proceso de domesticación fue largo y minucioso. Primero nos envolvieron la democracia en celofán. Durante años nos dijeron lo orgullosos que debíamos sentirnos después de tantos años de dictadura, se nos proscribió la violencia y la rebelión como el nuevo pecado nefando, y se nos dijo que todo se puede conseguir dialogando, o en las urnas. Luego supimos que no. Que las urnas estaban trucadas por la ley electoral y por la financiación de los partidos, y que el diálogo consistía en dejarnos berrear un rato para luego imponer el factor de corrección.
-Ahora no podría darse ni la pompa de jabón que fue el 15M...
-Se nos ha faltado el respeto. Es como esas parejas que tienen una bronca terrible y se dicen demasiadas verdades a la cara. Después de eso ya no hay vuelta atrás, te dará vergüenza mirar al otro. Los ciudadanos hemos roto con las instituciones y con la política porque sentimos que nos faltaron al respeto.
-De lo poco que nos queda es la capacidad para señalar que el Rey está desnudo, aunque el desfogue se vaya en un par de tuits.
-A lo mejor el problema está en ese par de tuits que nos hacen pensar que contribuimos a la opinión pública. Quizá no estamos suficientemente desesperados. Pero creo que no conozco a nadie que sin reírse sea capaz de decir "eh, todo esto es por nuestro bien, no es que sean unos corruptos". Lo son. Todos. Unos, porque se lo llevan. Otros, porque forman parte de partidos podridos desde su tesorería, atrapados por los créditos. La corrupción es el sistema de fondo, o el fondo del sistema. Lo cuenta muy bien Matt Taibbi en Cleptopía. Prestar dinero es la forma perfecta de dominio. ¿Quieres someter a un pueblo, a un país? Préstale dinero.
-Hace unos días, Javier Marías publicaba un artículo en el que desarrollaba que se había roto el pacto social.
-El artículo de Marías era excelente y contenía todo lo que yo no sabría decir sobre eso. El párrafo que le faltaba es el que nadie se atreve a escribir. España es un Estado fallido, y hay verdades que no se pueden ocultar. Por ejemplo, que nadie cambia hasta que no se le obliga a cambiar. O que la violencia es la partera de la Historia. Mira Burgos. Los vecinos podrían haber hecho mil manifestaciones pacíficas y nadie les habría hecho caso. Pero eso de romper cosas está muy mal, claro. Romper vidas o romper los nervios del que aguanta las humillaciones como un buey, no tanto. Romper farolas, un horror. Y decir lo contrario, demagogia, la divina palabra.
-Más de una vez ha dicho: "Soy profesor, no dependo de esto. Cuando no pueda o no quiera escribir, lo haré". No es un discurso común.
-Tal vez no lo será, pero yo no entiendo la literatura como un oficio. Tampoco soy capaz de hacerme una idea de qué será esa cosa de "una carrera literaria", donde uno debe cumplir con una especie de exigencia atlética y publicar insaciablemente aunque se le agoten los argumentos y las ideas. La figura del escritor profesional, como el político profesional, es algo muy nocivo y muy reciente, igual que los derechos de autor. Escribir no es trabajar, es meterte en un cuarto y quedarte solo.
-Y, ¿qué tal el día a día, se siente compitiendo con Mujeres y hombres...?
-Digamos que compartimos horario matinal, pero quiero pensar que los chavales que se saltan mis clases hacen cualquier cosa menos tóxica que ver la TV, como beber o fumar.
-Más en serio, ¿cuál es el mensaje? ¿Qué transmitirle a la chavalería?
-Podríamos empezar por dejarlos en paz con nuestro pesimismo. Ellos tienen el mundo a estrenar, y nosotros no dejamos de vomitarles nuestras frustraciones. Bastaría con no aplastarles la curiosidad. Giner de los Ríos soñaba con una escuela laica, científica y ajustada a las necesidades de cada alumno. Hoy queremos formar alumnos competentes en ciertas destrezas técnicas, enseñarles a repetir procesos y aprobar exámenes, y ni siquiera eso somos capaces de hacer. Hemos convertido la escuela en una ergástula.
-Su Nada es crucial recordaba el antes de los "viejos buenos tiempos". El dar la abundacia por hecho fue algo nuevo: es fascinante cómo se olvidó todo y lo cerca que quedaban los descampados, la miseria, el pacatismo...
-Quizá porque pensábamos que el tiempo siempre avanza, y de una manera muy ingenua confiábamos en la idea ilustrada del progreso. No es así, hoy ha vuelto el hambre, y observamos atónitos cómo de esa abundancia no queda nada. Es la vuelta al descampado. Pero ahora ya no hay un solar sino un promoción de adosados a medio construir.
-Democracia, sin embargo, fue un intento de explicarse a sí mismo la crisis, ¿qué aprendió?
-Hay una viñeta de El Roto que lo dice: "¡Qué claridad de confusión!". Eso mismo. La crisis se ha construido con un relato muy complejo,que emplea el peor de los idiomas posibles, el de las finanzas, donde todo es aire y metáfora. Incluso el propio concepto de "acción" es una metáfora y una inconsistencia, algo casi espiritual.
-Escribir para explicarse. Y, ¿dónde acudir para desencriptar el mundo?
-A los periódicos, no. Y la literatura sólo crea mundos privados, que apenas te sirven a ti mismo. A lo mejor se trata de eso, de renunciar a comprender.
-Dentro del juego de distopías en el que parecemos estar, resulta fascinante la aparición de la neolengua. O de una neolengua tan descarada. Quién lo hubiera dicho.
-Aunque el presidente sea un tonto útil, los que toman por él las decisiones son gente inteligente y educada, que sabe de la importancia de la gramática y de la semántica. Inventaron el idioma del "crecimiento negativo" y la "tasa natural de desempleo", el idioma de los cínicos. La "burbuja" tiene algo de poético y benigno, los "radicales" impiden que puedas tomar en cuenta sus posiciones, e incluso la palabra "crisis" parece un fenómeno meteorológico, es decir, inevitable. Ah, y la mejor palabra de todas: "demagogia". Cuidado con ella: te la lanzarán a la cara en cuanto intentes hacer una consideración general acerca de lo que ocurre.
-La cuestión es que lo sabíamos: en cuanto el castillo social comenzó a desmoronarse, sabíamos que se iba a romper y que apenas podríamos actuar. ¿De dónde sacamos esa inercia de gleba?
-Es que el proceso de domesticación fue largo y minucioso. Primero nos envolvieron la democracia en celofán. Durante años nos dijeron lo orgullosos que debíamos sentirnos después de tantos años de dictadura, se nos proscribió la violencia y la rebelión como el nuevo pecado nefando, y se nos dijo que todo se puede conseguir dialogando, o en las urnas. Luego supimos que no. Que las urnas estaban trucadas por la ley electoral y por la financiación de los partidos, y que el diálogo consistía en dejarnos berrear un rato para luego imponer el factor de corrección.
-Ahora no podría darse ni la pompa de jabón que fue el 15M...
-Se nos ha faltado el respeto. Es como esas parejas que tienen una bronca terrible y se dicen demasiadas verdades a la cara. Después de eso ya no hay vuelta atrás, te dará vergüenza mirar al otro. Los ciudadanos hemos roto con las instituciones y con la política porque sentimos que nos faltaron al respeto.
-De lo poco que nos queda es la capacidad para señalar que el Rey está desnudo, aunque el desfogue se vaya en un par de tuits.
-A lo mejor el problema está en ese par de tuits que nos hacen pensar que contribuimos a la opinión pública. Quizá no estamos suficientemente desesperados. Pero creo que no conozco a nadie que sin reírse sea capaz de decir "eh, todo esto es por nuestro bien, no es que sean unos corruptos". Lo son. Todos. Unos, porque se lo llevan. Otros, porque forman parte de partidos podridos desde su tesorería, atrapados por los créditos. La corrupción es el sistema de fondo, o el fondo del sistema. Lo cuenta muy bien Matt Taibbi en Cleptopía. Prestar dinero es la forma perfecta de dominio. ¿Quieres someter a un pueblo, a un país? Préstale dinero.
-Hace unos días, Javier Marías publicaba un artículo en el que desarrollaba que se había roto el pacto social.
-El artículo de Marías era excelente y contenía todo lo que yo no sabría decir sobre eso. El párrafo que le faltaba es el que nadie se atreve a escribir. España es un Estado fallido, y hay verdades que no se pueden ocultar. Por ejemplo, que nadie cambia hasta que no se le obliga a cambiar. O que la violencia es la partera de la Historia. Mira Burgos. Los vecinos podrían haber hecho mil manifestaciones pacíficas y nadie les habría hecho caso. Pero eso de romper cosas está muy mal, claro. Romper vidas o romper los nervios del que aguanta las humillaciones como un buey, no tanto. Romper farolas, un horror. Y decir lo contrario, demagogia, la divina palabra.
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